Lectura de estación de metro
Por Alejandro Sotodosos
Bienvenidos al consumo masivo de literatura rápida. Sí, aunque algunos se resistían, y creían que iba a ser un ente que resistiese las embestidas de esta sociedad de la prisa y del desvelo, cada día que pasa da la sensación de que estamos más cerca de llegar a comprar libros de usar y tirar.
Libros que no aporten más que emociones superfluas; vaivenes sensacionalistas cada vez más extremos, ante la paulatina inviolabilidad de nuestros sentidos ante las acciones o conductas nocivas e inmorales. Vídeos e imágenes que, bien a través de internet o de la televisión han ido haciendo una mella irrecuperable en nuestro sentido del asombro y la conmoción.
Con esta breve conclusión anticipada, te extiendo la alfombra roja de las plataformas de lectura rápida, de lectura de estación de metro, de lectura de subida y bajada de escaleras mecánicas o de cigarrillo después de comer. 20 lines ha sido la escenificación más concreta, la que me ha hecho ver un nuevo concepto de la lectura.
Esta aplicación para dispositivos móviles (con su correspondiente versión web complementaria) pretende convertir la escritura y la lectura en una red social, donde cada usuario pueda leer breves relatos, con la posibilidad de añadir un corazón en señal de aprobación, añadir comentarios y compartir en diversas redes sociales.
Me paro un segundo a pensar y lo comparo, casi sin querer, con Instagram. Mi cabeza se abotarga y se embota sin querer, tratando de encontrar una conexión entre las dos aplicaciones con dos conceptos muy diferentes. Intento comprender el motivo por el cual alguien que de verdad ame la literatura quiera vagar entre relatos al igual que hace con fotografías de sus conocidos e ídolos.
Pienso de nuevo en mi abuelo, que me enseñó lo que era un libro cuando aún era alumno de los primeros cursos de primaria. Acepto que la situación y el panorama social haya cambiado, y que ahora leamos libros a través de pantallas, sin páginas ni marcapáginas. Sin embargo, no soy capaz de leer por leer, sin apenas prestar atención, tratar de llegar al fondo de un relato y el enorme contenido que pueda tener mientras en la parte superior de una pantalla -demasiado incómoda por su reducido tamaño- aparecen notificaciones y mensajes de otras aplicaciones.
Quiero dejar claro que no estoy haciendo un alegato en contra de la lectura en dispositivos móviles, sino una relexión acerca del concepto de literatura, de que el hecho de leer un buen relato, una novela o un poemario exquisito no es algo social, por mucho que podamos compartir fragmentos o conclusiones en las redes sociales. Tampoco en contra de las plataformas de relatos, en algunas de las cuales participo, que tienen un enorme potencial para encontrar talentos y autores que, de otra manera, tendrían casi imposible ser reconocidos.
Para mí, un relato o una obra atractiva no tiene que ser sensacionalista o llamativa en cada palabra, con tal de ser leído. Tiene que ser algo original, intrigante y que te llegue dentro, que se te clave en el alma y te cueste respirar al terminarlo. Y para ello necesito leer y solo leer, sin notificaciones ni distracciones continuas e innecesarias de los móviles.
Aun así, y después de lo que he expuesto, sigo creyendo que la inmensa mayoría de lectores escapa del sensacionalismo y amarillismo de estos nuevos ganchos. Y que la lectura seguirá siendo un placer tan grande, que ninguna otra distracción podrá dejarla a un lado.
Nunca dejes de soñar.