Ciudad de Césares
Por Miguel Ángel Montanaro. Hace unas semanas les prometí rememorar en esta página sucesos e historias sorprendentes de la milenaria ciudad de Cartagena; una de las viejas capitales más antiguas de Europa –ya lo era en el siglo III d.C.–, y actualmente, de las más olvidadas.
Situación incomprensible, habiendo sido esta esquina del Mediterráneo, origen y fundamento de lo que hoy conocemos como España; porque no podemos olvidar que los romanos llamaron Hispania al territorio que los cartagineses llamaron siempre: Isphanya.
Y de aquel período glorioso que algunos intentar obviar, otros nos empeñamos en rescatar crónicas imperecederas como las que les narraré a continuación, protagonizadas, en esta ocasión, por dos nombres propios de nuestra cultura: Cayo Julio César y Servio Sulpicio Galba.
De Julio César, el gran estratega romano, no les voy a revelar lo que todos ustedes saben; pero puede que ignoren que durante su estancia en la ciudad de Carthago Nova –a la que llegó acompañado de su sobrino-nieto Octavio–, y mientras se sucedía la guerra contra Pompeyo, concedió a la misma en el año 44 a.C. el título de Colonia en beneficio por su apoyo, pasando sus habitantes a gozar de la ciudadanía romana.
De ahí la inscripción CVINC, que pueden encontrar hoy en el puerto cartagenero, iniciales de la leyenda: Colonia Vrbs Iulia Nova Carthago, pues el César entre los césares, pertenecía a la noble familia patricia Julia.
Esta distinción supuso el traslado a la ciudad de colonos de Roma y el comienzo del despegue de la ciudad como centro neurálgico del Mare Nostrum.
Sin duda alguna, el acto de Julio César, fue el de un gran César agradecido a una ciudad leal.
De Galba –gracias a la rica historiografía de Suetonio, entre otros autores–, nos ha llegado hasta nuestros días una semblanza nítida del personaje; la de un hombre avaro y cruel, atado a una ambición sin límites.
Galba pertenecía a la aristocracia romana y gozó del favor de Livia, esposa del emperador Tiberio y abuela –como recordarán gracias a la famosa serie televisiva británica de los 70–, del emperador Claudio, cuya cojera y tartamudez le mantuvieron a salvo de las traiciones y degollinas organizadas en torno al trono.
Calígula ordenó a Galba poner orden en Germania –cosa que consiguió–, y a la muerte del despótico César –que llegó a nombrar cónsul a su caballo–, también recibió un buen trato de Claudio, que había sucedido en el poder a su sobrino Calígula.
Posteriormente, en año 61 d.C. Nerón, ya en el poder, intuyó que Galba podría ser un enemigo demasiado poderoso para tenerlo en Roma y lo nombró gobernador de la Hispania Citerior cuya capital estaba en Tarraco, la actual Tarragona.
En marzo del año 68 d. C. Julio Vindex sublevó las legiones de la Galia y al no obtener ayuda de Trebelio Máximo, Gobernador de Bretaña, le ofreció el Imperio a Galba.
Servio Sulpicio Galba se encontraba en su palacio de invierno de Carthago Nova presidiendo el Concilio Provincial de la Hispania Citerior, cuando recibió a los enviados de Trebelio con tan tentadora oferta.
Se cree que Galba contaba con informaciones de supuestas cartas de Nerón en las que pedía su cabeza y al mes siguiente, dejó que los miembros de ese mismo Concilio le nombrasen emperador, título que aceptó como Legatus. Nerón venció a Vindex, que se suicidó, y Galba puso tierra de por medio huyendo a la ciudad hispana de Clunia, pero a su vez, Nerón fue depuesto por los pretorianos y acabó suicidándose también.
Así las cosas, el Senado Romano proclamó a Galba como Caesar Augustus.
Pero el carácter avaricioso de Galba le llevó a ganarse la enemistad de las legiones y de la Guardia Pretoriana y sobre todo, el resquemor de Salvio Otón –cuantos cartageneros llevan todavía hoy el apellido Otón–, que se veía como sucesor natural de Galba; y fue Otón, quién le derrocó y propició su asesinato en el Foro de Roma ese mismo mes de enero del año 69 d. C.
De esta manera trágica –y habitual en aquella época–, murió Galba, que había osado proclamarse emperador del más grande imperio que vieron los tiempos, en la antiquísima Cartagena, hoy, apenas una humilde comarca del sureste español, y que antaño fue, ciudad de Césares.