8.05
Por Fernando J. López. Hacía ya tiempo que habíamos decidido caminar juntos. Y también habíamos recorrido diversas ciudades y lenguas que formaban parte de nuestra memoria de dos siendo uno. De uno que se sabe siempre dos.
Fue un 8 de mayo de hace 6 años cuando decidimos hacer, si cabe, aún más público ese camino. Cuando reclamamos nuestro derecho a ejercer como el uno que nos sentimos -que somos- ante la ley, haciendo uso de un derecho que aún hoy, en este mundo de desigualdades, violencia y homofobia, sigue siendo un privilegio frente a la situación que se vive en tantos –cercanos, lejanos- países.
Por eso celebramos el recuerdo de ese día con tanto entusiasmo. Porque sabemos lo que significa. El día y el derecho. La fecha y nuestro viaje. Porque desde que nos conocimos no hemos dejado de construir ese universo común que es el único donde realmente me reconozco.
En ti veo todas y cada una de las piezas que componen mi identidad, porque eres capaz de entenderlas, de asimilarlas y, sobre todo, de ayudarme a componer un puzzle que, de otro modo, siempre seguiría incompleto. Sin ti no habrían nacido en mí tantas páginas que luego otros dijeron en un escenario o leyeron en forma de libro. Sin tu capacidad para unir -sin juzgar jamás- los pedazos de este yo tan inseguro y errático no sé si habría dado forma a más de un proyecto, a más de un sueño. Pero contigo al lado, devolviéndome la esencia de un yo que se niega a ser lejos de ti, he empezado a ver quien de verdad intuyo que soy y que quiero ser, un yo que no tiene que censurarse, ni mutilarse, ni cambiar su esencia porque a tu lado encuentra toda la libertad para expresar todas y cada una de sus facetas. De mis aristas.
En esta etapa, en la que cada día me siento un poco más lejos de ciertos entornos y amistades, como si parte de mi universo hubiera decidido evolucionar en una línea en la que no me reconozco –en la que no les reconozco-, tú sí estás ahí. Estás aquí. Firme en tus principios. En tu capacidad para recordarme que evolucionar no es traicionarse, que se puede ser coherente desde el cambio. Porque crecer no tiene nada que ver con desdecirse. Ni con negarse.
Nunca podré agradecerte lo bastante la libertad desde la que me has enseñado a construir el firme lazo que nos rodea. Un lazo que une, pero que no ata. Que se anuda con fuerza, pero que jamás duele. Por eso, supongo, soy tan exigente con los afectos, porque en ti he aprendido hasta qué punto puede ser generoso y gratificante el amor. Hasta qué niveles de autonomía y, a la vez, simbiosis se puede llegar cuando somos realmente dos. Cuando soy contigo.
Nos quedan por delante muchas ciudades. Muchos libros. Muchas películas. Muchas de esas series que devoramos juntos. Y, por supuesto, muchas óperas (quién me iba a decir que el amor traería a mi vida, también, la pasión por la música). Nos quedan muchas etapas en este trayecto juntos y todas ellas me ilusionan. Por eso este 8 de mayo es una fecha tan especial. Porque cada día 8 no es más que otro inicio. Otro camino abierto. Otro recorrido por hacer. Y por compartir.
Juntos.