El joven de la vida errante
El joven de la vida errante. Jian Guangci. Prólogo de Blas Piñero Martínez. Hermida editores. Madrid, 2014. 144 pp. 15,00€
Por Sara Roma
Es una pena que el destino no compensara al poeta y novelista Jiang Guangci (1901-1931) con las mieles del éxito que, tiempo después, ha cosechado su obra. Su primera obra, El joven de la vida errante, ha pasado a ser el relato fundacional de la literatura china revolucionaria y proletaria; estableciéndose, según el sinólogo Blas Piñero, como «un tipo de narración arquetípica que modelará una manera de entender la novela y sus objetivos» (p. 16). Su éxito se debió sobre todo al hecho de sacar “el grito cruel” y compartir su experiencia personal que era también la de tantos jóvenes chinos.
Esta novela epistolar y confesional —publicada por primera vez el 2 de enero de 1926 por la Biblioteca del Este de Asia y rescatada ahora por Hermida editores— cuenta el despertar de un joven infeliz y marginado que encontrará en el camino revolucionario el impulso necesario para querer cambiar la sociedad en la que vive. Sin embargo, ese mismo camino será el que lo conducirá a su trágico final.
La novela comienza con una carta que remite al escritor Wei Jia, un personaje inspirado en el humanista y científico Lu Zhongong (1877-1944). Cuando redacta esa carta, el joven vive en un hotel y le pide al escritor que se interese por conocer su vida y sus experiencias. Todo empezó a cambiar seis años atrás, una noche en que «dejé de ser el empleado de la tienda del patrón que me contrataba» para unirse a una organización denominada Movimiento de la Nueva Cultura. En realidad, la simiente de la pulsión de ese espíritu revolucionario se había plantado cuando a la edad de 16 años quedó huérfano de padre y madre. La oscura sociedad china, encarnada en el laotaoi Ye Liu y sus hombres, los habían matado. Ahora él debía enfrentarse a ellos para vengar su muerte, derrocar el gobierno, reparar la injusticia y destruir la sociedad que había asesinado a sus padres. Es entonces cuando emplea la fantasía como vía de escape de una realidad que le es insoportable.
Su estilo nada literario y poco pulido llevará al principio al lector a confundirlo con el de un aficionado a la literatura; «lo que dice y su valentía compensa con creces esa falta de talento» (p. 141), manifiesta Wei jian al terminar de leer la carta. Sin embargo, se trata de un recurso literario más, para dar viveza y realismo a la historia de este héroe revolucionario que vagabundea por los caminos de China y acaba dando con sus huesos en la cárcel por haber querido vengar la muerte de sus padres y destruir una sociedad tan injusta. Asimismo, el autor bebe de algunos modelos clásicos como Las desventuras del joven Werther (1744), de Goethe, o las del género de formación y aprendizaje, como el Bildungroman alemán, donde se muestra el desarrollo físico, moral, psicológico y social del personaje desde su infancia hasta la madurez. Jiang Guangci, al mismo tiempo, aprovecha la clave de ficción para denunciar y recordar acontecimientos y personajes claves en aquel momento como la tragedia de los huelguistas que tuvo lugar el 7 de febrero de 1923, y que se cobró la vida de numerosas personas, entre ellos el líder del sindicato Lin Xiangquian.
Frente a tanta ruindad, injusticia y pobreza el héroe avanza en su desarrollo personal gracias a la fuerza que surge de la negación a aceptar el presente adverso y lucha a pesar de los obstáculos que le impiden avanzar. La lección que aprende mendigando por los pueblos es que los campesinos “son gente cobarde y temen ir en contra de lo que dicen las leyes”, que “Dios no está del lado de los pobres” y que la vida es solo sufrimiento. A pesar de todo, mantiene vivo el verdadero espíritu revolucionario: «si salimos vivos de la prisión, sea cual sea el momento y el lugar, debemos continuar con nuestra lucha, y con el ideal revolucionario. Debemos destruir la sociedad para construir otra nueva» (p. 133).