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Why Don’t You Play in Hell (2013), de Sion Sono

 

Por Miguel Martín Maestro.

Why_Don_t_You_Play_in_Hell-922119626-large“FUCK BOMBERS, FUCK BOMBERS, FUCK BOMBERS”… así terminó el público de Venecia coreando la película en el último festival.

Cuidadín con lo que escribo, hablar mal de Sono Sion me puede granjear un listado de enemigos más peligroso que cualquier clan yakuza. Pero no, no puedo hablar mal de este extravagante director japonés “de culto”. Sus películas son muy difíciles de encontrar en España, de hecho no sé si se ha llegado a estrenar algo en pantalla grande en la última década, son carne de festival, objeto para una legión de admiradores incondicionales. Y hay mucho director que intenta acercarse al estilo de Sono Sion en Japón, (Tetsuya Nakajima, Seiji Yamada, Genji Nakamura), quizás con Takashi Miike los más copiados dentro y fuera del país. Pero parecerse, o intentar hacerlo, no es lo mismo.

Sono Sion es capaz de mezclar géneros como casi nadie en el interior de cualquiera de sus historias, el ejemplo más esplendoroso es su Love Exposure, pero en esta Why Don’t You Play in Hell contamos con cine de adolescentes, el cine dentro del cine, la explotación infantil, el cine de yakuzas, la brutalidad policial, el fin del cine… en definitiva, toda una suerte de historias y formas de tratarlas que hacen pasar de la idea genial de un travelling o una steady cam sobre patines en plan artesano al momento cutre de fotonovela que tanto identifica a sus protagonistas.

Que estamos ante una declaración de amor fou al cine y a sus creadores es evidente, que por hacer una película un director es capaz de negociar con dos bandas de yakuzas para que se maten ante sus cámaras, y de paso, caiga quien caiga, consigamos la obra maestra que todo director anhela conseguir antes de morir. Si para eso tiene que morir hasta el apuntador no hay pega alguna, la pieza importante, la que tiene que sobrevivir, ensangrentado, herido, trastabillante, es el director, sin director no hay cine ni interpretación que valga.

En el Atlántida Film Fest han tenido la buena idea de traernos esta película, ¿qué tiene el cine de Sion que provoca más atracción que rechazo cuando resulta evidente su exceso en todos los sentidos, su falta de contención, su desbordante paroxismo en historias y personajes? Pues no lo sé explicar, la historia comienza 15 años antes, con una tentativa de asesinato del líder yakuza de los Muto por la banda rival Ikegami que culmina con la mujer de Ikegami acabando con una escuadra de yakuzas a golpe de katana. Los Muto son los padres de Himizu, estrella infantil de la publicidad tarareada por todo el país (giri, giri, giri…) y copiada en sus coreografías. En la huida, Ikegami se cruza con un trío de frikis (los Fuck Bombers) que ruedan en la calle en plan “gonzo”, sin argumento y sin cine x, pero captando imágenes con las que interactúan para conseguir su gran película. Previamente Ikegami se habrá enamorado de la niña de 7 años (la pedofilia japonesa no la vamos a descubrir ahora). Transcurridos esos lustros la acción se retoma con la pronta salida de la cárcel de la madre del clan, deprimida porque su hija dejó de salir en televisión cuando ella fue detenida por asesinato. El clan Ikegami ha decidido regalar a la madre una película rodada por su hija como compensación. El plan se desbarata porque la “niña” se enamora y abandona el rodaje, hay que improvisar otra película y otro director, y aquí entra en escena el trío que en la adolescencia soñaba con hacer cine.

why dont you play in hellEl rodaje final no se lo inventaría ni Tarantino, la escena de los maníacos de O’Ren Ishii y La novia se queda corta con el desbarre final, de alrededor de 30 minutos, de lucha a espada, para que la película sea tradicional japonesa, entre los dos clanes en el interior de una casa. Batalla que concluirá con la criminal irrupción de la policía y la huida, en un bellísimo plano final de Hirata (el director), corriendo por las calles de Tokyo abrazado a las cintas que contienen la película en pleno éxtasis del creador, hasta que una voz dice “corten”, el actor se detiene, abandona el plano, empiezan a salir los técnicos del rodaje, la gente de sus casas… ya sabíamos que todo había sido una película, pero por si había dudas, Sono Sion nos lo aclara al final, el director es él, y no Hirata.

La película es el testamento del 35 mm (una divertida escena de los mafiosos convertidos en equipo de rodaje midiendo con los dedos lo que puede ser un 35 mm), el fin del cine en salas con el abandono del centro comercial donde los Fuck Bombers pasaban días enteros viendo películas y ahora pasan tardes enteras rememorando sus rodajes juveniles viendo una y otra vez sus videos en una televisión en la propia sala de proyecciones (es el presente, el cine en pantallas de 17 pulgadas), hay referencias a Tarantino, que por primera vez deja de copiar para ser copiado, homenajeado o parodiado, y al Johnny To de Election y Mad Detective, y al John  Woo de acción, y al Bruce Lee del be water…

Las partes de la película, por separado, resultan incompatibles, pero conjuntadas, forman una unidad divertida, con ritmo y especial, todo lo especial que es el cine de Sono Sion, no apto para todo el mundo, que ha de verse con una apertura de miras importante, resistiendo esos intentos de abandonar la visión cada vez que alguna escena parece ridícula o sin sentido, es Sion, y al final, habrá momentos de tal belleza o interés que el recuerdo de la memoria siempre es positivo, por más sangre que te haya podido salpicar. Imaginarse a Vito Corleone y su familia encargándose de un rodaje invita a la sonrisa, ¿quién vería a Luca Brasi con una pértiga de sonido?

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