Roger Wolfe: «salvando todas las distancias me gusta pensar en este ciclo autobiográfico como mi particular versión de En busca del tiempo perdido»
Por Sara Roma
Si hubiese una personificación de la escritura total, estaría encarnada en el poeta y narrador Roger Wolfe (Westerham, Inglaterra, 1962). Además de escritor, Wolfe es traductor y ha colaborado con diversos medios a nivel nacional. Ahora, acaba de publicar el primer volumen de un ciclo autobiográfico. Luz en la arena (Zut Ediciones, 2014), bucea en los recuerdos de su infancia.
De entrada hay que reconocer que el título de Luz en la arena es muy sugerente y acertado, son palabras que inmediatamente e inconscientemente remiten a algo placentero, casi bucólico. ¿Es esa luz la síntesis de aquella niñez?
Sí, yo creo que es precisamente la palabra clave; es lo que yo he querido atrapar en este libro: la luz del Sur y la luz de mi infancia, y hace referencia también —de manera indirecta— al famoso último verso de Antonio Machado: «Estos días azules y este sol de la infancia», que resume a la perfección lo que fue la mía, desde luego, y lo que en cierto modo es para mí la felicidad.
Sí, es algo curioso, porque con el paso de los años vamos recordando con mayor nitidez los acontecimientos de la infancia.
Sí, al final uno siempre vuelve al principio. Es lo que decía T. S. Eliot en uno de los Cuatro cuartetos: «Mi final es mi principio, mi principio es mi final».
Otro aspecto que me ha sorprendido y que tengo que alabarle es su prodigiosa retentiva, pues recrea pasajes de su pasado con abundancia de detalles. Por eso, como lectora, me pregunto, ¿es realmente fiel a la realidad o hay cierta autoficción?
Es curioso, porque esa pregunta me la hace mucha gente, y el proceso es verdaderamente interesante. Cuando uno se pone a escribir un libro memorialístico, según va avanzando la escritura empiezan a aparecer recuerdos que no sabía que tenía, es decir, que estaban en la memoria pasiva. Es como ir tirando de un hilo: van saliendo más cosas y empiezas a recordar. Por otro lado, hay muchas cosas que faltan, que no recuerdo y que mis hermanos me han recordado. Pero otras, sin embargo, ellos no las recordaban y yo sí. Este libro es más bien una autobiografía novelada —no me gusta hablar de memorias— y esto tiene que ver con la ficción. Desde luego, hay una literaturización de lo que cuento: todo lo que sale en el libro es verdad, pero no necesariamente ocurrió como lo cuento. Por otra parte, es imposible recordar con absoluta fidelidad.
La novela recrea su infancia en San Juan, Alicante, a donde se trasladó su familia desde Inglaterra. Usted habla sobre todo de su experiencia en el colegio, de los compañeros, de los veranos en la urbanización, de los vecinos… Sin embargo, y aunque el peso de la obra recaiga sobre el narrador protagonista, a mí me gustaría mencionar el papel y el recuerdo que usted tiene de sus padres y su orígenes. Es más, muy al comienzo de la novela, dice textualmente: «Uno está condenado a acabar pareciéndose a sus padres».
Sí, al final son las figuras clave de la vida de uno. En cierto modo, aunque no me lo propuse premeditadamente, el libro es un homenaje a todos ellos y a mi madre, que murió hace muchos años; pero de alguna manera yo lo escribí para ella y para su recuerdo.
La novela está estructurada en capítulos bastantes breves en los que expone instantáneas o recuerdos de aquella época. Hay uno en especial que me encantó: «Los olores de la felicidad». Existe, pues, una memoria sensorial, olfativa, a la que concede mucha importancia.
Sí, es muy proustiano…; y salvando todas las distancias me gusta pensar en este ciclo autobiográfico como mi particular versión de En busca del tiempo perdido, de Proust, que también hace uso de la memoria gustativa, olfativa, auditiva… Esos sentidos son los que hacen funcionar la memoria. Los recuerdos son ideas abstractas que están en nuestra cabeza pero, al mismo tiempo, determinados olores, sonidos o canciones hacen aflorar en nuestro recuerdo el pasado, como la famosa magdalena proustiana.
Luz en la arena es el primer volumen de unas novelas que llevan por título Las cosas que un hombre ha hecho. Supongo que tiene perfectamente estructurada la obra y sabe el número de volúmenes que va a ocupar.
Sí, tengo más o menos una idea perfilada. Creo que serán cuatro o cinco volúmenes. Voy a ir recorriendo mi vida hasta una determinada edad, si Dios me da salud y vivo y tengo tiempo para terminar la ambiciosa empresa.
Usted ha tocado prácticamente todos los palos de la literatura, y como buen poeta no es de extrañar que haya querido probar otras lides artísticas, como la música. En estos momentos anda metido en un proyecto que se llama Chamán & Wolfe.
Chamán hace referencia a Miguel Marcos, un colaborador al que llamo así porque es como un mago que convierte todo en oro musical. Él tiene un pequeño sello musical independiente, una especie de grupo-taller musical que incluye a diversos músicos y artistas y que se llama La Bizarrería. Entré en contacto con él a través de un amigo común y decidimos colaborar. Hemos estado musicalizando letras y poemas míos. Ya tenemos una docena de temas. Tenemos previsto grabar el material este mismo año, y publicarlo en forma de disco-libro allá por el mes de noviembre, si no hay novedad.