Back to Sahara (2013), de Paco Millán
Por Miguel Martín Maestro.
Quien más quien menos guarda en su memoria algún lugar donde el paso del tiempo ha mitificado la existencia, convirtiendo el recuerdo en ese paraíso perdido al que a todos nos gustaría volver, y en esencia, este reportaje-documental, que aparenta un psicodrama familiar para reconciliarse y reencontrarse con ese espacio mítico, juega con distintos niveles de información para, centrándonos en la historia personal de la familia de Ceano Vivas, abrir horizontes y plantearnos el dilema de qué se hizo mal en el Sáhara cuando era nuestra responsabilidad y lo que no se hizo cuando dejó de serlo de manera directa.
El sentido de pérdida personal se une al de pérdida territorial, más acentuado porque los protagonistas de la historia, los principales, son militares, militares curtidos y de la vieja escuela, los “africanistas” del ejército español, de la estirpe que sabía que un destino en África era una forma de ascender en el escalafón y de vivir una vida algo más dinámica que la de oficinista o la de la maniobra convencional en terreno conocido. El Sáhara es un desierto, fue nuestro desierto y en vez de dejarlo bajo la administración de sus nacionales, decidimos entregarlo a dos países, abandonamos un país sin concederle la independencia, no es que no defendiéramos lo que hasta entonces era nuestro sin razón, es que lo entregamos a quien no tenía mejor derecho que nosotros.
El documental entra así en la doble dimensión de familia e historia, a las imágenes del conocido formato súper 8 familiar, donde tantos fantasmas se guardan en multitud de domicilios, ya trasvasados al video y después al DVD, congelando el paso del tiempo menos en nuestra memoria, para atormentar el recuerdo de cómo éramos o de todos aquellos que nos han ido dejando, se unen las imágenes oficiales del momento, aquel convulso año 1975, aquel pulso ganador lanzado por Marruecos a sabiendas de contar con el apoyo de las potencias occidentales frente a una agonizante dictadura, la necesidad del amigo americano de hacerse con un aliado estable en el Magreb unido a la codicia francesa de introducir a sus multinacionales en la explotación de las numerosas materias primas extraíbles del territorio. Una retirada que podría haber sido realizada de manera más honorable para que el principal colectivo español residente en la zona no se hubiera sentido manipulado, abandonado y humillado, el militar, que desplegado como fuerza de combate (si es que tenía capacidad para ello, algo más que discutible para un país pobre y atrasado en 1975, con material militar procedente de los desechos y descartes americanos de la guerra de Corea) recibió la orden de abandonar y regresar a la Península.
Entramos así en el recuerdo idealizado por los protagonistas de sus años de estancia en el Sáhara, la camaradería militar, su idealización del honor y la vida militar como si su estancia en la zona fuera semejante a la gesta de Beau Geste, su relación con los naturales de la región, el recuerdo de un trato amistoso y de iguales (me cuesta creerlo cuando los soldados saharauis no llegaron a ser oficiales y también fueron abandonados), la idea de que todo era milicia y, en el fondo, el ejército era el amo y señor de la zona. Pero esa vida de rosa que se recuerda, fue cuestionada por una serie de espinas que surgieron de improviso, la presión marroquí, el acoso pesquero, la presencia del Frente Polisario, la inactividad política aturdida por su falta de cultura democrática y de aliados internacionales, la imposibilidad de plantearse una guerra con los graves problemas de opinión pública y logística que generaría otra derrota más que sumar a la historia en África, no deja de ser paradójico que aquellos súbditos olvidados de una dictadura cruel añoren los tiempos del protectorado.
Como ejercicio de recuerdo familiar es normal que falte algo de mala baba, necesaria a mi juicio cuando de ausencia de libertades hablamos, pero eso sería mi película, no la que ha hecho y escrito el director, que opta por el testimonio íntimo más que por el fresco histórico, aunque la película cuente con ambas circunstancias en su argumento, mezclando ambas dimensiones pero sin que lleguemos a saber realmente qué pensaban o qué querían los saharauis del año 75, sabemos que los militares no querían abandonar la zona y menos como lo hicieron, reciente en su memoria el desastre, la falta de preparación, la carencia de medios y el silencio oficial de Sidi Ifni, conocemos las intrigas del momento con un Franco moribundo, pero hubiera sido una buena ocasión para pulsar la opinión de aquel momento del gran olvidado, el pueblo saharaui. Como el paso del tiempo ha demostrado, el Sahara ha pasado a la historia por lo que quisieron marroquíes y españoles, no por la voluntad anulada de los habitantes nacidos en la zona.
Notable película que alcanzaría el sobresaliente para quien la comenta si a esa mala baba se hubieran añadido menos guiños a la complicidad del espectador, o de un tipo concreto de espectador, no desmerece al resultado final pero si lo lastra de alguna manera al aparentar estar dirigido a un sector de público cuando la historia merece más recorrido y más espectadores. En todo caso felicitar la apuesta, que alguien hable del Sáhara en España con dinero y equipo español y sin propósitos “buenistas” de ONG progresista es importante para enfrenarnos con nuestra historia presente, ésa que ha negado la nacionalidad a los que fueron súbditos y tenían DNI español para pasar a ser apátridas de sí mismos.