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Magistral creación con republicanos españoles en campos de concentración nazis

Por Horacio Otheguy Riveira

 «El triángulo azul» distinguía a los españoles de los demás prisioneros de la barbarie nazi. Punto de partida de un trabajo teatralmente admirable, muy bien documentado. Un drama intimista y social, un divertido show musical. Un testimonio trágico, una intriga policiaca, una aventura apasionante.

Calidades al margen —que son muchas—, hay aquí una conjunción de valores teatrales singulares dignos de resaltar: los autores son, a su vez, directora y actor de la misma función, lo que hace que la representación logre una gran armonía dentro del difícil complejo teatral puesto en marcha, con tantos elementos en escena en el que confluyen testimonios históricos con una bien nutrida ficción con tres músicos en escena y siete actores con personajes que expanden su dolor, su capacidad de supervivencia y su esperanza como  instrumentos de una historia que jamás debe olvidarse, y con la que todos debemos convivir. Recordar para no repetir, porque «El vientre de la bestia sigue fértil» (Epílogo de «La resistibe ascensión de Arturo Ui», de Bertolt Brecht).

Una función en la que cabe muy bien la teoría del distanciamiento de Brecht, pero también la expansión desgarradora del humor negro del polaco Tadeusz Kantor: influencias nobles para una puesta en escena con vigoroso estilo propio, con una excelente dirección de Laila Ripoll, mujer de teatro en una plausible evolución, como la misma propuesta de este Triángulo Azul mientras en Matadero-Naves del Español, se representa su versión de una comedia de Lope de Vega, La cortesía de España.

Malditos sin patria que cantan para darse ánimos

Es esta una función que nace de una perspectiva muy difícil de llevar a cabo y en medio de una soledad vergonzante de un tema que a todos nos involucra: los 7000 republicanos españoles que fueron atrapados en el exilio francés, y sobre el que Hitler dio opción al General Francisco Franco, quien respondió que hiciera con ellos lo que quisiera. Así las cosas, en trenes de ganado allá fueron, los únicos apátridas del campo de concentración austríaco que se erigió junto a un precioso pueblo llamado Mauthausen: un campo donde se mataba a golpe de trabajos forzados, alambradas eléctricas, torturas, fusilamientos y cámaras de gas con su humeante chimenea dando señal de que seguía en pie la producción de cenizas de hombres, mujeres y niños judíos, gitanos, comunistas, homosexuales, socialistas, anarquistas de todas las nacionalidades más los malditos rojos españoles sin patria.

Sobre este fondo, Laila Ripoll y Mariano Llorente (quien como actor se reservó el papel del severísimo oficial Brettmeier, interpretación que resuelve con ponderado histrionismo y bien calibrada expresión amenazante) escribieron un texto capaz de unir diversos estilos teatrales sin perder las huellas de la línea principal: una historia perfectamente rodeada de las mismas alegrías, angustias y barbaries que hicieron de aquellos españoles unos seres excepcionales, algunos de los cuales aprovecharon que el afán burocrático de la Gestapo sirviera a la causa de la justicia universal, robando con astucia y gran peligro una serie de fotografías de archivo que acabarían siendo imprescindibles en los juicios de posguerra.

Los personajes deambulan con sus contradicciones o buen ánimo y entre todos organizan una revista musical. Esto ocurrió en aquellos tiempos (1942-1945), pero en esta función los números musicales se distribuyen a lo largo de la representación, de manera que las emociones provocadas por las peores situaciones dramáticas se ven interrumpidas por chotis, cuplés, coplas… de un grupo de hombres que necesitan reír y cantar, burlando las propias vicisitudes… porque mañana será otro día al que quieren llegar con vida.

