CineCríticas Carteleratop2

El viento se levanta (2013), de Hayao Miyazaki

 

Por Miguel Martín Maestro.

el_viento_se_levanta-cartel-5484Le vent se léve…

¡El viento se levanta! ¡Hay que intentar vivir!

Mi libro cierra, inmenso, luego lo vuelve a abrir.

¡De las olas deshechas nuevas olas derivan!

¡Volad, volad vosotras, páginas deslumbradas!

¡Romped, olas! ¡Romped con aguas exaltadas!

¡Este techo tranquilo donde los foques iban!

                                     Paul Valéry, El cementerio marino

Cuesta imaginar un cine sin nuevas películas de Miyazaki, cuesta creer que no va a haber nuevas historias surgidas de los lápices y la mente de este genio de la animación y, por qué no, del humanismo. Pero, ¿alguien puede reprochar poner fin a una carrera culminada con esta joya, con esta maravilla? Al catálogo de personajes inolvidables, Porco Rosso, Totoro, Mononoke, Ponyo, Sofía, Chihiro, Nausicaa… se unen ahora Jiro y Naoko, porque siendo esencial la presencia soñadora y entusiasta de Jiro Horikoshi, Jiro, o el personaje de Jiro, sin la intervención de Naoko, perdería importancia.

Como todas las grandes obras artísticas las lecturas son múltiples en esta película, la ensoñación, el sacrificio por una idea, el amor al trabajo bien hecho, la historia de amor, la belleza, la belleza de la destrucción… y también los lados oscuros y tenebrosos, sólo apuntados, ligeras pinceladas de una obra ukiyo-e donde el paisaje predominante es otro, pero en el que esas pinceladas, como las tormentas o desastres naturales que unen a la pareja protagonista, marcan el desarrollo de la historia, la mueven a beneficio del ingeniero Jiro, pero al mismo tiempo introducen la dualidad moral de la historia, la belleza con consecuencias desastrosas en lo personal y en la historia de la humanidad.

Jiro Horikoshi es un personaje real, no me importa ni me interesa si todo lo que la película cuenta es real y fidedigno, porque es de una hermosura tal que me basta con verlo y sentirlo. La historia de amor es cierta, el sacrificio de ambos, que puede entenderse como egoísmo por parte de Jiro, también existió, la dulcificación o la sublimación del amor romántico o no, que cada uno la valore a su gusto, pero nadie podrá reprochar a Miyazaki de sensiblero o meloso en exceso, porque el gusto, como en todo su cine, es exquisito, tanto para inducir en el espectador un momento de sexo como para mostrarnos una muerte.

Jiro Horishoki es un ingeniero aeronáutico, pero nació con la vocación de volar, su deseo era volar y su miopía se lo impedía, la primera escena de la película es reveladora y deslumbrante, es el primer sueño de Jiro, dormido sueña con su bautismo aeronáutico en un prototipo creado por él y que descansa en el tejado de su casa, con ese avión sobrevuela la ciudad, disfruta del paisaje (¿puede decirse que nunca como ahora Miyazaki dibujó la naturaleza o es que ya no me acuerdo de las anteriores películas?), se mezcla con la vida urbana, pero la aviación no es sólo el placer de volar, el creador de aviones ha de ser consciente de que el uso que se dé al invento puede ser múltiple, desde el simple goce de volar, al transporte o a la guerra, y el suelo acaba en la guerra. Jiro sabe desde el principio que todos sus esfuerzos, hasta la extenuación, han de conducir a crear elementos de perfección y belleza sublime, pero destinados a destruir, incluso encaminados a destruir su propio país ante la ceguera imperialista de sus gobernantes.

el-viento-se-levanta-jiro-horikoshiAntes de olvidarlo no puedo dejar pasar por alto un homenaje reiterado que Miyazaki hace en esta película a Ozu, o al menos así me lo parece, en una historia de progreso de la aviación las referencias al ferrocarril son numerosísimas, los paisajes surcados por trenes de carbón, los viajes en tren, las estaciones… es un nexo evidente con el cine de Ozu, hasta las reuniones familiares parecen “rodadas” con el enfoque y colocación de cámara que Ozu empleaba para dar cercanía y calidez a sus protagonistas, con aquel invento casero que utilizó para que la cámara casi se encontrara a ras de suelo.

