Rosas negras
Por Miguel Ángel Montanaro. En demasiadas ocasiones juzgamos a las personas por su apariencia, ocupación, o creencias; y en no pocos de esos juicios temerarios, nos equivocamos. Las personas somos algo más que el atuendo que nos viste y la filosofía vital a la que nos agarramos para andar por la vida.
Podemos insistir en clasificar apellidos y rostros, pero no podemos etiquetar las almas. Desgraciadamente, tienen que sobrevenir circunstancias dramáticas, como por ejemplo, esas explosiones colectivas de nuestra íntima locura cotidiana, que llamamos guerras, para descubrirnos el error en el que nos instalamos a diario.
De esta manera, las acciones de personas que teníamos bajo arresto en nuestro juzgado mental, deshilachan las puñetas de nuestra invisible toga de inmisericordes jueces, para después mandarlas al sitio que su propio nombre indica.
La crónica que les relato hoy no es una leyenda urbana, es un hecho histórico contrastado por cientos de testigos y varios nombres propios de la Cartagena de los albores de nuestra Guerra Civil.
El 25 de julio de 1936, tres relevantes hombres de izquierdas: los concejales José Martínez Nortes, Miguel Céspedes Pérez y el fundador de Izquierda Republicana en Cartagena, José López Gallego, acompañados de la más famosa prostituta del barrio chino del Molinete: Caridad Norberta Pacheco Sánchez, conocida como Caridad la Negra, evitaban la profanación y quema de la Iglesia de la Caridad –hoy Basílica menor–, donde se hallaba entre otras obras irreemplazables del culto, la imagen de la Virgen de la Caridad; una Piedad –como saben, una Virgen sedente con el Cristo muerto en los brazos–, que es la Patrona de la ciudad.
Aquel día, cuando los ánimos de los exaltados hacían caer los símbolos religiosos de los que consideraban sus enemigos, otros, que entendían que la libertad no es sólo una palabra hueca sino un derecho de todos, se negaron, aún a riesgo de perder sus propias vidas, a colaborar con el ciego despropósito de quemar la iglesia.
López Gallego que ya estaba acostumbrado a jugársela por sus vecinos, incluyendo a aquellos que no pensaban como él –porque como se supo después, durante la contienda escondió a varias personas buscadas por el Frente Popular para ser ejecutadas–, organizó la defensa del templo con el apoyo de un puñado de Guardias de Asalto. Le ayudaron los otros concejales arriba mencionados y un grupo de prostitutas del Molinete capitaneadas por Caridad la Negra; mujeres condenadas permanentemente por la Iglesia, humilladas por otros muchos ciudadanos de bien y usadas como juguetes por proxenetas y clientes, pero armadas con una valentía y con unas convicciones morales muy superiores a las de todos sus juzgadores.
“Si tenéis huevos, subid esos escalones, pero con la pistola en la mano” retó López Gallego, flanqueado por un ejército de unos pocos guardias y una decena de putas.
Nadie subió un solo peldaño.
Una lumi con unas tijeras en la mano es una adversaria demasiado peligrosa y no se le ocurrirá a un tipo, por muy bragado que sea, faltarle a la Virgen delante de una mujer de la calle. Y no me pregunten por qué. Supongo, que las profesionales que practican ese viejo oficio, saben mejor que nadie qué cosas le llamarían los justos de su época a la Virgen, estando embarazada y sin marido.
Cuando los asaltantes se dispersaron, la talla de la Patrona fue puesta a buen recaudo en el almacén municipal.
Al finalizar la guerra, López Gallego tuvo que marchar al exilio.
Así pagamos en España a los que defienden a los demás.
En 1947, Caridad la Negra, –que hay que decirlo, dedicó durante toda su vida grandes sumas de sus ganancias a asistir a varias instituciones benéficas de la ciudad–, puso por primera vez a los pies de la Patrona un ramo de rosas negras en desagravio por las ofensas recibidas.
Llámenle religiosidad popular. Opio del pueblo. O simplemente, delirios provocados por la soledad de las noches donde el último sudor que le regalan a una prostituta, se queda impregnado en los billetes que le dejan sobre la cómoda por haber servido de recipiente humano.
Yo creo, que es de los actos de amor más bellos que jamás haya conocido y puede que piense así, porque dicen, que el amor de una prostituta, cuando no se ha pagado por él, es el más puro que se pueda encontrar.
Si algún día visitan Cartagena podrán ver el rostro de Caridad la Negra en una de las pechinas que adornan la Basílica, pues el pintor Wssel de Guimbarda la tomó como modelo para recrear a la bíblica Magdalena.
Y si viajan a la ciudad durante la Semana Santa, comprobarán que el Lunes Santo, los portapasos de la Piedad, cuando sitúan el trono frente a la Patrona en esa misma iglesia que unos rojos y unas putas salvaron de la quema, depositan un ramo de rosas negras a los pies de la imagen de la Virgen.
Muchas personas, miles de visitantes, se preguntan por qué.
Ustedes ya lo saben.