UN PASO AL FRENTE
Por Juan Luis Marín. No soy soldado, pero sí de esa generación que ha crecido viendo películas de guerra, pasando de bajar a la calle con una metralleta de plástico después de ver Objetivo Birmania, a echarme unas risas con Los violentos de Kelly o querer ser piloto de caza por culpa de Top Gun. Unas veces era la necesidad de acción y aventura, otras de visitar lugares exóticos… o formar parte de algo con más chicha que el equipo de tirahuevos del barrio o un club de juegos de rol. Y así fue como con el paso de los años adquirí un gran conocimiento del mundo bélico: los americanos en la 2ª Guerra Mundial (La delgada línea roja es mi favorita), los americanos en la guerra de Corea (qué buena es MASH), los americanos en Vietnam (me quedo con Platoon), Irak (Jarhead tenía su punto), Afganistán (estooo, Rambo III), los americanos y sus academias militares (¿quién no ha visto Oficial y Caballero?, las secuelas en los soldados americanos a la vuelta de cualquier conflicto (Nacido el 4 de Julio por poner un GRAN ejemplo), los tejemanejes de la cúpula del ejército americano (joder con Syriana), el papel de la mujer en el ejército americano (a ver quién se mete con La teniente O’Neil), qué es un código rojo, un Tomahawk, un F-18, una M-16, una glock de porcelana… Pero del ejército español, ni un carajo. Ni siquiera en las noticias si nuestros soldados estaban en alguna misión de paz. Siempre que se informaba de alguna baja de soldados españoles resultaba que había sido un accidente. El más extendido, que su tanque, tanqueta, jeep o lo que fuera, se había precipitado por un terraplén, acantilado, desfiladero… Y yo pensaba: “cagon tó, ¿son tan tontos que no se han sacado ni el carnet de conducir?”. Conclusión: si querías saber algo del ejército español veías películas como Morirás en Chafarinas (casi que no…) o leías Historias de la puta mili. Porque el mundo militar, que tanto ha alimentado el cine y la literatura de muchos países, en España era un mundo desconocido. Y digo “era” porque con Un paso al frente dejamos atrás al Cateto a babor que fue Alfredo Landa. O preguntarle a alguien sobre él y que te remita a la Legión y su cabra. Tanto ocultar (o proteger) a qué se enfrenta un soldado español los ha convertido en objeto de mofa. Faltar al respeto por pura ignorancia a quien se supone que está ahí para protegernos. Y que tanto desprecio o indiferencia despierta mientras nos dejamos los cuartos para ir al cine a ver Black Hawk Derribado, El último superviviente o La colina de la hamburguesa.
Más allá de las connotaciones de denuncia de Un paso al frente, Luis Gonzalo Segura de Oro Pulido ha abierto una ventana a un género que nos permitirá conocer, siempre a través de la ficción, una realidad. Ya sea presente o pasada. Porque el ejército español también es fuente de historias de valor y sacrificio, camaradería y sufrimiento, héroes y villanos. Personajes con los que empatizar porque comen tortilla de patatas y no hot dogs, beben Mahou y no Budweisser, ven partidos de fútbol y no de hockey sobre hielo. En definitiva, porque hablan tu idioma. Y, aunque no lo creas, viven entre nosotros.
Así, quizá, solo quizá, si algún día te cruzas con uno de ellos, o los ves por la tele en un desfile de las Fuerzas Armadas, en lugar de pensar “cagon los militronchos”… les mires a los ojos y te digas “ole sus huevos…”.
O sus ovarios.