Se lee que al que no le ha gustado la película es porque Miyazaki pasa de puntillas sobre los problemas morales, sobre la situación política de Japón, sobre el contexto mundial… bien, puede ser cierto, pero no por ello se omite cualquier referencia a esos hechos, desde el amigo de Jiro que reconoce que sus inventos y las guerras destruirán Japón, las constantes referencias a Japón como un país pobre embarcado en ideas imperiales, el estado títere de Manchukuo, la Alemania nazi… pero ¿y si Jiro era esencialmente una persona poco comprometida? ¿Y si Jiro sólo vivía para sus aviones y su amada Naoko? Si su máxima obsesión era conseguir los aviones más veloces, resistentes, metálicos y maniobrables del mundo, superando a los Junker y Messerschmidt alemanes y para eso sólo necesitaba su talento y el sacrificio de Naoko, no podemos culpar a Miyazaki de que omita tomar postura hacia ese tipo de comportamiento. Jiro aparece como ciudadano “apolítico” perseguido por la policía del pais, desconoce los motivos, aunque el espectador sí los sabe, al menos el espectador que ve todo, o casi todo, con ojos “políticos”, pero esa ceguera de Jiro también sirve para comprender que él actúa bajo la excusa moral de que sólo hace su trabajo y lo hace como mejor sabe, y ya no depende de él el uso que se le dé.

La unión del hombre con la naturaleza, o los efectos que provoca en su desatada majestuosidad, vuelven a ser personaje y referente en la obra de Miyazaki, los verdes y uniformes campos de arroz, los bosques armoniosos y las aguas tranquilas y cristalinas se transforman, sin posibilidad de control, en un instante, en fuego y destrucción tras un terremoto, o en el furor de una tormenta de verano para la que nada sirve una sombrilla o un paraguas, aunque esa sombrilla sea símbolo de refugio y cercanía, protección e intimidad.

Como pocas películas ésta refleja la belleza de la destrucción, conseguido el objetivo, superada la prueba, en esa revelación que Jiro sufre cuando, consciente del éxito eso ha de suponer la muerte de Naoko, las escenas en las que las escuadrillas de “Zeros”, el avión inventado por Jiro y que al inicio de la guerra japonesa-americana tanto daño causó a los aliados en Asia, vuelan en formación son de una emoción e intensidad inigualables, pero sabemos lo que significa esa belleza, significa muerte y destrucción, la que recorre Jiro en su último sueño y su último encuentro onírico con Caproni, el ingeniero italiano. Al final Murakami rompe el hilo, Jiro ha vivido a base de sueños, sus raptos de inspiración se producen en los sueños, son esas fases oníricas lo que relacionan a esta película con la galería de espíritus del bosque tan frecuentes en el cine de Miyazaki. Sabedor de que en esta película lo fantástico queda fuera de lugar, el toque irreal lo proporcionan esos sueños en los que la fantasía se desborda para proporcionar una coartada a la realidad, Caproni y Jiro charlan a lo largo de los años, Caproni permanece idéntico, Jiro no, Jiro está vivo y sigue creciendo y madurando, pasados los años, en ese último sueño, arrasado Japón, con Jiro marcado por el tiempo, la pérdida, la ausencia, la derrota, los efectos de su creación… aparecerá Naoko, tan deslumbrante como si el tiempo no hubiera pasado, es el recuerdo que Jiro guarda de ella, como el que guarda de Caproni, la foto del libro que vio como escolar. Ambos se desvanecen y Jiro queda, Jiro tiene que vivir, porque el viento se levanta y hay que intentar vivir, vivir de sueños sólo produce insatisfacción, aunque la realidad no termine de gustar es la única que se puede cambiar. Por eso Naoko le dirá antes de desaparecer “vive, Jiro, tienes que vivir”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *