Los extraños
Los extraños. Vicente Valero. Editorial Periférica, 2014. 176 pp. 16,75 €
Por Francisco Arbós
Ninguna imagen suya, digo, ha llegado hasta mí ni hasta nadie que pudiera reclamarlo como suyo también. Y la verdad es que nunca pensé que llegara a lamentar tanto como ahora esta carencia, mientras escribo esta primera página, en el momento en el que hubiera querido trazar del modo más exacto posible su perfil (…). A este extraño, sin embargo, hay que observarlo una y otra vez desde los recuerdos ajenos.
Todos compartimos, en mayor o menor medida, la elusiva figura del extraño. Todos hemos escuchado relatos familiares en los que, de repente, aparece un personaje nuevo y desconocido sobre el cual, sin embargo, quienes hablan parecen saberlo todo. Un tío díscolo desaparecido cuando solo era un adolescente, un abuelo caído en la Guerra Civil, una mujer cuyo vínculo con la familia se descubre, al cabo de los años, mucho más íntimo de lo que parecía. En definitiva, vidas cuya extrañeza tiene mucho que ver la distancia física y temporal, pero tal vez también con su propia naturaleza humana. Así, los extraños acaban ocupando un lugar de privilegio en ese oscuro y misterioso desván donde suelen guardarse todos esos trastos que aún siendo declaradamente inservibles nadie se atreve a exterminar. La memoria no es tan caprichosa como creemos: sabe perfectamente cómo adecuar los recuerdos a las necesidades emocionales para mantener cierto equilibrio.
El párrafo con que abrimos este artículo pertenece al primer capítulo de Los extraños (Periférica, 2014), el debut en narrativa del poeta y ensayista Vicente Valero (Ibiza, 1963). Nos habla de su abuelo materno, un militar ingeniero cuya ansias de aventura lo conducen hasta las inhóspitas tierras del Sahara Occidental para acabar de construir, en 1927, la base aérea de Cabo Juby. De él no guarda ningún recuerdo, por supuesto, ni ninguna fotografía. Sólo sabe de él lo que le contara su abuela, pues lo que le llega de su madre proviene de ese mismo relato erosionado por la distancia. También lo que descubre a través de tres cartas enviadas por el abuelo desde el desierto a su reciente esposa y futura madre de su única hija, cartas que juran un amor a prueba de toda distancia y que, en algún momento, mencionan a un joven teniente francés con el cual parece llevarse bastante bien. Un joven que, un par de décadas más tarde, será conocido en todo el mundo por haber escrito El principito (Antoine de Saint-Exupéry, 1942). La visión de ese «extraño» despierta en el narrador un sentimiento contradictorio. Por un lado parece necesitar imperiosamente la cosificación de ese recuerdo ajeno y marchito, pero por otro no está dispuesto a dejarse llevar sentimentalismos absurdos, tal vez consciente de lo que significa esa impetuosa necesidad por situar sus orígenes.
El narrador desea esclarecer sus propias dudas y vencer la soledad a través de los «fragmentos rotos de un mapa que oculta más que muestra », eso es innegable incluso para él, pero se cuida con precaución de que ello no acabe conduciéndole hacia un callejón sin salida, en el que las piezas no alcancen a encajar y sus carencias se hagan, por tanto, mucho más evidentes de lo que eran. Por eso su narración salta de un extraño a otro, de un militar africanista a un tío abuelo homosexual y bailarín, de un profesional del ajedrez que ha visitados tres continentes a un comandante del ejército republicano. En todos ellos encuentra historias regadas por el caprichoso elixir de la diferencia, situaciones mediante las cuales, tal vez, consiga explicarse algo de su propia particularidad, incluso de su propia extrañeza, esa molesta sensación que ha cultivado respecto a sí mismo durante casi toda un vida.
Vicente Valero, cuyo primer poemario publicado data de 1987, y cuyo ensayo biográfico Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza , 1932-1933 (Península, 2001) fue traducido al francés y al alemán, debuta con un libro que sin ser una novela tampoco puede inscribirse dentro del género cuentístico. Los extraños está formado por cuatro capítulos relativos a cuatro extraños en los cuales se aprecia, sino un hilo argumental compartido, la misma intención: la de aceptar que tan extraña es la presencia de esas vidas idealizadas como la del propio narrador. Y para conseguirlo recurre a esa cadencia narrativa que tan buenos resultados ha dado a otro novelista de la memoria como Antonio Muñoz Molina, o al más «moderno» Issac Rosa, una prosa construida con frases dilatadas en las que el recuerdo incorpora con cada palabra, con cada subordinada, un nuevo matiz y una nueva manera de verse a sí mismo. Así, lo que en un principio podría intuirse como una narración pesada e interminable acaba adquiriendo un ritmo y viveza inusuales. En cada frase se aprecia la impronta poética de Valero, su inclinación a ver la vida no a través de lo que ésta le muestra sino de lo que permanece agazapado en un rincón solitario. A través de lo extraño.