CríticasPoesía

El emparrado

 

El  emparradoEL EMPARRADO

María Antonia Ortega

 

Por Rubén Romero Sánchez

 

Conozco a María Antonia Ortega desde hace tres lustros.

Y es una buena amiga. Fue la primera persona que leyó mi último libro antes de decidirme a publicarlo.

Así que no puedo ser objetivo con ella. Ni con Nuria Ruiz de Viñaspre, la valiente editora y excepcional poeta que está conformando un catálogo de lujo en la colección Eme (Escritura de Mujeres en Español) que dirige en Ediciones La Palma, cuyo primer número es El Emparrado, en mi opinión el poemario más logrado de María Antonia. Es este un libro de gran densidad telúrica en su utilización, a veces lorquiana, de la tierra en su doble sentido de barro del que todos nacemos y lugar al que pertenecemos. “Yo soy el que todavía no soy”, reza bíblicamente el primer verso. Y desde ese momento el yo poético se trasciende para convertirse en el anhelante que busca su ser y estar en el mundo a través de la identificación con su pasado. Mientras tanto, el símbolo de la madre como figura que condena a muerte dando la vida se solapa con la búsqueda de la infancia recuperada en forma de casa de los abuelos (“padres de padres”), que es donde se encuentra el inicio de todo, lo primigenio, lo edénico (“la casa de los abuelos es ahora / un arado flotando en el mar”).

Partiendo de la imagen de la Piedad como madre doliente víctima del sinsentido, la poeta viaja a través de la tradición poética occidental (discutiendo con Manrique, “Tu vida no es un río / que va al mar”, o apoyándose en Whitman, “… mis caminos / son todos los caminos”), en una suerte de acontecer barroco en el que la autora aspira menos a ser una voz escuchada que a nombrar la vida entera a través de lo más leve, de la palabra de la “mujer estéril”, la mujer que vive “jugando sola”; porque “un verdadero escritor no habla con los hombres sino de los hombres”, verdad que entendieron los poetas que una vez fueron y que precedieron a una María Antonia que, recordando a aquella más joven María Antonia que escribía sobre ser una mujer que vive sola en Lavapiés, hace una declaración (poética) de intenciones cuando sentencia: “creo en la soledad sobre todas las cosas”.

Poemario de dureza seca “En vida de mis padres / estaba en tierra. Sí, / era como un marinero / empleado en un huerto”, es en la palabra suave y en el nombrar delicado de la fluidez de su versificación donde encuentra el asidero emocional en el que la esperanza deviene belleza. Y al acabarlo uno se siente reconciliado con el noble arte de leer poesía, poesía intimista que no necesita de megáfonos ni correveidiles para convertirse en eterna, poesía que con solo dos versos evoca más que cien mil canciones: “por eso necesito el desierto / y los días de luz interminables”.

Uno de los mejores libros de este año, perdonen que les diga.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *