Skagboys
Skagboys. Irvine Welsh. Traducción de Federico Corriente. Anagrama. 672 pp. 24,90 €
Por Santiago Pajares
Skagboys podría traducirse como ‘Los chicos del jaco’. ¿Y quienes son los chicos del jaco, para que se les ponga su título a un libro? Pues son los archiconocidos protagonistas de Trainspotting, esto es: Renton, Sick Boy, Begbie, Spud… Si estos nombres no te dicen nada, está claro que a mediados de los 90 estabas pendiente de otras cosas. “Trainspotting” se publicó en 1993, y en ella se narraban las peripecias con las drogas de un grupo de amigos de Edimburgo. El libro tuvo gran notoriedad, pero fue tres años después cuando un joven y emergente director inglés llamado Danny Boyle filmó la película que tras su éxito a nivel mundial se acabaría convirtiendo en casi un himno generacional. Porque se habían hecho muchas películas y libros sobre el por qué la gente no debía drogarse, pero muy pocas sobre por qué se drogaba.
Unas razones que quedan bien explicadas en el monólogo que abre la película:
“Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos baratos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver tele-concursos que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida… ¿pero por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?”
Después de Trainspotting, vino la secuela, esto es, Porno, donde podemos ver las peripecias de los protagonistas diez años después. Y ahora viene la precuela, Skagboys, donde podemos verlos diez años antes. Pero hay más, y es que los libros no sólo han tratado de estos personajes, sino del momento que Edimburgo, Escocia e Inglaterra han vivido en esas páginas. Ahora estamos en 1984. Los años de Margaret Thatcher. Los recortes sociales han llegado a las calles y a las industrias, las luchas con los sindicatos se han convertido en una batalla armada con demasiados heridos y la violencia se está convirtiendo poco a poco en una nueva forma de expresión. No hay trabajo. No hay dinero. No hay esperanza ni futuro para un grupo de jóvenes recién llegados a la veintena que lo único que quiere es ir al fútbol con sus amigos y después al pub a tratar de relacionarse con chicas. Pero ya nada de eso es posible y cada uno tiene que aprender a convivir con sus dramas personales, hasta que aparece la heroína. Porque como se explicaba en ese monólogo: “¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?” Los recortes en el servicio de intercambio de jeringuillas acabarán convirtiendo a Edimburgo en ‘La capital europea del Sida’.
Irving Welsh crea una novela de personajes. De personajes muy potentes, con los que es sencillo engancharse, quizá porque ya nos son conocidos. Mark Renton es un chico listo, universitario, la cabeza pensante del grupo. Sick Boy tiene una boca de oro para atraer a los amigos y a las mujeres al mismo tiempo. Frank Begbie es un psicópata que necesita tratamiento. Spud es un pobre diablo al que el grupo tiene casi de mascota. Todos ellos (menos Begbie) acaban cayendo en las drogas, cada uno a su manera pero con un denominador común, y es que todos huyen de algo, de ese Edimburgo donde los recortes se Thatcher han convertido las calles en pura miseria.
Con un extraño uso de la voz del narrador (muchos personajes en primera persona y otros en tercera, cambios de fuentes de letra) , Irving Welsh nos acerca a un grupo de amigos que podría ser el nuestro, donde cada uno de nosotros podría ser uno de ellos, si viviésemos quizá en esa Escocia, en esas calles sin futuro. Porque aunque pueda parecer que ésta es una novela sobre drogas es en realidad una novela sobre la amistad, sobre qué ocurre con ella cuando los amigos se drogan. Mi parte favorita del libro, casi al final, es la conversación sincera que tienen Sick Boy y Renton cuando encuentran que no hay salida a su situación, en uno de esos momentos íntimos entre amigos que revelan mucho más, todo lo que tienen que haber pasado juntos para llegar hasta ahí. Pero para llegar a ese momento, como ellos mismos, hay que haberles acompañado todo el camino. Y es un camino que, como lector, merece mucho la pena.
Como nota aclaratoria diré que precisamente por ser una precuela, no es necesario haber leído previamente ninguna de las otras novelas de la saga. Después de leer Skagboys, seguro que acabarán cayendo.