El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas
El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas. Darío Vilas. Tyrannosaurus books, 2013. 167 págs. 13.95 €
Por Juan de Dios Garduño
Hacía tiempo que no leía una novela tan bien escrita y a la vez enfermiza. En «El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas» me encontré con sentimientos encontrados. Quiero decir, la historia está escrita de manera soberbia, con este realismo bizarro con el que bautizaron novela y género en Tyrannosaurus books, y que le queda como anillo al dedo. Pero a la vez, los acontecimientos narrados, me parecieron tan enfermizos, tan macabros… que me hizo sentir mal, pensando en que estaba disfrutando de la lectura, pese al horror que se narraba. Pero no adelantemos acontecimientos…
Marquitos Laguna es una mole de más de dos metros de altura. Se dedica a vender huevos y vino con su furgoneta en Simetría, una isla, que nunca sabremos dónde está con exactitud. El autor ya ha situado muchos de sus relatos allí, por lo que camina sobre terreno conocido. Y es que la isla no es ningún elemento decorativo, sino que es un personaje en sí. Bien, Marquitos es un tío raro, peligroso, inteligente… y está retirado. No diremos de qué, eso que lo averigüe el lector. Pero hace una década que dejó su antiguo oficio. Hasta que un día llega Magnolia y…
Darío es un orfebre de la prosa. En su día, tuvo que mamar mucho de Bukowski, y aquí, en el tema de la prosa, no puedo evitar recordar a Emilio Bueso. Y es que en cierta manera, los dos buscan el mismo objetivo: que cada frase sea rotunda en todos sus sentidos. Que ninguna pase ajena al lector, que todas digan algo, que todas rompan algo dentro del lector. Las frases de Darío son chupitos de Palinka húngaro directos al estómago. Alcohol puro en vena entrando por los ojos. Literatura de calité. Y la historia de Marquitos Laguna no le queda a la zaga, pues, en las casi doscientas páginas que tiene la novela, nos dejará encandilados, a la vez que asqueados. Y es que como decía al principio, esta historia es enfermiza. Tan enfermiza, que debería ganar los premios Celsius y Nocte de este año. Lo mejor que he leído en años, que ya es decir.
¿Que si tiene defectos? Quizá el mayor, sea la extensión. Y es que estas novelas parecen venir condicionadas en extensión por el género. Estamos en una derivación del realismo sucio. Imaginaos a Bukowski, en lugar de hablando de putas, coños y borrachos, hacerlo de cómo desmembrar o sacar los ojos a alguien. De un tipo de novelas que por su mismo lenguaje, saturan. Del tipo «no es para todo el mundo». Complicada, que exige compromiso al lector, y eso, hoy en día, es un hándicap, mal que nos pese. Si no te gusta complicarte a la hora de leer, si no eres capaz de tener una bolsa para vomitar al lado, pasa de esta novela. Si por el contrario, de vez en cuando sientes la necesidad de «pensar» y no de pasar el rato, estás ante una obra muy interesante.
Por cierto, guiño muy interesante al final…
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