Prince Avalanche (2013), de David Gordon Green
Por Miguel Martín Maestro.
No he sido capaz de tragarme entera alguna de las pocas películas previas de este director con las que me he atrevido, pese a lo cual, y bajo la etiqueta de mejor director del festival de Berlín de 2013 y seleccionada en el Atlántida Film Festival, me vuelvo a enfrentar con la seguridad que da el hecho de que, si no gusta, con desconectar la wifi está todo hecho. Pero reconozco que no tengo la sensación de haber perdido el tiempo, aunque hay mucho de “déjà vu” en esta película, desde las referencias a las “road movie”, a las “bud movie”, a los indies proSundance, al padrinazgo de Terence Malick, al uso de una música pegadiza y presuntamente diegética, al Lynch de The Straight Story y, cómo no, y va la segunda película del festival, a Thoreau y su Walden.
Alvin y Lance son “cuñados”, Alvin parece el sereno, maduro, sobradamente preparado para la supervivencia, Lance es el más joven, el hermano de la novia de Alvin, incapaz de adaptarse a la naturaleza, dependiente de que los demás actúen por él, y acogido por Alvin para trabajar un verano fuera de casa pintando una carretera de bosque en Texas durante 1988, tras un devastador incendio el año anterior que provocó la muerte de cinco personas residentes en la zona. La película es de dos personajes, prototípicos del cine andersoniano, por poner un ejemplo, sólo les falta un poco más de cara de ausencia, pero mientras pintan la carretera uno imagina a Owen Wilson y Jason Schwartzman en ese papel y con otro director. Pero también es una película de un camionero y unos fantasmas, o presencias que se niegan a abandonar su pasado.
Los personajes esconden un lado oscuro, un lado que les humaniza y les hace extremadamente vulnerables, en lo que uno parece una obsesión por el sexo, por la chica de fin de semana, por su físico que se está echando a perder como para pretender ligarse a la guapa de la ciudad, en el otro se trata de una madura y reflexiva relación con Madison, a la que escribe cartas llenas de su verdad, de lo unido que está a ella pese a la distancia y que gracias a esa distancia es capaz de apreciar lo importante de su relación. “Bullshits” que dicen por las películas y series americanas (Tony Soprano era un experto para eso), Lance vuelve “tocado” de un fin de semana de juerga ciudadana harto de tanto bosque y tanto animal, no parece que haya podido entregarse al sexo compartido, y además se ha ganado un ojo morado por pretender acostarse con la novia de su mejor amigo cuando creía que ella iba a cambiar de novio, pero la verdad es que uno de sus ligues ocasionales, de 47 años, se ha quedado embarazada. A cualquiera se le avinagraría el carácter con semejante noticia. Pero a Alvin no le va mucho mejor, su soledad es impostada, realmente no le gusta quedarse solo sino que estar solo es una forma de escapar, de huir de la realidad o del compromiso. Está medicado, entendemos que por problemas psíquicos, estudia alemán pensando en irse con Madison y encontrar un trabajo que les permita escapar de donde se encuentran, pero con lo que no cuenta es con que Madison se ha cansado de esperar y de pasar temporadas, muy largas, sola, por carta, de improviso, y como una puñalada, sin que Alvin sospeche nada, rompe con él.
Este mínimo desarrollo argumental permite valorar la profundidad de la historia. No es lo mismo estar solo que sentirse solo, ambos protagonistas, al final, se sienten solos, esa soledad que carcome el interior de cualquiera y que, por muy risueño que uno se presente en público, actúa como un cáncer que poco a poco va minando la resistencia anímica del individuo que lo sufre. La soledad está omnipresente en la película, y el inexorable paso del tiempo también, la tortuga que vacilante aparece al principio, será objeto de un segundo plano definitivo, nada permanece inmutable por mucho que lo deseemos, y todo aquello que creíamos sólido se puede transformar en líquido de la noche a la mañana. A los personajes les resulta sobrehumano vivir de los recuerdos, con los recuerdos y en el recuerdo, sin poderlo compartir, aquí ambos peones son acompañados por otros figurantes, una mujer que hurga en las cenizas de lo que fue su casa buscando los recuerdos del pasado que, ahora, sólo permanecen en su memoria. Removiendo las cenizas de la casa, remueve su pasado, como Alvin, que aunque no lo reconozca, sabe que vive en un mundo en ruinas, despedazado, inestable y presto a derrumbarse, por eso se siente tan cómodo simulando una vida en pareja en los restos carbonizados de una casa de montaña, la mujer mayor busca y rebusca su pasado, Alvin rememora la felicidad que sentirá, o le gustaría sentir, acompañado por una mujer en una casa, aunque el escenario escogido aventura la debacle. Una casa en ruinas para simular la vida familiar no es un buen preámbulo para la segunda parte de la historia. Simular el futuro es presagio de no saber disfrutar el presente.
