Portentoso Israel Elejalde en “Misántropo” de Molière-Miguel del Arco
Por Horacio Otheguy Riveira
Una gran compañía con un actor excepcional al frente, con un protagonista a la altura de su enorme talento: Elejalde-Misántropo, desde su estreno en 1666 llega al 2014/2017 con la fuerza del ser humano desesperado por hallar su propia voz en un mundo despiadado.
Uno de los mayores aciertos del adaptador y director Miguel del Arco está en haber creado una traslación a nuestra época en ambiente de gran frivolidad: mientras una fiesta sobrecargada de hipocresía transcurre fuera de escena, en un callejón se debate la existencia de Alcestes, un hombre que lucha consigo mismo y contra todos los demás porque busca una honradez que le lleva a despreciar al género humano, sus congéneres, incapaz de convivir con su imprescindible dosis de cinismo e hipocresía.
La fiesta es una constante de fondo y con alcance de coprotagonismo, con un ritmo de comedia ligera que divierte, luego de contra-alta comedia (copa en mano, los personajes intentan seducirse mezclando sexo, alcohol, amistad y cualquier otra cosa que sirva a sus intereses), en los que irrumpen momentos de tensión “atmosférica” y hasta brota la voz de Asier Etxeandia interpretando una canción a modo de ranchera.
Todo vale en justa medida, y sobre todo en un conmovedor ejercicio de estilo en medio del cual Alcestes busca su redención y la encuentra en un actor con una fuerza y lucidez muy especiales.
En un reparto estupendo, la mayoría de los cuales ya han trabajado con el autor-director Miguel del Arco en La función por hacer, Luigi Pirandello, y Veraneantes, Máximo Gorki, esta vez destacan ampliamente tres creaciones extremas, las de Israel Elejalde, Raúl Prieto y Cristóbal Suárez.
Israel Elejalde en un estado de desesperación desde el principio hasta el final, humillado y ofendido, incapaz de dar el brazo a torcer, de entregarse, oscilando entre el antipático “tocapelotas” que siempre exige lo más duro, y el infatigable enamorado de una relación tan sublimada que es imposible, fascinado como está ante la mujer de su vida, con un comportamiento opuesto a todos sus parámetros morales (irresistiblemente hermosa Barbara Lennie). Raúl Prieto en el hombre tranquilo, el amigo complaciente, el adaptado sin estridencias. Y Cristóbal Suárez por primera vez en un papel histriónico, un comediante en estado de gracia con número musical incluido y una notable vis cómica que no le conocía.
Lo insólito se nutre de lo clásico, los diálogos son ágiles, los monólogos fueron abreviados con justicia, y el dolor de Jean Baptiste Poquelin, Moliére, el hombre que quiso ser un trágico como Corneille, pero triunfó a través del humor popular, logró con El Misántropo su primera gran tragicomedia, aquí restablecida su palpitante vocación dramática, la que él mismo padecía divirtiendo a menudo a una aristocracia a la que le tenía que pedir dinero para mantenerse, torturado hipocondríaco hasta su muerte, poco después de una representación.
En esta palabra que Miguel del Arco inventa inspirado en el original, surge un Misántropo que empieza exasperado y durante dos horas —en la piel de un Elejalde que lleva muchos años dándolo todo (Te quiero, eres perfecto, ya te cambiaré, Terrorismo, La paz perpetua, Doña Perfecta…)— trepa por sonidos y sensaciones, por imágenes borrosas y clarividentes y escapa por el patio de butacas herido, fatalmente herido, entre lágrimas de derrota y logrando la violenta indiferencia de quienes se decían sus amigos.
Alcestes es un poderoso personaje por sus contradicciones, por su antipatía (todos los protagonistas de Molière tienen un punto antipático, asocial), que aquí se corona de gloria porque ha sido perfectamente trasladado a la angustia profunda del ser humano cuando se cuestiona y aspira a ser él mismo incluso en lo imposible. Pero todos los personajes que le rodean, provistos de los límites de la vida social, adquieren el vigoroso encanto de los buenos personajes del teatro, aquellos que jamás podremos odiar porque forman parte de nosotros mismos, de todos los que nos habitan como diría Pirandello, aquejados de la angustia que genera la mirada de los otros.
En todo caso, una búsqueda moral muy presente en la obra de Miguel del Arco, no sólo en sus anteriores adaptaciones de Pirandello y Gorki, sino también en su propia obra, Deseo, donde Emma Suárez encarnaba de modo incomparable a una hermosa ingenua, firmemente candidata a la misantropía, obligada por la derrota severísima que le imprimen sus “seres queridos”.
En síntesis, una de las producciones más ambiciosas de la temporada y con un resultado óptimo, adecuada para prorrogar en el Español o en otra sala. Admirable por donde se la mire: una tragicomedia del XVII adaptada a las continuas crisis del XXI, con una muy notable ambientación bajo la acariciante iluminación de Juanjo Llorens.
Misántropo
Basada libremente en el original de Moliére
Versión y dirección: Miguel del Arco
Asistente de dirección y director de producción: Aitor Tejada
Intérpretes: Israel Elejalde, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez, Ángela Cremonte, Miriam Montilla, Manuela Paso, José Luis Martínez
Iluminación: Juanjo Llorens
Escenografía: Eduardo Moreno
Video: Joan Rodón y Emilio Valenzuela
Música original: Arnau Vilà
Vestuario: Ana López
Coreografía: Carlota Ferrer
Fotografías: Eduardo Moreno
Lugar: Teatro Español. Del 23 de abril al 22 de junio
Un buen artículo que refleja esa obra potente.
Y perdona por ser la mosca cojonera de turno, pero el verdadero nombre de Molière era Jean-Baptiste Poquelin, que no Coquelin.
Muchas gracias. Un abrazo.
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