Pobre blanco
Pobre blanco. Sherwood Anderson. Trad. de José Antonio Bravo. Sevilla, Barataria, 2013, 320 págs. 17 €
Por José Miguel López-Astilleros
Sherwood Anderson (1876-1941) es un escritor norteamericano a quien se le conoce en España fundamentalmente por la celebérrima colección de cuentos Winesburg, Ohio (1919), cuyo éxito lo persiguió de un modo hasta casi cruel, podríamos decir, al no ser superada esta obra por las posteriores, juicio que nos parece injusto con el resto de su producción, debido a la gran calidad de su prosa, por lo cual damos la bienvenida a la edición en español de su mejor novela.
Quizás sea conveniente hacer una precisión aclaratoria sobre el titulo, ya que se denomina “pobre blanco o blanco pobre” (Poor White) a un grupo social descendiente de europeos, que provenían del Sur de Estados Unidos y de los Apalaches, formado por jornaleros blancos y sin recursos que no poseían tierras. La justificación del título es la pertenencia del protagonista principal a dicho grupo, como queda patente nada más comenzar la novela. El contexto en el que transcurre la acción (entre 1870 y 1910) es importante para comprender la dimensión de lo que se nos cuenta : durante la Guerra de Secesión el norte del país había comenzado a industrializarse para hacer frente a las necesidades propias de la contienda, y tras concluir el conflicto en 1865 el proceso se aceleró, transformando las ciudades rurales y toda la sociedad en general, dando lugar a su vez al sueño americano, con sus luces (prosperidad y bienestar) y sombras (pobreza de los obreros, mayormente inmigrantes, y corrupción tanto política como económica). Hugh, el protagonista, al morir primero su madre y después su padre, se marcha de su pueblo natal en busca de una mejor vida, finalmente llega a Bidwell, donde terminará trabajando como inventor (una figura muy común y reverenciada en aquellos tiempos) de maquinaria agrícola y relacionándose con la emergente clase empresarial; pero no sólo perseguirá sus ambiciones profesionales, sino el afecto de los demás y el amor, encarnado en Clara, la hija de uno de los dos mayores magnates del pueblo. El carácter tímido, solitario y reservado de Hugh será determinante en sus éxitos y fracasos, sobre todo sentimentales. Todo lo que ocurre en Bidwell es representativo de aquella sociedad rural en tránsito hacia una industrial, con todos los cambios de mentalidad que ello conlleva, donde lo artesanal se enfrenta a lo confeccionado por las máquinas, es más, dicho enfrentamiento se concretará simbólicamente en un crimen, con lo cual Sherwood Anderson nos sitúa frente a la pérdida de la inocencia de un mundo ancestral y agrícola, y a la progresiva desaparición de todos sus valores más nobles, víctimas de la codicia. Los personajes principales están caracterizados con toda la profundidad que requiere un período tan convulso, triunfadores en unos casos y derrotados en otras, conviviendo con ellos hay un pléyade de secundarios, que completan la riqueza humana de aquel entorno.
El autor no se limita a desarrollar un argumento de una manera realista con tintes autobiográficos, también refleja la efervescencia de aquellos tiempos, y por contra nos muestra la miseria de los antiguos campesinos en las fábricas, la explotación, las primeras huelgas, la corrupción económica y los trapicheos empresariales, así como el nuevo papel de la prensa en manos de estos nuevos ricos, destinada a crear los mitos de una nueva era, en una tierra ya de por sí proclive a la mitificación, o quizás deberíamos decir a la mistificación. Pero no se nos puede quedar en el tintero el valor que Anderson, dado que la novela fue publicada en 1920, demuestra al incluir el germen de lo que sería el movimiento feminista, que habría de luchar por los derechos de la mujer, representado por Kate, la amiga con la que se relaciona Clara cuando su padre la envía a Columbia a casa de unos tíos, en una época en la que el papel de la mujer estaba relegado a la crianza de los hijos y a las labores del hogar.
Pobre blanco es la historia de una ciudad, de un país y de unos personajes fundadores de una sociedad capitalista, en un camino que va desde la ingenuidad a la descomposición de lo tradicional, al envilecimiento por una ambición económica desmedida y sin principios, a la vez que el progreso técnico no se corresponde en la misma medida y a la misma velocidad con el ético, nada más actual en los tiempos que corren aquí y ahora.