«La condición obrera», por Simone Weil
«Hay en el trabajo manual y en general en el trabajo práctico, que es el trabajo propiamente dicho, un elemento irreductible de servidumbre que ni la más perfecta equidad social podría borrar. Se trata del hecho de que este trabajo está gobernado por la necesidad, no por la finalidad. Se lleva a cabo por causa de una necesidad y no para obtener un bien; “porque hay que ganarse la vida”, como dicen quienes pasan su existencia dentro de él. En él se aporta un esfuerzo después del cual, a todas luces, no tendremos más que lo que ahora tenemos. Sin ese esfuerzo, perderíamos lo que tenemos.
Pero en la naturaleza humana no existe otra fuente de energía para el esfuerzo más que el deseo. Y al hombre no le es dado desear lo que ya tiene. El deseo es una orientación, el comienzo del movimiento hacia algo. El movimiento es hacia un punto donde no estamos. Si el movimiento, apenas iniciado, vuelve sobre su punto de partida, daremos vueltas como una ardilla en una jaula, como un condenado en una celda. Y dar vueltas y vueltas produce rápidamente el hastío.
El hastío, el cansancio, el asco es la gran tentación de aquellos que trabajan, sobre todo si están en condiciones inhumanas, e incluso cuando no es así. A veces esta tentación se ceba más en los mejores.
Existir no es un fin para el hombre, sino solamente la base para todos los bienes, verdaderos o falsos. Los bienes se añaden a la existencia. Cuando estos desaparecen, cuando la existencia no se adorna ya con ningún bien, cuando está desnuda, no guarda ya relación alguna con él. Incluso es en sí misma un mal. Y es en ese momento cuando la existencia ocupa el lugar de todos los bienes ausentes, cuando se convierte ella misma en su único fin, su único objeto de deseo. El deseo del alma se halla atado a un mal desnudo y sin velo. El alma está entonces en el horror.
Ese horror es igual al del instante en que una violencia inminente va a infligir la muerte. Ese momento de horror se prolongaba en la antigüedad toda la vida para aquel hombre que, desarmado bajo la espada del vencedor, no era ejecutado. A cambio de la vida que se le dejaba, se le obligaba a agotar su energía en los esfuerzos de la esclavitud, todas las horas del día, todos los días, sin poder esperar nada que no fuera no ser ejecutado o azotado. No podía ya perseguir bien alguno más que la existencia. Los antiguos decían que el día que les habían hecho esclavos les habían también quitado la mitad del alma.
Pero toda condición en la que uno se encuentra necesariamente en la misma situación el primer día y el último de un período de un mes, de un año, de veinte años de esfuerzos, tiene un parecido con la esclavitud. El parecido está en la imposibilidad de desear otra cosa que no sea lo que uno ya posee, la imposibilidad de orientar el esfuerzo hacia la adquisición de un bien. Uno hace los esfuerzos únicamente para seguir viviendo.
La unidad de tiempo en esa situación es la jornada. En ese espacio se dan vueltas en círculo. En él se oscila entre el trabajo y el descanso como una pelota que botara de un muro al de enfrente. Se trabaja solamente porque se tiene necesidad de comer. Pero se come para poder continuar trabajando. Y nuevamente se trabaja para comer.
Todo es intermediario en esa existencia, todo es medio, la finalidad no se fija en ninguna parte. El objeto fabricado es un medio; será vendido. ¿Quién puede poner en él su bien?. La materia, el útil de trabajo, el cuerpo del trabajador, su misma alma, son medios para la fabricación. La necesidad está en todas partes, el bien en ninguna.
No hay que buscar más causas a la desmoralización del pueblo. La causa está ahí; es permanente; es esencial a la condición del trabajo. Hay que buscar las causas que, en períodos anteriores, impidieron que la desmoralización se produjera.
Una gran inercia moral, una gran fuerza física que haga el esfuerzo casi insensible permiten soportar ese vacío. Si no es así, son necesarias compensaciones. Una compensación es la ambición de una condición social distinta para sí mismo o para los hijos. Otra son los placeres fáciles y violentos, compensación de la misma naturaleza; es el sueño en lugar de la ambición. El domingo es el día en que se quiere olvidar que existe la necesidad de trabajar. Para ello hay que gastar. Hay que vestirse como si no se trabajara. Hay que obtener satisfacciones de la vanidad e ilusiones de potencia que la licencia proporciona con gran facilidad. El exceso tiene exactamente la función de un estupefaciente, y el uso de estupefacientes es una tentación constante para aquellos que sufren.»
(Fuente: Condición primera de un trabajo no servil. Simone Weil)
Estupendo. Me gusto mucho. Apenas he comenzado a leer a Simone Weil, sin duda me ha atrapado. Gracias por este genial aporte. Siga escribiendo, lo hace muy bien.