Za, Za, emperador de Ibiza
Za, Za, emperador de Ibiza. Ray Loriga. Alfaguara, 2014. 216 págs. 18,00 €
Por Héctor Tarancón Royo
«Así es como se unen siempre el detalle, la sorpresa, la desgracia y la historia. Hay quien lo llama destino» (p. 12). El motor empieza a rugir con estruendo, el puerto de Ibiza deja paso a un barco enorme, bautizado como ZAZA. En el centro, dirigiendo los mandos, se encuentra Ray Loriga (1967) dando cuenta de la gran verbena, o de todo el huracán que va a acontecer. El autor desde el comienzo despliega un puzzle que va tejiéndose en torno a los momentos cruciales de la vida, aquellos que se van sucediendo de manera inesperada, sin que nadie sepa de forma certera por qué: los giros se van concatenando, las experiencias se acumulan, nadie sabe qué va a ocurrir a continuación («los recuerdos se amontonan hasta formar una pira funeraria. Vienen y van los recuerdos, sin ton ni son, y campan a sus anchas», p. 17). La novela incide durante todo el recorrido en la presencia del momento, de la presentidad, lejos del ritmo impuesto por las tecnologías, construido desde diferentes estrategias, como los mass media: «… administrábamos ZAZA a los sujetos a cambio de que abandonasen sus ordenadores, sus smartphones, sus tabletas, les exigíamos que renunciaran a todo contacto con la red y cualquier forma de consumo virtual; para nuestra sorpresa casi todos accedieron de buena gana», p. 167.
Todo ello con un pulso en el que abunda el humor y las situaciones absurdas. De primeras, el nombre del protagonista, Zacarías Zaragoza Zamora, abreviado en Za Za Za, retoma los juegos de palabras dadá y anticipa el tono general de la obra. Como si fuera un personaje dentro del tiempo suspendido de DeLillo, el protagonista realiza un ejercicio de introspección cómico, descuidado, humano, donde el fluir del tiempo para no afectar a nada: las conversaciones y las amenazas se suceden, pero nada acaba cambiando, en realidad, Za Za es el perfecto espectador de su propia vida («le gustaba imaginar que carecía de futuro, que transitaba como una sombra entre dos nadas, que sin estar muerto no estaba tampoco del todo vivo», p. 42), se encuentra a la vez en todas partes y en ninguna, se erige como un rumor permanente que flota en el aire, así como un perfecto mcguffin (así lo diría Vila-Matas para referirse a un elemento que, sin aportar nada, hace avanzar la trama).
La red de lo absurdo infecta todos los aspectos sociales, desde la situación política actual («a las 17.30 de junlio (junio y julio se habían fundido recientemente en un solo mes por culpa de los recortes estructurales y las ampliaciones fiscales)», p. 10), hasta el periodismo («el hecho de que le disparara por la espalda, que no a traición, fue sin duda lo que selló su sentencia de muerte, una vez que el juez desoyera sus alegaciones», p. 58), que recuerda mucho al humor negro y absurdo de Thomas Bernhard, en especial en El imitador de voces (1978). Al igual que es posible detectar ciertos ecos de El perfume (1985), de Patrick Süskind, hacia el final del libro con la entrada de lo sexual y con los deseos del sujeto, que recuerdan al episodio de la caverna.
«¿A quién mentimos cuando nos engañamos a nosotros mismos abandonándonos a esta alegría inducida e insensata?», p. 164. Porque Za Za no solo son un barco y una persona, sino también una droga con un curioso efecto, que proporciona una felicidad eterna, insustancial, una risa continuada para el resto de los días. Toda Ibiza se contagia de esta sensación y comienza a reír, a sentirse feliz sin motivo aparente. Un eje que produce, en última instancia, una reflexión sobre la alegría, sobre la obligatoriedad de ser felices o de perseguir como el fin primordial la felicidad, que da pie al protagonista para decir «me cago en la alegría, acertó a pensar Za Za, sin que le calara ni una gota de inquietud en su impermeable espíritu», p. 173.
A lo largo de la historia, Ray Loriga nos ha sostenido una cara de póquer inmutable mientras que las cartas, los comodines, iban repartiendo dosis inagotables de humor. Como buen jugador, se ha reservado para el final un as en la manga demoledor, extraño, inesperado, que obliga a releer, o reflexionar toda la historia bajo la última afirmación. Loriga ha cambiado de tercio en esta novela, pero lo ha hecho de una manera maestra, por lo que es de obligatoria lectura esta última obra que Alfaguara ha editado sobradamente bien.