Carmina y amén (2014), de Paco León
Por Jordi Campeny.
“Yo no miento. Yo cuando digo algo se convierte en verdad. Y amén”. Esta frase, contundente, tomada prestada –con matices– de Lola Flores, sale de la boca de la volcánica e inolvidable Carmina Barrios en esta segunda y última entrega del díptico que su hijo, el actor y director Paco León, ha dedicado a la figura de su madre. En ella se resume la personalidad y arrojo de una mujer que es desde ya todo un icono del cine español.
En 2012, Paco León, este actor que conocemos por su papel de Luisma en la serie televisiva Aída, revolucionó el festival de cine de Málaga con Carmina o revienta. En ella, León puso a su madre frente a la cámara y la dejó ser ella misma. Una personalidad tan arrolladora y única conquistó a público, crítica y a cualquier ser vivo que pasara por delante. Era una propuesta breve –apenas una hora de duración– y de difícil categorización. Iba a caballo entre el documental y la ficción, medio guionizada, medio improvisada, era amateur y profesional a la vez, era mediática y alternativa, muy cómica y dramática. Fue un experimento; la vida de su madre, su hermana –la actriz María León– y demás familiares y vecinos. También innovó en la campaña de promoción: la película se estrenó simultáneamente en salas de cine, en DVD, en plataformas digitales y en canales de pago de televisión. El éxito fue rotundo.
Con Carmina y amén, título conclusivo, ha conseguido seguir con la misma película y hacer otra totalmente distinta a la vez. El paso de gigante del Paco León director es, simplemente, asombroso. Uno no pudo evitar preguntarse una memez: “¿Cómo ha podido el Luisma hacer algo así?”. Será cierto lo que dicen: hay que ser muy inteligente para interpretar un papel de tonto. También en esta ocasión ha innovado en la campaña de promoción: la película se pudo ver de forma gratuita en 125 salas en España el día previo a su estreno. La respuesta del público, una vez más, ha sido espectacular. Y uno no puede hacer otra cosa que alegrarse infinitamente por el éxito. Lo merece.
Lo que en Carmina o revienta era más espontaneidad e improvisación aquí es más ficción y guión. Cierto es que se ha perdido algo de frescura por el camino, pero se ha conseguido una película muchísimo mejor, más sólida y desternillante, extraña y única, cómica y conmovedora. Sin más rodeos: maravillosa.
El punto de partida es tan macabro como simple: tras la súbita muerte de su marido, Carmina convence a su hija María para que no dé parte de la defunción hasta pasados dos días y así poder cobrar la paga extra que él tenía pendiente. Durante esos dos días esconden el cadáver y disimulan su duelo en la cotidianidad de un bloque de pisos de un barrio humilde de Sevilla. Con este punto de partida, Paco León nos sumerge en el costumbrismo andaluz que tan bien conocen él y su familia, y nos presenta una galería de personajes secundarios –la mayoría de ellos actores no profesionales, con excepción de la ya mencionada hermana María León y la actriz Yolanda Ramos que está extraordinaria, memorable en su papel de porreta y heterosexual curiosa– que consiguen hacernos reír a mandíbula batiente y, a su vez, atravesarnos el corazón. El baño de sensaciones que ofrecen es impagable, y muy poco habitual. En el epicentro de todos ellos sobresale la gran Carmina Barrios, puro exceso; maternal y desgarrada, portentosa, costumbrista y torrencial. Una mujer con sus propios códigos de justicia, como la mafia o los héroes del western. Pura vida huracanada.
Paco León contó hace poco una anécdota que resume a la perfección la esencia de su Carmina y amén. Se encontraba León y su equipo de rodaje en un cementerio buscando localizaciones para la escena del entierro que dicho sea de paso: la secuencia es bellísima, muy estilizada, lírica; está inspirada en las pasiones del videoartista neoyorquino Bill Viola y rodada con una cámara especial, la Phantom, que provoca máxima lentitud e impresionante detalle. En ella el director logra captar los microgestos dentro del retablo familiar. Tropezaron con un entierro de verdad, con una madre y una hija rotas por el dolor. Una de ellas, medio adormecida por la pérdida, se secó un momento las lágrimas al ver pasar al director y le dijo: “Uy, perdone, usted es el Luisma, ¿no?”. Bien, eso es Carmina y amén. Una mezcla de géneros; una confusión. Un esperpento –en el mejor sentido, el valleinclanesco–, impregnado de humor negro. Es risa y llanto. La vida que se acaba; la vida que sigue. La vida a secas.
El díptico de la familia León es un microcosmos en sí mismo, aunque podamos hallar algunos referentes. Algunos se han remitido a Berlanga y a Azcona –casi nada–, y uno añadiría también a Pedro Almodóvar. El mismo León ha manifestado en más de una ocasión que es uno de sus maestros. Se nota en el apasionamiento, en la hibridez de géneros y en el amor que ambos profesan al mundo de las mujeres y las madres. También en la importancia de la tierra que late bajo sus pies –las ficciones de Almodóvar son muy manchegas; la de León, profundamente andaluza–. Las reuniones de vecinas remiten a Volver (2006) o a La flor de mi secreto (1995). La hilarante escena de la moto por la ciudad es puro homenaje a Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988).
A pesar de todo, Carmina es Carmina. Y punto. Al salir de la proyección a uno le asalta una pregunta y su respuesta: “¿A qué aspiro yo en la vida: al éxito, a la felicidad… a qué exactamente? Yo en la vida aspiro a vivirla, a sentirla y a gestionarla del modo genuino y eficiente con que lo ha hecho esta mujer”. Por lo tanto, las posibilidades de fracasar estrepitosamente son enormes.
Uno arde en deseos de conocer hacia dónde se encaminarán a partir de ahora los pasos del Paco León director. De momento ha cerrado un díptico que uno conservará en un lugar privilegiado de su estantería de cine español. Porque sí, y a riesgo de sonar exagerado –como nuestra heroína–, Carmina y amén es cine tonificante, visceral, arriesgado y brillante, en el que, además, caben las pinceladas sociales: inmigración, desahucios, corrupción, monarquía. Por si fuera poco, mira a la muerte a los ojos, a la misma altura, de forma casi impúdica. Es la mejor comedia –o, directamente, película– que ha parido el cine español en mucho tiempo. Palabra de Carmina. Amén.