Plataformas digitales
Por Alejandro Sotodosos
A veces pienso que la conciencia humana no permite el lanzamiento de piedras contra el tejado propio. Que es imposible que alguien se inmole sin saberlo, y que se jacte de ello en las redes sociales. Eso fue lo que me ocurrió hace dos días, cuando en Facebook leí algo que me heló la sangre.
El comentario era algo así como que aquella noche, una página de enlaces para ver series y películas de manera ilegal estaba algo saturada. Y pedía a los administradores de la página web que solventaran aquello para no estropearle la velada.
Esto sería algo tristemente habitual, de no ser porque la autora del mismo es una escritora con varios libros publicados. Alguien que genera contenidos y que cobra por ellos alardea de que consume contenidos sin pagar y exige calidad y buen servicio. Demencial.
Parece evidente que esto es algo muy extendido, y que el daño de estas acciones parece no tener consecuencias inmediatas. Eso creía yo, hasta que un viernes por la noche vi el programa Equipo de investigación: El precio de lo gratis.
Para mí, visualizar en un programa la cruda realidad de la industrial cultural española me hizo reaccionar de inmediato. Soy de los que piensan que la idea de la “cultura universal y gratuita” es una utopía sin sentido y que trata de justificar el linchamiento al que se somete a la industria de la cultura y las artes en este país.
No voy a entrar en los precios (que me parecen abusivos) de la música, o los insultantes precios de las salas de cine, o la ridiculez de que un ebook sea más caro que un libro físico. No obstante, al igual que internet ha traído la ruina a la industria cultural, ha traído alternativas consigo que son razonablemente coherentes.
Plataformas musicales como Spotify, Deezer o Napster permiten escuchar millones de canciones a cambio de una suscripción mensual que no llega a los diez euros. Es decir, por el precio de un cedé al mes, puedes escuchar miles de ellos. Plataformas de películas como Wuaki o Yomvi te permiten visualizar multitud de películas y series con un precio ínfimo o por una suscripción con canales alternativos a la TDT. E incluso plataformas de suscripción para leer libros en la tablet o lector de libros electrónicos como Librify, 24symbols o Nubico permiten una situación parecida.
Con esta reflexión quiero llegar a la conclusión que por el precio de comprar un libro, un cedé e ir al cine a principios del siglo XXI, podemos ser capaces de obtener infinitamente más contenido sin desangrar a una industria que se hunde sin remedio.
“¿Quién va a pagar por algo que se puede obtener de manera gratuita?” Se preguntará mucha gente. Y yo respondo: muchas personas que se hayan dado cuenta de la realidad de la situación. De que alguien que realiza un trabajo debe ser remunerado. No hablo de miles de euros al mes, hablo de una compensación que vaya más allá de lo espiritual. Una remuneración por su tiempo, por su esfuerzo y su dedicación.
Porque de lo contrario, y si seguimos por el camino por el que transitamos, nos veremos abocados al precipicio. Porque si consumimos contenido ilegalmente, llegará el día en que nadie pueda lanzar un álbum de música, producir una película o editar un libro. Porque si alguien puede descargarlo gratuitamente, lo hará. Pero hay que tener en cuenta que detrás de ese archivo descargado, hay un esfuerzo, un desembolso económico que, de no recuperarse, hará desaparecer a ese actor, ese cantante o ese escritor que tanto te gusta. Y todos seremos cómplices del martirio al que hemos sometido a todos nuestros ídolos.
Aun así, internet posee las dos caras de la misma moneda. Y yo confío en que, tarde o temprano, podamos encauzar esta situación que a día de hoy está hundiendo a grandes artistas. Yo hace tiempo que estoy suscrito a Spotify y a Yomvi, porque los libros, me gusta comprarlos en papel. Así que animo a todo el que lea este artículo a hacer lo mismo, y a contribuir a que siga habiendo películas, canciones y libros que nos emocionen. Y que podamos seguir soñando con ellos.