Joven y bonita, el Belle de jour de Ozon
Por José Luis Muñoz.
El cine sobre la prostitución ha dado notables películas que han abordado la profesión más antigua del mundo desde todos los puntos de vista posibles y con mayor o menor fortuna. Chloe, de Atom Egoyan, resultó ser una de los films más flojos de ese brillante director armenio afincado en Canadá que deslumbró con Exótica; Desmontando a Harry y Poderosa Afrodita fueron las aportaciones en clave de humor ácido de Woody Allen; Leaving Las Vegas, de Mike Figgis, aunque se centrara en el alcoholismo de su protagonista Nicolas Cage, lo abordaba en su arista dramática con una interpretación descarnada de Elisabeth Shue como puta apaleada; el sesgo social de Mamma Roma de Pier Paolo Pasolini contrastaba con la lírica y algo naif de Las noches de Cabiria de Federico Fellini, la desgarrada Anna Magnani frente a la inocente Giulietta Massina; en Klute de Alan J. Pakula, Jane Fonda hacía una interpretación realista de la profesión más antigua del mundo, mientras Julia Roberts la frivolizaba en el cuento de hadas que era Pretty Woman; Louis Malle, rizando el rizo, le dio un toque pederasta en La pequeña, con Brooke Shields de ninfa; la aportación más importante al tema que se hizo en el cine español bajo la dirección de Maria Lidón fue Yo, puta, basado en la novela homónima de Isabel Pisano, que antes había interpretado un personaje fronterizo con la prostitución en Bilbao de Bigas Luna, una de las mejores películas del director catalán fallecido; la visión más turbadora fue la de Darren Aronofsky en Réquiem por un sueño; y eso sin olvidarnos la obra maestra El imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima, o La gata negra de Edward Dmytryk. François Ozon, últimamente fascinado por los adolescentes, da su visión a esa profesión denostada a partes iguales por conservadores, que muchas veces recurren a ella escudados en la doble moral, y feministas, y aparentemente se acerca a Luis Buñuel.
Tiene François Ozon (París, 1967, un año antes de que estallara la revolución), un especial talento a la hora de retratar la sociedad francesa de clase media alta, y lo hace con una mirada amable—nada que ver con el escalpelo de Claude Chabrol—y maneras elegantes. Se le ha comparado, injustamente, con Pedro Almodóvar—el manchego podrá ser genial en alguno de sus filmes, pero la elegancia no es su característica principal—, cuando el cine de Ozon, que suele centrarse en la disección de sus personajes y en su particular sexualidad, es deliberadamente frío.
De nuevo muestra Ozon una fascinación por el mundo femenino, sin llegar a la apoteosis de 8 mujeres, comedia en donde se hizo acompañar de las actrices más prestigiosas de su país—Catherine Deneuve, Emmanuelle Béart, Danielle Darrieux, Fanny Ardant, Isabelle Huppert, Virgine Ledoyen y Ludivine Sagnier—ya que centra Joven y bonita en la bella protagonista de este cuento moral, Isabelle (Marine Vach), una estudiante de 17 años que descubre su sexualidad—atentos a la frustrante experiencia con su novio alemán—a través de la prostitución: estudiante de día y prostituta de noche, a espaldas de sus padres de clase media.
Aunque pueda parecer que Joven y bonita es un remake de Belle de jour de Luis Buñuel, al menos argumentalmente—el genial aragonés era más mordaz y la actitud hierática de Catherine Deneuve en nada es similar a la siempre sensual Marine Vach—, el último film de François Ozon tiene la virtud de introducir un factor provocativo en ese diario de la sexualidad mercenaria de su protagonista: hay putas por necesidad y obligación—las noticias sobre ellos son escalofriantes— y las hay que lo son por vocación. Lejos de ser una esclava de su oficio, ni obligada a ello, ni explotada, Isabelle lo ejerce con precisa profesionalidad porque lo siente, y no sólo por el placer sexual que pueda experimentar haciendo sexo con extraños a los que nunca más va a ver, que quizá sea una desviación sexual, sino porque ello le da un cierto poder y una posición de dominio sobre los hombres, al menos el poder de excitarlos sin implicarse emocionalmente en sus relaciones venales, y es precisamente cuando se implica en una de ellas, cuando repite con un cliente maduro que se enamora de ella, cuando su mundo secreto empieza a derrumbarse.
La película que, hasta entonces, había mantenido un tono alto, con escenas de cama exquisitamente filmadas—la proverbial elegancia de François Ozon—decae en el último tramo cuando, descubierto su secreto, sus padres deciden enderezarla con discursos morales.
No es Ozon un realizador que suscite entusiasmos, no es su película una celebración del sexo como lo pueda haber sido La historia de Adele del tunecino Abdel Kechiche, recientemente estrenada, sino una mirada tierna y comprensiva hacia ese despertar sexual que contraviene las normas y Ozon, en su visión de la adolescencia femenina, está más cerca de Éric Rohmer que de ningún otro director francés.
*José Luis Muñoz es escritor. Sus últimas novelas publicadas son La invasión de los fotofóbicos (Atanor Ediciones, 2012), La doble vida (Suburbano Miami, 2013), El secreto del náufrago (Ediciones del Serbal, 2013) y Ciudad en llamas (Neverland, 2013)