La vida no sabe de crisis
Por Oscar M. Prieto. Luego de mañana en El Aleph, caminando entre los frutales:
Es emocionante el vigor, la potencia irresistible de la vida, con un poco de sol y el correr del agua, loca por ser, ansia d existir, desbordando y abriendo las carnes de la tierra, reventando yemas en la madera que parecía yerma, hojas, flores, frenesí por vivir, locura por llegar a ser, nacer, renacer, contemplar todo esto y ser feliz, tan feliz como las abejas que se dan un festín.
¿Dónde quedó el invierno? ¿Qué ha sido de aquellas noches oscuras y largas? ¿Qué fue de los amaneceres incapaces, por famélicos que estaban -como rocín de andante caballero- de soltarse las cadenas de la helada? ¿Dónde está ahora aquel paisaje de árboles desnudos, dónde las fosas comunes de sus hojas? ¿La niebla calada hasta los huesos, paralizante, venda en los ojos de todo mañana?
Han quedado atrás.
Ha sido tenaz y, aunque hambrienta y quizás por el hambre, se mantuvo despierta, paso tras paso avanzó, sin saber muy bien hacia dónde avanzaba, si era una espiral quien devoraba todos sus esfuerzos, sus últimas fuerzas, avanzó, en ocasiones llegando al punto del desfallecimiento y la fiebre de rendirse, avanzó, atravesando el páramo de huesos y terrones de aquella tragedia que parecía eterna y fin.
Ahora ha llegado a la otra orilla, la ha alcanzado sin puente, ella misma es el puente, el puente y quien lo cruza. El puente, ambas orillas, el río, ella misma todo y también quien lo cruza. Atrás quedan los llantos por la vida enterrada, desaparecida. Hoy de nuevo resucitada, devuelta a la vida, gracias a la fe ciega en sí misma, a la firme esperanza de volver a ser. Así de terca es, así de tenaz, así de contumaz persevera en su error: el de vivir, el más milagroso de todos los errores: estar vivo.
Salgan al campo y sean testigos del grandioso espectáculo y si están en la ciudad bajen al parque y si no tienen parque, en cualquier maceta podrán comprobarlo. Todo espacio es válido, hasta las grietas de las aceras, bajo asfaltos y cementos, en todos ellos se manifiesta el generoso esfuerzo de la vida, su plenitud.
Empápense.
Toda una lección: no rendirse jamás.
Deberían aprender los pusilánimes, los perezosos y los temerosos, de la naturaleza en primavera, también los abatidos, sobre todo estos y los que estén a punto de tirar la toalla. No la tiren, aprendan de la vida. Son contagiosas sus ganas por ser, su derrochador exceso, su alegría inaugural.
No olviden la advertencia de Lucrecio: «Esta primavera pasará y pasará igual que todas, para siempre».
No la dejen pasar sin exprimirla al máximo.
Olvídense de la crisis y vivan.
¡Háganse el favor de vivir!
Salud