¿Filosofía o literatura? Entre las sombras breves de Walter Benjamin
Por Daniel Lara de la Fuente.
“Cuando se acerca el mediodía, las sombras son todavía bordes negros, marcados, en el flujo de las cosas, y están dispuestas a retirarse quedas, de improviso, a su armazón, a su misterio”
Quizá uno de los retos intelectuales más difíciles que han de acometerse alguna vez en la vida sea el de intentar hacer justicia a los escritos fetiche particulares. A priori, naturalmente esto parece una insultante obviedad. No por ello el escozor remite. Un buen día, después de las lágrimas que se deslizan irremisiblemente mientras y después de leer por enésima vez las tesis de Benjamin, -algo normal en cualquiera que conserve algo de sangre en las venas- decidí hacer caso de verdad al consejo implícito de Brecht con respecto a las mismas, esto es, no malentenderlas. Pensé que tal vez buscarle las cosquillas al objeto de deseo suele ayudar a realizar dicha tarea.
Yendo al grano, en la II tesis ya me empezaba a chirriar eso de las “mujeres que hubiesen podido entregársenos”. Ante la duda- ingenuo de mi por albergarla todavía- la consulta casi inmediata a mi asesora oficial en cuestiones de género durante el primer semestre del reciente curso académico no se hizo esperar. El veredicto fue contundente: si no machismo, al menos sexismo de manual, bien camufladito por la costumbre casi automática de adoptar la perspectiva androcéntrica. No obstante, el paladín del jetztzeit podría salir redimido en una concepción más interesante de la “amada”. El fragmento “Amor platónico” parecía ser la clave, la otra cara de dos elementos en tensión. Pero el curso de mi viaje escapó a mi intención inicial. Cuando abordé este texto en busca del Benjamin feminista, decidí rematar la faena metiéndome entre pecho y espalda el resto de fragmentos que forman “Sombras breves”. Nadie podría haberme advertido de lo que me iba a encontrar: ¿un flâneur berlinés frente a Notre-Damme evocando su perenne romanticismo en busca de la lejanía ante la contemplación inmediata? ¿un aprendiz haciendo sus pinitos en psicoanálisis chivándole a Lacan ideas sueltas del seminario 20? ¿un psicólogo social en prácticas echando pestes del horóscopo y de la vanidad de sus feligreses? ¿ un personaje de alguna polvorienta novela faulkneriana que aprovecha de paso para susurrarle al oído a Beckett con otras palabras su balsámico a la par que extrapolado hasta la saciedad leitmotiv llamado “fracasa mejor”? ¿un pillín engreído que dice a quien se dedica a la poesía dónde se encuentra su don?, o ¿más bien un atormentado personaje de novela modernista, carne de monólogo interior heterodoxo gustoso de la contradicción y falto de pereza en la argumentación, narrando sus tribulaciones?
Viéndole las orejas al problemón (o tal vez al cacao mental), y teniendo como única seguridad que estos fragmentos conjuntados no podrían ser aceptados como paper en una revista académica actual al uso tras fracasar en su rito de paso- llamado revisión por pares- , acudí raudo a Habermas. Todas sabemos que, del mismo modo que Shin chan no quiere ver el pimiento ni en pintura, a nuestro ilustrado irredento particular no le gustan para nada las aporías. En aquellos años 80, en medio de la fiebre deconstruccionista y de la cínica crítica de los “grandes relatos”- y eso que aún quedaba para rato- y con Derrida y Foucault como dos de los niños más mimados por el star system filosófico, el pobre de Habermas contemplaba cómo la peor pesadilla de los galos parecía hacerse realidad. El cielo se le caía en la cabeza cuando los suplementos de cultura decían que la nueva obra de Blumenberg no parecía ser ni filosofía ni literatura, a pesar de las tapas de los ejemplares colocados en sus correspondientes secciones en las librerías. ¡Con lo clarito que estaba todo cuando Adorno sacó sus Minima Moralia! Se acabó la tontería. Un poco de iluminismo pondría orden a estas aguas revueltas. Ahí estaba para desbrozarme el camino escondido entre la espesa maleza: resulta que, al no saber si lo que había escrito Benjamin era filosofía o literatura, me había olvidado del sujeto, de la de la autoconciencia y de la autodeterminación y había permitido al lenguaje autonomizarse (1) y convertirse en destino epocal del Ser, en hervidero de significantes administrados indiscriminadamente por poetas y pensadores. En otras palabras, el primer, el segundo Heidegger y el estructuralismo me habían inoculado su perorata.
Resulta que experimentar con el lenguaje literario implica una renuncia a la pretensión de verdad y condenar a la obra al redundante circunloquio autorreferencial, listo y calentito en la mesa para que me la adueñe tras haber realizado adecuadamente el despiece del cadáver de su autor. La filosofía es una cosa más seria, de machotes que no se dejan llevar por esos anárquicos delirios místicos que renuncian a la razón. Nada de parodias ni comentarios; aquí, o crítica- vaya usted a saber qué entiende con esto- o Habermas se lleva la pelota y no hay partido. ¿Y los aforismos? ¿No hay ahí algo que no permita masticarlo todo de forma tan clara y distinta, algún tropezoncillo que se atragante?
“¡No! -me decía- ¡hay que distinguir el interés por cuestiones de verdad del apoyo en las experiencias estéticas! El lenguaje literario se alimenta de su propio fluir, y sólo de la manera más ridícula podría mantenerse más de 1 minuto en pie en la discusión filosófica.” Y yo respondí si acaso Benjamin se está limitando a jugar conmigo, contándome mientras tomamos unas cañas las supersticiones de nuestro tiempo- me gusta leerle desde mi época sin historizarle más de lo debido, qué le voy a hacer- y el morbo por el horror y el pánico en la Fête Nationale, después de que las bengalas se desparramen sobre Montmartre desde el Sacre-Coeur, para que yo me haga mi paja mental, autónoma o dependiente de él, sin incordiarle. Me pregunto si, al igual que es innegable que le gusta ponerse juguetón, al mismo tiempo me está diciendo que el conocimiento y la experiencia estética no son malas compañeras de viaje si los términos de su relación quedan bien definidos (por mucha discusión que hubiera pendiente al respecto). Tal vez también me esté tratando de decir que eso que dijo su colega y discípulo adelantado Teddy de que no hay pensamiento sin tensión ya lo sostuvo él unos cuantos años antes – y decir eso para Habermas por cierto es filosofía (2).
¿Escribe Benjamin sus fragmentos como filósofo o como parisino de adopción? Yo desde luego no termino de tenerlo tan claro.
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(1)Habermas, “Pensamiento postmetafísico”, Taurus, 1990, p.242
(2) Íbid. p.259