Luz en la arena

Luz en la arena. Roger Wolfe. Zut editores, 2013. 380 págs. 19.50 €

Por Sara Roma

Luz en la arenaAsegura Roger Wolfe (Westerham, 1962) que «el mundo se compone de sonidos y olores, y por supuesto de cosas vistas».  La transición, por ejemplo, entre los años sesenta y setenta fue una época turbulenta y oscura y así revive en la memoria de muchos. El boom del bienestar de la posguerra mundial tocó en buena medida a su fin: los Beatles se habían dejado el pelo largo: Bob Dylan cambió la guitarra acústica por la electricidad; Jack Kerouac «reventó como un saco de patatas»; Jim Morrison «estiró la pata en la bañera»; Pier Paolo Pasolini «amaneció hecho un amasijo de vísceras en la playa de Ostia, en Roma»… Todos estos acontecimientos forman parte de las páginas de las biografías de quienes nacieron y crecieron en aquella época, como la de Wolfe que, en su último libro, Luz en la arena, primer volumen de la autobiografía novelada Las cosas que un hombre ha hecho, recoge las vivencias de su infancia en San Juan de Alicante.

En las páginas de esta novela, Wolfe narrador rescata al niño que se educó y creció en una España tardofranquista que empezaba a desarrollarse económicamente y cuyo principal motor económico fueron los turistas que empezaban a poblar nuestras costas, como los excéntricos vecinos (el señor Gobelowski, un polaco exiliado; la señora Townsend que vivía con su marido enfermo…) de la urbanización de veraneo, donde se instalaron sus padres. De su educación, por ejemplo, recuerda su paso por el colegio de jesuitas La Inmaculada y que «el maldito peñón de Gibraltar se convertiría en la auténtica manzana de la discordia» por el que en más de una ocasión se enzarzó en una serie de disputas que excedían el terreno de las consabidas pullas infantiles para caer en el intercambio de tortazos.

Dicen que la memoria es caprichosa y no es raro acabar colocando un velo que la difumine y que nos impide ubicar con exactitud. Y esa es la sensación que da la lectura de esta novela. Narrada en capítulos breves, la obra es un collage de recuerdos, es un rompecabezas de piezas difíciles de ubicar en algunos pasajes y que solo Wolfe conoce. Por ello, el lector puede sentirse a ratos perdido, sin saber muy bien hacia dónde camina una trama que no existe, propiamente dicha, pues a veces el autor regresa atrás como si quisiera retomar alguna historia que dejó sin finalizar.

Más que leerse del tirón, Luz en la arena, es un libro para leer a ratos. Y para ello Wolfe requiere un lector cómplice educado con mitos como El lute, el boxeador Urtain o el ciclista Ocaña y que reconozca la felicidad en «el aroma del café recién hecho invadiendo suavemente las dependencias de la casa» (p.55), en la comida familiar de los domingos, en los polos que se vendían a pesetas…Porque, como el verano eterno, en el que se suceden los días azules y que parece no acabar nunca, así es Luz en la arena: «el fogonazo de un esplendoroso y cálido golpe de luz».

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