Las apariencias engañan…
Por Juan Luis Marín – ¿Con la novela que has escrito y te plantas aquí con una camiseta de Micky Mouse?
Es lo que tiene escribir. Una periodista recibe tu novela, la lee y decide entrevistarte. Sin poder evitar, por supuesto, crearse una imagen de ti en base a lo que ha leído. En este caso, Isabel García Regadera, de Onda Madrid, pensaba que el menda lerenda sería un cruce entre Charles Manson y los torturadores de Funny Games. O que iría vestido de negro, con anillos de calaveras y cruces invertidas tatuadas en las pelotas.
No es la primera vez que sucede. Ni la última. Porque es inevitable que proyectemos sobre el autor lo que nos sugiere su obra, rematando su imagen con todo tipo de clichés… o que proyectemos sobre una novela lo que nos sugiere el autor… si hemos tenido la oportunidad de conocerlo.
¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?
¿El autor… o su obra?
A Javier Herce no le gusta el sol. Va siempre de negro. Las uñas pintadas del mismo color. Enamorado de los cementerios y director de una revista, Ultratumba, que cada mes nos pone al día de las novedades de la escena gótica del país. Y sí, escribe novelas de terror… pero también de sentimientos. Como Cartas a un soñador. Donde ataca la ausencia de tolerancia de una sociedad que aún tiene mucho que aprender. Donde reconocer la homosexualidad puede convertirse en una batalla mucho más cruel que la de ser vampiro y sobrevivir. Porque hay quien no te acepta… aunque no tengas colmillos y sí te reflejes en los espejos. Porque aún hay estúpidos a quienes les asusta más lo que hagas en tu intimidad que el hecho de que por las noches salgas de tu ataúd para chuparles la sangre.
Conocí a Carmen Estirado en una firma. Yo con Isla Perpetua y ella con su primera novela, Las llaves de casa. Yo vendí cuatro… y ella todos. Y me dije, “¿qué tendrá esta muchacha?” Sonriente, pequeñita, pizpireta… Con pinta de no haber roto un plato en su vida. Pues joder con la chavala… Lo primero que hace su protagonista es hacerse un dedo antes de ver a su padre… que le dirá que su madre tiene un cáncer terminal. Una historia que te llega a la patata como un bofetón enfundado en el guante de un payaso. Porque no sabes si reír o llorar. Porque esconde una tristeza y una sordidez aderezada con polvos, porros y cervezas, soledad, silencios y cruces de miradas. Llantos reprimidos y futuros inciertos. Y, qué coño, una entrega total. Porque ese personaje que bebe, come y folla, también caga, como todo el mundo. Creí que Carmen Estirado era una princesita cuando la conocí. Y lo que es es una escritora con los ovarios cuadrados.
Miguel Abollado es Ingeniero Telemático. Pero no escribe de números. Sino de personas. Mi vecina quiere presentarme a su gato podría ser un retrato generacional. De esos treintañeros pasados de todo, más por haberlo pensado que vivido, encerrados en sí mismos, para quienes su mejor amigo es una buena película y su amante perfecta… unas cuantas birras. Pero es mucho más. A veces, incluso creía estar leyendo a Nick Hornby.
Javier, Carmen y Miguel. Cada uno de su padre y de su madre. Pero con un elemento común: sorprendentes.
Yo ya los conozco.
A ellos y sus novelas.
Ahora te toca a ti.