Augusto Cruz a propósito de «Londres después de medianoche», su debut literario
«¿Qué sentiría si algo que usted ha creado, o bien, que ha considerado como suyo, en lo que plasmó una parte de sí, desapareciera para siempre? La biblioteca de Alejandría, la crucifixión de Jesús, la caída de Constantinopla, ¿no le parece que cuando el último testigo de un gran momento en la historia muere, ese momento desaparece con él para siempre, y sólo nos sobreviven versiones distorsionadas de lo que en verdad ocurrió?».
Augusto Cruz (México, 1971) ha cursado talleres de guión cinematográfico en México y UCLA, así como el Máster en Dirección del Sindicato de Directores de México. Colaborador de las revistas Etiqueta Negra y La Nave, ha obtenido diversos premios y becas. Ahora debuta en el mundo literario con una novela llena de suspense basada en uno de los mayores misterios de la historia del cine. Un gran ejercicio de documentación repleto de anécdotas reales y una lectura que evoca con brillantez el terror clásico del cine mudo, para los amantes del celuloide y de los libros de misterio.
Londres después de medianoche. Augusto Cruz. Editorial Seix-Barral, 2014. 368 páginas. 19,50 €
Mc Kenzie, agente retirado y hombre de confianza del mítico director del FBI J. Edgar Hoover, es contratado por el famoso coleccionista Forrest Ackerman para investigar el paradero de la primera película americana de vampiros, el filme más buscado de la historia. Todo apunta a que la última copia se perdió a finales de los años sesenta; sin embargo, un enigmático joven afirma haber asistido recientemente a una proyección privada. La leyenda asegura que Londres después de medianoche trajo la desgracia a sus actores porque en ella actuaban vampiros reales, que los cines que la exhibieron se incendiaron y que aquellos que la buscan desaparecen. Mc Kenzie, un detective de la vieja escuela, no cree en la maldición y se lanza a la aventura de encontrar la cinta.
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P.- Intriga e investigación policial se combinan con historia del cine denotando en usted una gran pasión por ambas. ¿Cómo llegaste a la película y qué te empujó a escribir sobre ella?
Desde muy joven me gustó el cine y la novela policíaca. A los doce años yo leía a Conan Doyle, Poe, Wilkie Collins, Agatha Christie, Ellery Queen, pero también a esa edad veía mucho cine mudo de Estados Unidos y de Europa. Compraba guiones de cine, libros de teoría cinematográfica de Serguei Eisenstein, por ejemplo. En la medida de lo posible leía la novela, luego el guión (o cuantas versiones hubiera) y después veía la película. Si bien esto me limitaba un poco la sorpresa, puesto que ya sabía en términos generales lo que pasaba, fue un proceso de gran ayuda para comprender el lenguaje literario, el del guión y la representación final en imágenes. Me gustaba imaginar a la película como el testigo de un crimen y la proyección como un interrogatorio en el que podían decirnos sólo lo que quisieran que supiéramos. No me conformaba con saber qué pasaba en la película, sino que me dedicaba a husmear en el guión, las historias tras la película, la vida de los actores y directores en busca de pistas que me permitieran adentrarme en ese misterio. Convertido en una suerte de detective de películas, descubrí que Londres después de medianoche no sólo era la primera película de vampiros filmada en Norteamérica, y uno de los filmes perdidos más famosos para el American Film Institute, sino que tras de ella se encontraban historias ocultas en ese delgado mundo de celuloide. Fue la primera cinta en ser acusada de incitar a un crimen: un joven, precisamente en Londres, mató a su novia e intentó suicidarse. Al recobrar el sentido juró que la imagen de Lon Chaney de la película le orilló a cometer tales actos. A la par conocí a Forrest Ackerman, un gran coleccionista de artículos de cine de ciencia ficción y terror, y quien vio la cinta a la edad de once años. Esto le convertía en la única persona con vida en haber visto un filme que ya no existía. Convocados por el azar o el desino, estos elementos fueron piezas claves en la construcción de la novela.
P.- ¿Cuánto de real (y de ficticio) hay en todo lo que cuentas sobre la cinta “Londres después de medianoche” y su paradero?
