Los javaneses
Los javaneses. Jean Malaquais. Edición de Emma Álvarez Prendes. Editorial Hoja de Lata, Gijón, 2013. 296 páginas.
Por Julia T. López
De nuevo, la editorial asturiana Hoja de Lata nos propone una lectura interesante, exigente, que invita a reflexionar sin que por ello se abandone el placer de una ficción narrativa que atrapa. Los javaneses, novela escrita por el polaco Jean Malaquais (Varsovia 1908-Ginebra 1998), ganadora del premio Renaudot en 1939, puede considerarse un ejemplo claro de escritura de vanguardia propia del periodo de entreguerras, que combina una técnica narrativa basada en la fragmentación de la realidad, como si de una pieza cubista se tratara, y el distanciamiento del narrador respecto al personaje, ofreciendo de él una visión objetiva desde fuera, apartada de la penetración psicológica que caracterizó el realismo y de la exhaustividad naturalista de la narrativa de fin del siglo XIX.
En esta obra, Malaquais nos describe la vida de una vibrante comunidad de mineros emigrantes que se buscan la vida en un pueblo de la Costa Azul francesa, en su Isla de Java, que es el nombre peyorativo con el que los galos apodaban esta colonia de apátridas trabajadores por su manera de hablar incomprensible. El javanés es el idioma fruto de esa colectividad multicultural que chapurrea para hacerse entender y trata de comunicarse utilizando un lenguaje universal basado en la intuición, la necesidad y la empatía.
La voz narrativa nos describe alternativamente los comportamientos cotidianos de los habitantes de la comunidad creando un efecto acumulativo de perfiles humanos en movimiento, hasta completar el mosaico y construir un todo unitario que se alza con la imagen de ese personaje colectivo que es la plantilla de mineros de Vagelas. Al final, todos a una, luchan por unas mejores condiciones de vida y de trabajo (o de despido) con quienes ostentan el poder económico y político en ese momento y lugar (la policía francesa y el empresario de la mina, de origen inglés). Luchan, en definitiva, por salvaguardar su dignidad como personas que contribuyen a crear la riqueza del país para el que trabajan.
La novela trata sobre la falta de integración del emigrante entre los nativos del país al que emigra; su desamparo y soledad, compensadas a veces por un fuerte vínculo entre apátridas, a quienes une en la diáspora ser extranjeros en tierra ajena y enfrentarse a los mismos problemas en un contexto hostil y sin ayuda. Malaquais deja clara su crítica a las leyes de extranjería, con sus fronteras, sus papeles y sus visados, y a la hipocresía de una sociedad que utiliza mano de obra barata para sus fines, pero que se niega a reconocer que el trabajo que estos extranjeros realizan y sus derechos sean iguales a los de los nacionales del país receptor.
La novela va colocando con cuidado las teselas para mostrar la realidad de la dura actividad que realiza rutinariamente el grupo de expatriados económicos que son los javaneses. Hay que avanzar en la lectura para adquirir perspectiva y entender el significado de la historia y su trama, dispersa al principio, pero que alcanza su clímax cuando todos esos personajes sueltos de la narración, sin demasiada entidad por sí solos, se unen para formar un solo héroe con fuerte carga de reivindicación social, vitalista, épico en cierto sentido (la épica del movimiento obrero), que nos ayuda a comprender hoy cuál es la fuente social de nuestros derechos civiles y laborales en el contexto capitalista. La peripecia del pueblo minero culmina con la brillantísima escena de la negociación colectiva durante la jornada de convocatoria de una huelga. Esta certera sátira que elabora el autor en la última parte de la obra es el imán que atrae las piezas desperdigadas del puzle y las coloca, las explica, las redime de su falta de cohesión anterior, para convertirlas en un material literario de primer orden que explica el origen de nuestra legislación social. También sirve para entender que las cosas no han cambiado tanto en ochenta años y que los javaneses siguen siendo muchos en esta vieja Europa, donde continúan sobreviviendo y trabajando como ciudadanos de segunda clase, mientras se ignoran y se recortan sus derechos civiles, económicos y laborales.
Los javaneses es, por tanto, un libro actual, que nos habla de los males de ayer que hoy continúan arañando la dignidad del hombre sin más explicación que la de haber nacido en un lugar o en otro. Es, a su vez, una novela que se acerca a otras obras de vanguardia coetáneas, como Manhattan Transfer y El Paralelo 42, de John Dos Passos; Berlin Alexanderplatz, de Alfred Döblin; La colmena, de Camilo José Cela; Uasipungo, de Jorge Icaza o El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría. Todas comparten rasgos formales y una cierta frialdad en el acercamiento constructivista a la realidad narrada. Además, estas novelas se asemejan en su tema central que tratan desde diferentes perspectivas y lugares: la lucha de clases sociales y la explotación humana en la sociedad capitalista que se fue consolidando a lo largo del siglo XIX y que tocó fondo por su propia inercia cíclica, en 1929. Sin duda, leer un clásico así, divertido, cruel, trágico y lírico a un tiempo, produce una sensación agridulce en tiempos como estos que, al final (al menos en mi caso), deja al lector pensativo. Pero la buena literatura es así, demanda atención y reflexión para dejar huella.