El reparto funciona de maravilla: les une una puesta en escena en la que Laila Ripoll ha logrado un muy buen ritmo que a veces frena sus picos más intensos para lograr una intimidad envolvente de la que no se pierde nada, entre gestos y palabras muy medidos. Sin ninguna duda se ha logrado una formidable unidad utilizando muchos recursos, pues se trata de un drama intimista y social y un divertido show musical. También un testimonio trágico, una intriga policiaca, y en definitiva una aventura apasionante.

Todos para todos en conmovedor trabajo coral

Paul Ricken es el alemán que cuenta lo ocurrido desde la perspectiva de haber sido uno de los que confió en el Tercer Reich para la salvación de la miserable situación de su país. Es el narrador omnipresente que a veces participa de la acción (una labor muy contenida de Paco Obregón, sumido en el difícil círculo infernal del hombre cuyo sentimiento de culpa le tortura; especialmente angustioso para el actor porque jamás participa de las alegrías musicales de sus compañeros; es siempre Ricken, el símbolo del ciudadano corriente que se convierte en cómplice activo del terrorismo de estado).

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En el centro, Paul Ricken, sugestivo trabajo de Paco Obregón, eje narrativo del espectáculo.

La Begún es el traidor que trabaja como colaboracionista de los verdugos (Manuel Agredano se mueve, respira y actúa con el dramatismo de sus actitudes, y la violencia de su cuerpo proyectando una pavorosa sensación de realismo, hasta llegar a la única escena de tortura completa con un vigor que da escalofríos). Paco es el desesperado que exagera sus bromas y sarcasmos para mejor mantenerse en pie, con algunas escenas en las que tendrá su buena oportunidad de mostrar el factor humano del que es capaz (Marcos León lo compone con rica flexibilidad de clown).

En el papel de Toni, el artífice de la trama de las fotografías, José Luis Patiño, quien juega a su vez varios papeles paralelos todos igualmente interesantes. Con muchos matices, este gran actor (Don Gil de las calzas verdes, Drácula, Tantas voces…) deambula por el espectáculo con fuerza e ingenio, divierte con gran calidad musical al cantar en varios momentos, pero sobre todo en uno de los temas finales, y emociona dirigiéndose al público para «decir» una carta a su esposa, una carta de amor en un tono de profundo intimismo, un susurro doloroso, un puente de amor y una victoria del poder de la imaginación en las situaciones límite.

Los actores más jóvenes —y por tanto con menos experiencia— hacen un loable trabajo en el que pueden lucir sus estudios musicales y de interpretación con mucha holgura: Elisabet Altube, la gitana prostituida —sexy, ingenua, deliciosa en su extrema delgadez, bastándole sus piernas desnudas calzadas con calcetines para ofrecer la dimensión de un cuerpo del que se abusa, y la sombra de una personalidad que nunca conoceremos suficientemente—, y Jorge Varandela, el muchacho temeroso, que padece tortura, y que vive cargando una ambigüedad moral y sexual que mima notablemente, enriqueciendo cada una de sus escenas.

Una labor de conjunto digna de admiración que despierta solidaridad a través de una profunda creación artística.

El triángulo azul

Autores: Laila Ripoll y Mariano Llorente

 Dirección: Laila Ripoll

 Ayudante de dirección: Héctor del Saz

 Intérpretes (por orden alfabético): Manuel Agredano, Elisabet Altube, Marcos León, Mariano Llorente, Paco Obregón, José Luis Patiño, Jorge Varandela

 Músicos: Carlos Blázquez, Carlos Gonzalvo, David Sanz

 Iluminación: Luis Perdiguero

 Escenografía: Arturo Martín Burgos

 Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas

 Música: Pedro Esparza

 Videoescena: Álvaro Luna

Fotos: marcosGpunto

 Espacio Sonoro: David Roldán “Oru”

 Lugar: Teatro Valle Inclán. Sala Francisco Nieva

 Fechas: Del 25 de abril al 25 de mayo de 2014. Encuentro con el público, Martes 6 de mayo, al finalizar la representación. Entrada libre, hasta completar aforo.

 

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