Probablemente un ochenta por ciento de la novela está sustentada en información real y verificable. Gran cantidad de los personajes existen y a algunos pude conocerles en persona. Algo que busqué en la estructura y temática de la novela es que la línea entre la ficción y lo real se borrara, cambiara de lugar, o se desvaneciera parcialmente a la largo del relato, que la verdad y la ficción corrieran tan juntas que no fuera posible distinguirlas. Lectores me han preguntado cómo se me ocurrió la creación de tal o cual personaje, sólo para darse cuenta de que en verdad existió y su vida fue muy parecida a la descrita. Como en estos conjuntos matemáticos de diagramas circulares en donde uno invade parcialmente a otro y se crea un tercer territorio compartido, es en ese tercer espacio donde ocurre la novela. Me interesaba que la construcción e investigación de la historia permitiera que este nuevo territorio pareciera tan real como si hubiera existido. Por otro lado, el destino de la cinta es incierto, con frecuencia diera la impresión de aparecer y desaparecer en un juego de sombras, entre presuntas exhibiciones clandestinas o en el rumor de que un misterioso millonario la posee pero se rehúsa a darla a conocer hasta que los derechos de propiedad se venzan, o incuso ni siquiera eso le animaría a exhibirla. Poseer algo único nos vuelve únicos, y en el lado oscuro del coleccionismo nadie desea compartir sus tesoros. Mi esperanza al escribir esta novela es que los lectores busquen en el sótano o el ático del abuelo, que abran baúles, revisen paredes huecas, y si no aparece esta cinta tal vez sí otra igual de maravillosa.
P.- ¿Sólo un detective como Mc Kenzie y un coleccionista como Ackerman podrían poner tanto empeño en la localización de la película?
La naturaleza del ser humano es buscar, traspasar esa barrera de lo desconocido. Los misterios son más atrayentes que las certezas. Jack el destripador o el manuscrito Voynich no pertenecerían a este imaginario colectivo que les ha hecho perdurar en la memoria de haber sido atrapados o descifrados. Así como Mc Kenzie se empeña en encontrar la cinta, hay fuerzas extrañas que se oponen para su éxito bajo la siguiente premisa: el ser humano debería conservar algunos misterios para poder seguir viviendo.
P.- Realidad y ficción se mezclan para atrapar al lector ávido de emociones: terror, misterio y leyenda… Imagina que, como la película, algo le sucede a todos los que leen tu libro…
Es algo que me gustaría. Todo escritor desea que algo les suceda a sus lectores, que no sean los mismos al inicio de esa travesía que iniciamos juntos. Me propuse que los personajes, las atmósferas y las situaciones de la trama fueran lo suficientemente atrayentes para persistir en la memoria tras terminar el libro. Que Mc Kenzie, Ackerman, Hoover, no desaparecieran de la mente del lector tras la última página. Que los sintieran como amigos o enemigos a los que uno puede volver a acudir o cuidarse de ellos. Uno de los mayores placeres que he tenido al conversar con los lectores es que muchos tras terminar la novela han regresado a leer un cierto capítulo, recordar una frase, revivir un momento. Me gustaría pensar que escribí una novela policíaca a la que se puede regresar a releer y recordar ciertos momentos que fueron significativos tanto para lectores y personajes. Es algo que no es común en la novela policíaca, pero mi interés era ese: crear momentos y personajes que fueran tan importantes que uno pudiera recurrir a ellos en el futuro como a un amigo que se extraña.
P.- ¿Cómo fue la búsqueda paralela y la documentación que en torno a la cinta, al igual que el protagonista, realizó Augusto Cruz?
Tengo estudios (truncos) de Detective Privado por correspondencia, así que el proceso de escritura de la novela fue más bien detectivesco. Unir puntos, tomar declaraciones con décadas de retraso a muchos personajes y dudar en primera instancia de lo que decían. Una cinta que está perdida hoy puede aparecer completa o fragmentada de un momento a otro, así que me propuse elaborar un informe lo más preciso posible para el cliente que me había contratado, en este caso el lector. El internet fue de gran ayuda durante la escritura de la novela, hay mucha información sobre películas que puede tardar años en publicarse, y aún más en ser traducida, pero esta telaraña cibernética ha reducido ese tiempo de espera con el agravante de que hay lugar para la mentira o las inexactitudes. Siempre corroboré un dato con más de una fuente, y cuando me encontraba con información contradictoria entre un medio escrito y uno electrónico, el medio escrito llevaba una ventaja, pues suponemos –esto irá cambiando con el futuro- de que el medio escrito en papel conlleva un rigor histórico y metodológico mayor. Me planteé salir al mundo a buscar la película perdida más famosa en la historia del cine en cualquier lugar donde esta pudiera hallarse, y el resultado fue esta novela que va de Los Ángeles a Nueva York, Falfurrias, Texas, el peligroso Golfo de México dominado por el narco hasta lugares inimaginables, casi surrealistas.
