“Red Beans and Weiss”, de Chuck E. Weiss. Eternamente maldito.
Por Kepa Arbizu.
Admitámoslo, a priori no debe de ser nada gratificante la situación de un músico como Chuck E. Weiss, donde buena parte de su fama viene dada por la aparición de su nombre en una conocida canción (“Chuck E.’s In Love”, de Rickie Lee Jones) y de la amistad con un compañero tan emblemático como es Tom Waits. Con este último además, y ya por ir entrando en su semblante, guarda en común, al margen de correrías, un cierto universo vital/literario/musical.
Es cierto que el autor que acaba de editar su nuevo álbum, “Red Beans and Weiss”, tampoco ha hecho mucho, ni se ha preocupado, por tener una carrera estable ni por hacerse un hueco en el negocio musical. Si analizamos cronológicamente su trayectoria estamos ante su quinto disco, aunque el propio autor siempre ha desdeñado su primera grabación, “The Other Side of Town” (1981), al ser una decisión más discográfica que personal, por lo que su “debut” se materializará 18 años después con el “Extremely Cool”. A pesar de esta tardía aparición en el mercado ya tenía a sus espaldas un importante currículum, habiendo colaborado con leyendas del blues como Lightnin’ Hopkins, Willie Dixon, Muddy Waters o Howlin’ Wolf.
Para que su nuevo trabajo haya visto la luz han debido de transcurrir siete años. En él han tomado parte un buen número de los músicos que también estuvieron involucrados en aquel disco “inicial”, además de los mediáticos y amigos Tom Waits y Johnny Depp, haciendo las labores de productores ejecutivos, el segundo incluso realizando alguna aportación musical. Una alineación que deja bien a las claras la manera de afrontar Weiss sus grabaciones: sin ningún tipo de presión y siempre bajo un punto de vista prácticamente diletante.
Estamos ante un disco que como es habitual en su creador es heterodoxo, caótico y en el que se dan de la mano la excentricidad, el ingenio, la ironía y ese retrato “outsider” de la realidad. En la parte más aguerrida y guitarrera destacan composiciones como “Tupelo Joe”, que gira alrededor del rockabilly el psichobilly, o lo que puede ser lo mismo a medio camino en Tav Falco y The Cramps, con un soniquete repetitivo, o la brillante y correosa “Dead Man’s Shoes”, influida también por el rhythm and blues y donde sobresale el lado fiero de su particular tono de voz rasgado y aguardentoso.
El ambiente se vuelve más denso, se inunda de humo y se bajan las luces para que haga aparición el jazz misterioso, además de elegante en su instrumentación, que ejecuta en “Sushie”. Siguiendo con los sonidos negros se enfrentará a ellos por medio del blues distorsionado y extraterrestre a lo Captain Beefheart en “Boston Blackie”, o lanzándose sin red a ritmos más modernos en los que encaja a la perfección esa forma de frasear, que se asemeja al rapeado, en canciones como la funky “That Knucklehead Stuff”.
Haciendo gala de su habitual falta de prejuicios musicales se va a atrever a versionar a The Rolling Stones, y además lo hará tomando un tema descartado de aquel magistral “Exile on Main St.” titulado “Exile on Main Street Blues”. En él se acopla perfectamente a la esencia de la banda por medio de ese rock and roll sureño y pantanoso pero llevado a un terreno más orquestado y menos crudo. Metido en dicha en materia, va a profundizar en esos terrenos fangosos yéndose directamente hacia Nueva Orleans y su habitual colorido, ya sea en la sugerente y tribal “Kokamo (Boy Bruce)”, en “Old New Song”, o en la divertida “Willy’s in the Pee Pee House”. Pero por si para alguien no hubiera tenido suficiente sabor el disco, todavía habrá espacio para los sonidos mexicanos de “Hey Pendejo”.
Chuck E. Weiss sigue haciendo gala de ese “malditismo” que siempre ha atesorado. Una condición que le lleva a utilizar la música como una forma de expresión pura, alejada de encorsetamientos, ya sean estilísticos o mercantiles, convirtiéndola en un claro canto de libertad en todos los sentidos. Una decisión que conlleva a veces cierta defenestración y la dificultad para ser asimilado mayoritariamente. Pero así es la vida de este tipo de personajes, a los que irremediablemente hay que querer, por necesarios y magníficos, y si es con discos tan frescos y notables como este “Red Beans and Weiss”, todo es mucho más fácil.
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