Los bosques de Upsala
Los bosques de Upsala. Álvaro Colomer. Alfaguara, 2009. 216 págs. 18,00 €
Por Elisenda Hernández Janés
Un entomólogo (un científico que estudia insectos) lucha por devolver las ganas de vivir a su esposa al tiempo que trata de salvar su carrera profesional y de sobreponerse a una vida entera de oscuridades y traumas. Este es el hilo argumental de Los bosques de Upsala, la tercera novela de Álvaro Colomer, que tiene como punto de partida el suicidio: la principal causa de muerte violenta en el mundo que se lleva por delante alrededor de un millón de vidas al año.
A través del monólogo del protagonista, su historia se nos va descubriendo al tiempo que, poco a poco, lo hace también su alma trastornada. Un alma vencida por los miedos cuyos aberrantes comportamientos, en según qué episodios, suceden con terrible naturalidad a lomos de su incesante berborrea. Esta naturalidad, esta coherencia de su dolor, de su angustia y hasta de su desequilibrio, hace que el lector sea incapaz de nada más que no sea comprenderle con el corazón en un puño y la mirada llena de consternada resignación.
A pesar de la dureza de su trama, el libro es más desasosegante que deprimente. Y es que, en realidad, y aunque pueda parecer (y sea) extraño, uno tiene ganas de continuar indagando en esas vidas llenas de tinieblas, de dejarse abocar a esa caída libre de emociones a las que le somete su lectura trepidante. Tal y como se explica en la contracubierta del libro, está narrado con la velocidad de un thriller, y así, con esa velocidad, se recorren los recovecos de una vida de reclusión emocional asentada en insectos bajo microscopios, pisos claustrofóbicos de dolor y depresión, viejas que se tiran por la ventana, viudos que lloran, padres que hieren a sus hijos, hijos que hieren a sus padres, pero también, los de una historia de amor: el amor incondicional de un hombre que no encuentra sentido en vivir sin su esposa. Sobre todo en la primera parte de la novela, además, la narración está teñida de cierto humor desquiciado que la hace incluso divertida a ratos. Solo a ratos. Porque bajo el aluvión de palabras y sentimientos, el cinismo, los personajes y la trama misma, subyace la realidad espeluznante que le da sentido a la novela, la nuestra, la de una sociedad amordazada en oficinas y antidepresivos en la que, diariamente, cientos de personas escogen morir antes que continuar sufriendo en silencio. El mismo silencio con el que la sociedad acogerá su muerte y que esta novela rompe con un desgarrador berrido. Escúchenlo y preocúpense si no les pone la piel de gallina.