P.- En torno a la película desaparecida articulas una historia que juega con la memoria y el pasado. En el momento de las nuevas tecnologías, ¿qué valor crees que tiene todo aquello que no está documentado o que ya no existe?
Por desgracia estamos en un mundo en el que los objetos han dejado de tener la importancia y el significado que lo tuvieron antes: un juguete, un peine, un libro, una pipa o un encendedor podían remitirnos a momentos únicos de nuestras vidas, pero ya casi no es así. Este mundo crea verdaderas maravillas tecnológicas para luego desecharlas por otras con una capacidad mayor o una cubierta de un nuevo color. La experiencia de colocar en el tocadiscos un disco de vinilo, por ejemplo, es casi irrecuperable: tumbarse en un sillón con la funda e imaginar mientras escuchabas música era casi un ritual; el lado A y B de un disco hablaba mucho de la dualidad del ser humano, este Dr.Jekyll y Sr. Hyde que tenemos dentro: el lado A para los éxitos, la música más fácil de escuchar, mientras que el lado B era nuestra parte oscura, ese ser que evoluciona y experimenta peligrosamente sin tener que rendir cuentas a nadie. El músico sabía que en algunos casos el lado A generaba éxito, legiones de fanáticos, pero el B era complicidad, oscura complicidad. Esas experiencias se han perdido. Nadie puede sentir apego por un iPhone o un iPad que cambia tan rápido de modelos: tiramos uno y compramos otro. No todo tiempo pasado es mejor, la tecnología nos ha ayudado a conservar muchas cosas, esta reducción de canciones a objetos casi microscópicos, tener treinta mil melodías en un dispositivo del tamaño de una uña asegura la permanencia de las canciones, pero no tendremos tiempo de escucharlas con el fervor de antes. Pareciera que Google y el internet intentan sustituir a esas memorias prodigiosas de ancianos que nos relataban sus recuerdos, pareciera que recordar las cosas ya no es tan importante si toda la información está a un click de distancia. Googlear parece ir ganando la partida a la experiencia de recordar. Con el tiempo las historias en un bar o en frente una fogata serán contadas a través de dispositivos electrónicos y no por la memoria y los recuerdos. Por otro parte, lo no documentado, lo que ha dejado de existir tiene un valor que la memoria le atribuye, que el recuerdo modifica, perfecciona o incluso tergiversa de maneras a veces hermosas pero no necesariamente exactas. La explicación de las estrellas en la antigüedad era científicamente inexacta, pero indudablemente bella. No creo que un científico de nuestra actualidad haya visto centauros o seres mitológicos en las constelaciones. De las siete maravillas del mundo casi todas son sólo un recuerdo; no sabemos los materiales ni el tamaño del Coloso de Rodas, ni los problemas técnicos de su edificación, pero ese ser ahora inexistente y lejano acude a nuestra mente como un gigante de otro tiempo que los marineros en sus barcos veían al llegar a puerto. La memoria no sustituye al rigor de un documento, pero lo que perdemos de certeza y exactitud lo ganamos en imaginación y fantasía.
P.- ¿Cómo ha influido tu trabajo habitual de guionista a la hora de escribir la novela?
Mi formación de guionista fue muy importante para la estructura de la novela. Decidí utilizar técnicas de guionismo durante la escritura, no para que el texto pareciera un guión de cine, algo que por desgracia ocurre en ciertas novelas –en especial en un tipo de bestseller-; me interesaba desarrollar conflictos, crear personajes entrañables y sólidos con necesidades dramáticas, investigar mucho, editar cada suceso para que tuviera un motivo de estar en la trama. He estudiado las principales tendencias de guionismo, metodologías, cursos, fórmulas, y pude hacer uso de lo que sentí me iban a ser de utilidad durante el proceso de escritura. Busqué que mis personajes estuvieran en situaciones límites para ver cómo reaccionarían. Edite la novela para colocar las escenas en donde mejor funcionaran, así como un director elige el mejor lugar para poner la cámara a fin de que la escena funcione; de esa misma manera me propuse escribir esta historia.
