Sólo los amantes sobreviven (2013), de Jim Jarmusch
Por Miguel Martín Maestro.
Intentando recordar en los últimos años una película arrebatadoramente romántica al nivel de ésta no consigo detenerme sino en el ejemplo de In the Mood for Love, y obviamente nos encontramos ante apuestas formales totalmente contrapuestas, pero el halo de romanticismo maldito en ambos casos, la visualización del amor imposible en uno y del amor eterno en otro hacen remontar cualquier bajón narrativo en ambas historias, a mi juicio inexistente en la película de Kar Wai y evidentes en la de Jarmusch, que continúa ahondando en la línea estética y narrativa que supuso Los límites del control, aunque en esta ocasión con mejor tino, más asible como historia y con muchos de sus tics autorales presentes.
El plano inicial y la escena final resumen a la perfección las sensaciones de los protagonistas y su misión vital (vital para unos vampiros puede sonar a contrasentido). Un cielo estrellado al que se superpone un disco de vinilo que empieza a girar y sobre el disco, por separado, Adán y Eva, uno en Detroit y otra en Tánger, reposando en sus camas, con sensación de ausencia o de estar colocados mientras la cámara gira sobre ellos. El mundo plano como círculo y no como esfera, dar vueltas para llegar siempre al mismo sitio, una y otra vez, día tras día, año tras año, generación tras generación. Al final, en otra noche, y tras enfrentarse a la belleza, la pareja errante decide transmitir su poder a otra pareja de enamorados, es su don y hay que saber a quién se entrega, no sólo la necesidad de la sangre es suficiente para morder, hay que saber seleccionar.
Sí, porque Adán y Eva son vampiros, y no es descabellado pensar en los Adán y Eva bíblicos, los primeros habitantes según la historiografía católica del planeta creado para ellos, y así Eva quedará extasiada contemplando un pasaje de su propia historia personal recogido por Ghiberti en los paneles que cubren el baptisterio del Duomo de Florencia, es un recuerdo de su memoria que perdura como uno de esos momentos imborrables. Pero estamos ante vampiros modernos, del s.XXI, arrebatadoramente románticos, manteniendo las tradiciones del ente en el que se han convertido aun a sabiendas que sólo es conservar una imagen que no corresponde con la realidad, no mezclarse con los humanos, no tocar con la piel sin permiso, no entrar en casa ajena sin ser invitado, no exponerse a la luz del sol… y en la medida de lo posible no beber cualquier sangre, no matar para vivir, comportarse como drogodependientes pagando a los camellos correspondientes por proporcionarles la sangre pura suficiente para mantenerse vivos a la espera de cambiar de domicilio una y otra vez cuando sean descubiertos.
La noche se convierte en la protagonista de la historia, noche en el exterior y noche en el interior de las viviendas, luces tamizadas, ambientes íntimos, luces de neón, iluminaciones fantasmales en las calles (o suburbios) de Detroit y de Tánger, gafas de sol en plena medianoche… la noche como elemento de las películas de Jarmusch, al igual que la música, en la que esta película nos brinda enormes y eternas piezas de blues, pero también música clásica, música étnica… y taxis, los famosos taxis de Jarmusch circulando por calles desiertas en la noche, como los viajes sin rumbo de Adán y Eva en la noche de Detroit. Aprovecha Jarmusch para disparar contra la contaminación, contra la industria musical (“se hará pronto famosa”, “es demasiado buena como para merecer eso”), contra el exceso de tecnología en las artes, contra el escaso recuerdo de lo antiguo frente a la inmediatez de lo moderno, la crisis económica y sus efectos en una ciudad como Detroit, cuna de la industrialización y ahora paisaje ruinoso y de factorías desiertas.
Adán y Eva forman la pareja perfecta, pero siglos de relación implican desgaste y a Adán le gusta refugiarse en solitario durante unos años, el peligro es que Adán (Tom Hilddeston) es pesimista, depresivo, misántropo, y esa eternidad de vida que le espera se le hace insoportable, por eso piensa una y otra vez en el suicidio, pero ¿cómo se suicida un vampiro? Aquí resurge el sentido peculiar de humor de Jarmusch, una bala de madera en el corazón hace las veces de estaca. En otras ocasiones el humor negro se dirige hacia la “familia”, cuando aparece la cuñada a quien “creía que estaría en un ataúd de madera con una estaca en el corazón”. Adán es un músico forrado a cuenta de royalties de sus innumerables composiciones a lo largo de los siglos, algo que le permite innovar en sus composiciones que, siempre, ineludiblemente, terminan siendo atribuidas a otros creadores, porque Adán sólo respeta a los hombres que crean, la galería de retratos que adornan las paredes de su desastrosa mansión así lo atestigua, cineastas, literatos, músicos, poetas… han sido sus compañeros de tertulia y creación hasta el momento, si bien ahora carece de la posibilidad de relacionarse con humanos (zombies para la jerga vampírica) por su absoluta imbecilidad. Eva (Tilda Swinton) por su parte es una apasionada de la literatura, todo lo lee y todo lo aprende con una sola lectura, basta pasar su mano por las páginas para leer y aprender, pasados los siglos mantiene su pasión por el aprendizaje y por lo bello, por seguir ilusionándose día a día, con el aliciente de mantener un amor eterno con la pareja perfecta, cuya culminación orgásmica es poder morderse los labios tras sus reencuentros.
La presencia de Tilda Swinton es todo un logro en la película, actriz de fisonomía imposible, de palidez transparente, resulta perfecta para esta reina de la noche con ganas de vivir y empeñada en recuperar a su depresivo y doliente Adán, y viendo la película, en ocasiones uno rememora o cree encontrarse en un amago del cine de Greenaway, pero huérfano del intelectualismo de salón del cine de este último, y vuelven a la memoria las imágenes de una película de hace una veintena de años, inaccesible para mi intelecto entonces, donde también actuaba una Swinton que transitaba por los siglos en Orlando, recreando el personaje de Virginia Woolf y a la escritora misma.
El mensaje es claro, sólo el amor mantiene la necesidad de vivir, sólo por amor es posible trasmitir la vida eterna, sólo por amor puedes cambiar de residencia durante siglos, y sólo por amor hay que tener cuidado con la sangre que bebes, una sangre contaminada puede acabar con la vida de Marlowe después de sobrevivir a tanto siglo de escaso reconocimiento ante tanto Shakespeare.