La batalla de Solférino (2013), de Justine Triet
Por Miguel Martín Maestro.
Bien recomendada y con buena crítica, durante el próximo mes es posible ver esta película en el festival Atlántida, y no es, desde luego, ninguna pérdida de tiempo dejarse atrapar por este combate personal, familiar, político y cinematográfico de hora y media. La mezcla de realidad y ficción está presente a lo largo de toda la película, hasta que uno llega a pensar que, incluso, la historia de Laetitia y Vincent pudiera ser real.
La batalla de Solférino fue antesala de la posterior unificación italiana cuando el ejército francés derrotó al austriaco (Napoleón III contra Francisco José I), y en la presente historia asistimos a varias y comprometedoras batallas. Durante la jornada del 6 de mayo de 2012, en unas 12 horas en las que se centra la acción, una periodista atacada de los nervios por tener que cubrir la información electoral alrededor de la sede del PSF (cerca de la rue Solférino) tiene que mantener la calma justa para dejar a sus hijas al cuidado de un canguro, calmar la ansiedad del trabajo y verse acosada por la presencia del ex marido, padre de las hijas, que a toda costa, quiere visitar a las niñas ese domingo porque le ampara una resolución judicial que le permite la visita en presencia de la madre.
La ficción se mezcla admirablemente con la realidad, o, ¿no será una gran ficción lo que contemplamos? Apenas han transcurrido dos años de la victoria de Hollande y todo parece ahora más falso y ficticio que la apariencia de realidad mostrada en ese 6 de mayo de 2012, la batalla electoral pierde interés y se convierte en ficción cuando conocemos lo que ha pasado con esos anhelos de cambio, ¿cuántas de las personas que invadieron las calles alegres y eufóricas repetirían hoy ese comportamiento? Y sin embargo, la historia de ficción amplía su realidad por tratarse de una situación cercana y comprensible.
Dos progenitores enfrentados cruelmente por tener a sus hijas, haciéndose daño recíprocamente alegando sus derechos, el domicilio como un campo después de una batalla porque la mujer está superada por las circunstancias, incapaz de llegar a todo pero incapaz de conceder un respiro al padre por miedo, por considerarle inestable, violento, desequilibrado… Las batallas se suceden, al odio personal se le mezcla el odio político, el lenguaje de los votantes y simpatizantes destila agresividad, violencia, odio, tal cual, como cuando se encuentran Laetitia y Vincent. Hace falta muy poco para que ambos se agredan, verbal y físicamente, del amor al odio hay un paso, dicen, aunque en este caso el amor por las hijas es lo que hace surgir el odio entre ellos.
Tras la batalla llega la calma, tras una dura y agotadora jornada electoral para Laetitia y de búsqueda de sus hijas en ese domingo por Vincent, el armisticio, que parece temporal, se firma en el domicilio de Laetitia, tras los últimos combates que parece que desembocarán en drama, todo fluye hacia la reconducción de la situación, intervienen mediadores, como en todo conflicto. La dualidad enfrentada no tiene sentido, como quizás, tampoco lo tenga el odio cerval entre oponentes políticos. No hace falta quererse, sino tan solo respetarse y respetar al otro, con ese mínimo gesto es mucho más fácil alcanzar soluciones compartidas.
“Estoy cansado de tanta humillación hoy” dice Vincent (el también director Vincent Macaigne, que junto con Justine Triet, Antoine Paratjeko y Guillaume Brac forman parte de un conjunto de nuevos directores franceses “protegés” por Cahiers de Cinema), sabedor de que todo está en su contra por su pasado, no contado, con historial psiquiátrico. No hay rendición, hay pacto al final, el paisaje después de la batalla puede ser desolador, como lo es la celebración electoral, restos de ruido y vandalismo junto con restos de alegría y esperanza. El armisticio puede ser definitivo o temporal, pero después de la batalla de Solférino nació la Cruz Roja, como catarsis tras la muerte un mínimo de esperanza, como la que demuestran por separado Laetitia y Vincent al acabar la jornada y abandonar el escenario de la última pelea. Una sobresaliente película, francesa por los cuatro costados.