P.- Aparte de la cinta original, ¿buscaste referencias literarias o cinematográficas que te sirvieran de soporte a la hora de escribir la novela?
La novela tiene un arduo trabajo de investigación, tanto literaria como cinematográficamente; pero más que buscarlas, las referencias fueron apareciendo solas. Tengo una deuda con importantes historiadores de cine, que ven más allá de lo evidente y rescatan para nosotros aspectos que hay detrás de las cintas. Grandes novelas policíacas me acompañaron durante la escritura: El largo adiós de Raymond Chandler me permitió descubrir que las atmósferas y los recursos de novelas consideradas más literarias tienen cabida en lo policíaco. El agente de la continental, de Dashiell Hammett me inspiró a forjar esta idea de la necesaria invisibilidad del detective, que Edgar Hoover también inculca en sus agentes. Muy probablemente por eso hay pocas descripciones físicas y rostros en la novela: no sabemos de Mc Kenzie más que su apellido, su edad es vaga y su vida privada casi un misterio, de la misma forma de que el personaje del agente de la continental no tiene un rostro ni descripción definido. El misterioso señor Martínez de la novela puede ser una reinterpretación del millonario Charles Foster Kane, esta idea de seres que sienten está por encima de todos y que tienen el poder de hacer cumplir sus designios. Estructuralmente descubrí, tiempo después, que la novela era un humilde, inconsciente -y toda proporción guardada- homenaje a esa obra maestra que es El ciudadano Kane. El relato que sobre la película perdida realizan diversos personajes la hace ver a momentos como un objeto maligno, tétrico, peligroso, entrañable o luminoso. Diversos acontecimientos fueron llevando a otros. El fallecimiento de Walter Cronkite, el famoso periodista que transmitió la noticia de la muerte de J. F. Kennedy en TV me impulsó a escribir una subtrama de la vida de Mc Kenzie que no había imaginado. Uno puede tratar de convocar al destino, pero este es un invitado que se cree lo suficientemente importante para llegar tarde y además, ir siempre disfrazado de manera diferente.
P.- ¿Te has planteado una adaptación al cine o la televisión de tu novela?
No por el momento. Un importante editor me comentaba a lo largo que leía la novela que iba imaginando la película hasta que llegó al último capítulo. Prácticamente me dijo que no podía, más bien no debía ser filmado. Que consideraba muy difícil poder trasladar a imágenes la atmósfera, los sentimientos, lo entrañable y duro del final. Sin embargo, ese es el reto para un guionista. Tengo un Masterclass en dirección de cine por el Sindicato de directores de cine de México, pertenezco al sindicato de guionistas, y he tomado más de ochenta cursos de guionismo en México, Los Ángeles y Chicago, y desde joven quise ser director de cine. El tamaño de tal responsabilidad me imprimió tal respeto que decidí que por el momento prefería dirigir mi primera novela y a mis personajes. Escribí muchos capítulos mentalmente y a medida que los transcribía los editaba, acortaba en un lado, cambiaba escenas de lugar, etc. Conozco de la difícil labor del guionista y del director para convertir en lenguaje visual el lenguaje escrito, en adaptar, en saber que algo puede funcionar muy bien en papel pero no en imágenes. Considero que por el momento la novela debe de seguir su curso como tal. Habrá seguramente un momento en que las situaciones se ordenen y coincidan para pensar en una adaptación fílmica o televisiva, pero por el momento los personajes vivirán sólo en la mente de los lectores.
P.- ¿Qué nuevos proyectos narrativos tienes en mente?
Actualmente estoy investigando sobre el vampirismo en el cine. El proceso de investigación es algo que disfruto enormemente, y es una parte por demás interesante y detectivesca de la labor del escritor y del guionista. Tan sólo para pensar en escribir el primer capítulo de esa futura novela tengo más de treinta libros de consulta, además de toda la bibliografía sobre el tema del vampiro en la sociedad, en la literatura, y en la mitología, estoy leyendo antiguos procesos sobre vampirismo, casos que conmocionaron y rumores. Muy probablemente es un texto que me llevará otros cinco años, o diez, no lo sé, pero por el momento me encuentro en esa parte del proceso. Si escribir una novela es como adentrarse en un bosque desconocido, la investigación es el entrenamiento de supervivencia, y si eso no es suficiente, la imaginación será la destreza que nos sacara de los apuros que la creación literaria nos presente.
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Por Benito Garrido.
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