El sueño de Ellis (2013), de James Gray
Por Miguel Martín Maestro.
Animado por la perspectiva de que la última película de Gray me resulte tan interesante como la anterior (Two Lovers) y me haga cambiar de opinión acerca de la calidad de su cine, generalmente alabado por crítica profesional, amateur y público, e igualmente optimista, pues si ha cambiado mi opinión como actor sobre Joaquim Phoenix, lo puedo hacer con un director, con el que tengo la misma sensación tibia que con los afamados Fincher o De Palma. Me intento sumergir en la historia de drama ambientada en los años 15 del siglo XX, en plena Gran Guerra en Europa y me atraganto rápidamente.
En ocasiones un par de planos elevan o destrozan a una película, y si una cosa no puede negarse a Gray es su dominio de la imagen, yo donde disiento notablemente con la mayoría es en su forma de contar historias, o en las historias en sí mismas, tan de tragedia shakespeariana que prefiero al bardo inglés antes que a los sucedáneos. El primer plano y el último de la película son absolutos reflejos de cómo una imagen dice más que mil palabras, un paisaje brumoso, desde lo que después sabremos que es la isla de Ellis, nos muestra a la estatua de la libertad dándonos la espalda, como el personaje que interpreta (otra vez magistral, y van varias seguidas) Phoenix, el buscavidas Bruno Weiss, que también mira en la misma dirección que la estatua y nos ofrece su espalda. Al final de la película, en una habitación fría y oscura dentro de las dependencias del centro de cuarentena y expulsión de la isla, un espejo y una ventana nos ofrecerán la versión esteticista del plano partido, de la separación absoluta de dos seres incompatibles, dos acciones enmarcadas por el cristal, una un reflejo y otra una acción fuera de campo.
Para mi gusto es lo mejor de la película, junto con la interpretación ya dicha y la de Marion Cotillard, pero la historia de la virgen ultrajada y caída en el fango por su sacrificio, el matón de tres al cuarto, chulo y proxeneta, redimido por amor, y el esperado príncipe azul, todo fachada y con el alma mucho más negra que quien se vale de las relaciones de poder, suena a ya visto, a ya sabido, a poco más que un envoltorio de lujo para la enésima dama de las camelias, con tuberculosa añadida.
La película provoca un referente visual inmediato e inevitable, la llegada de Vito Corleone a los EEUU huyendo de la venganza de D. Ciccio en su Sicilia natal. Incluso el ambiente de ese Nueva York (allí el barrio italiano, aquí el judío) nos suena conocido, es el reencuentro con un espacio familiar, como el teatro en el que las chicas aparecen ligeras de ropa como excusa a la posterior prostitución nos recuerda a aquél en el que Vito y Clemenza acudían a ver dramas italianizantes y escuchar tarantellas de su país. Parece una historia desgajada, como un suplemento, de la trama principal del Padrino, sin mafias y sin tiroteos, centrada en tres o cuatro personajes anecdóticos a los que seguimos una temporada.
No puede Gray obviar a la familia, ni puede obviar el cliché de que en caso de apuro, siempre la familia responderá, previas diferencias, huidas, olvidos o ignorancias, Gray no es seguidor de Engels y mantiene una fe ciega en el entramado familiar, aunque haya provocado previamente los mayores males, acudir a la familia es el único remedio para solventar los problemas. Bruno Weiss teje la tela de araña perfecta para provocar la caída en desgracia de Ewa, condicionando el comportamiento de ésta al ingresar su hermana Magda en el sanatorio de la isla al llegar al país tuberculosa, teniendo que afrontar los gastos de los cuidados derivados de la asistencia médica. Desplazada, sin dinero, “ayudada” en los primeros momentos por Bruno, que se hace pasar por miembro de una comisión internacional de ayuda a los desplazados, salvada de la deportación mediante la corrupción, Ewa contrae una deuda que Bruno se va cobrando, pero al tiempo que se la cobra, Bruno sufre la decepción de irse enamorando de Ewa al tiempo que aumenta el rechazo y el asco-odio que el personaje interpretado por Cotillard siente por él. Complicando la trama aparece Orlando “el mago”, un primo de Bruno, que representa lo contrario de éste y advierte a Ewa de la personalidad peligrosa del proxeneta y representante. En el fondo, Emil-Orlando esconde una personalidad aún más turbia y peligrosa que la de Bruno, pues éste es transparente en su comportamiento, mientras aquél es retorcido y manipulador. El resto de la historia no se cuenta, esos son los tres personajes principales, lo demás lo que suponemos tras haber visto a la libertad dándonos la espalda. Policías corruptos, inmigración ilegal, personas sin derechos, prostitución disfrazada de teatro, machismo y vejación, y violencia larvada dispuesta a salir a la superficie en cualquier momento sin importar el resultado. La ley del asfalto como ley de la jungla, cada estrato social tiene sus normas y cada capa de la sociedad conoce las limitaciones de derechos que le tiene reservada su situación. A falta de ayuda legal o de sistema objetivo de reparar los desmanes, acudir a la familia parece la única salida bienpensante, aunque esa familia te haya repudiado y arrojado de nuevo a la isla de Ellis previamente.
A Gray le gustan las redenciones, los perdones, las reconciliaciones pasajeras en beneficio mutuo, como le gustan los personajes atormentados con su destino y su origen, es una opción, pero cuando se vuelve en contraseña moral de su cine empieza a cansarme más cuantas más películas hace pues su desarrollo y desenlace se hace previsible. En estas historias de tragedia intemporal hasta intentas olvidar las incoherencias de guión, cómo alguien con las puertas abiertas al interior del centro de internamiento malvive y se ve obligado a prostituir a sus chicas en un parque público, o cómo una inmigrante polaca en 1915 domina el inglés a su llegada al país en una época en que el francés era el idioma de la gente cultivada en la Europa “moderna”. No me ha causado ninguna emoción esta película, se ve, se deja ver, se presiente la mayor parte de las situaciones, y a salvo ese par de planos genuinos y sobresalientes al inicio y al final de la película, me resulta convencional y plana, como la inmensa mayoría del cine épico de Gray, qué le vamos a hacer.