El cielo es usado como elemento premonitorio en la historia, las nubes se desplazan, se van condensando, se oscurecen, y finalmente llega la lluvia una vez que Alvin abre la carta que le entrega Lance. ¿No podemos disfrutar sólo escuchando el silencio? Los papeles se cambian entre Alvin y Lance, la aparente preocupación del reflexivo sobre el inconsciente se transforma en un intento de Lance porque Alvin se sincere y le cuente lo que ha pasado con su hermana. La película gira de la comedia agridulce a un pretendido drama en el que ambos hombres se hieren verbalmente arrojándose todo el rencor contenido, aunque sea un espejismo, y un breve episodio de la película, por un momento, el ambiente, el bosque, el agua, la ira, la agresión, parecería transformar la historia en una nueva Deliverance a lo Boorman, pero no, a la hora de la verdad existe un vínculo real entre ambos personajes, quizá no muy profundo, quizá no muy real salvo por la necesidad de ayudarse en un ambiente semihostil, alejados de la civilización, y el incidente da paso a una reconciliación implícita donde ambos se sinceran.
Se echa en falta verdadera mala leche en el conjunto, el bosque podría haber jugado como un personaje más algún papel en la historia, pero queda como ornamento, un lugar en el que se está pero con el que no se interactúa, no es una verdadera vida en naturaleza, llevamos hasta la cocina de gas, las sillas de playa… no hay contemplación de la naturaleza en ningún momento, salvo la que el director nos ofrece a nosotros, incluso en el momento de mayor disfrute de Alvin, cuando se queda solo y siente la soledad que tanto le apetece, se tumba, sí, pero encima del asfalto, es un ser natural de diseño, en el fondo, tampoco podría vivir sin la ciudad. El personaje de Alvin traslada una tristeza creíble al espectador, se cree preparado, capaz de sobrevivir a adversidades, y sin embargo está incapacitado para lo que parece más fácil, mantener a su lado a quien le quiere por ser tan ciego que no se da cuenta de que cada viaje de trabajo le aleja un poco más de su objetivo último. Los sentimientos son así, no se consiguen ni se mantienen como uno quiere, suele haber dos personas implicadas, cuando no más, y coordinar todo ello resulta complicado, uno siente unas cosas, otro las contrarias, al final los cauces se separan, en ocasiones para siempre, en otras para breves encuentros, para circular juntos breves kilómetros, compartir lugares y sentimientos, líquidos que ya no se van a mezclar por sus diferentes densidades, pero que son capaces de compartir espacios o recordar el pasado para hundirse cada vez un poco más.
Quienes aparecen en la película rebuscando entre sus antiguas pertenencias, arrasadas por el fuego y la intemperie, en el fondo, son fantasmas, fantasmas del pasado, enseñan a Alvin y Lance las consecuencias nocivas de aferrarse al pasado como un tiempo que no va a volver. Es muy fácil decir que el pasado no importa, que lo que importa es el futuro, pero, ¿y si en ese pasado encontraste aquello que nunca va a volver? ¿Por qué renunciar al pasado porque ya no lo puedas tocar ni sentir? ¿Porque hace daño? Vivir duele, vivir cansa, incluso vivir mata, así le dice Lance a Alvin, “¿cómo has podido vivir tanto tiempo así sin matarte?”.
Probablemente un mejor creador habría conseguido un resultado más redondo, pero no me parece nada despreciable esta película, ni tan pretendidamente vacía y pretenciosa como algunos apuntan. No hay diálogos grandilocuentes “a la francesa”, ni excesiva recreación con los problemas de los personajes. Como dice el camionero borracho y septuagenario, “a mis años no quiero ver llorar a un hombre abandonado por su mujer”. Que se noten demasiado las influencias no es tan malo, sobre todo cuando las influencias son de calidad.