Madrid 1910-1935: una exposición con vistas a la gran ciudad
Calle Conde Duque, n. 9 y 11
Hasta el 20 de Abril.
La capital desempolva parte de su tesoro fotográfico para traernos ‘Madrid 1910-1935, Fragmentos visuales, secuencias y contrastes de una ciudad en transformación’. Más de un centenar de instantáneas en blanco y negro retratan la metamorfosis de una ciudad que se construía a un ritmo vertiginoso, con la ambición de entrar en la atmósfera cosmopolita de las capitales europeas. Una auténtica cápsula del tiempo de la que podremos disfrutar hasta el 20 de Abril en la Sala 1 del centro Conde Duque.
A las 150 fotografías se suman almanaques y otros materiales (como cámaras y negativos) empleados en esta labor originariamente documental, con la que se pretendía ilustrar, desde 1914, las publicaciones del Ayuntamiento. Es por ello que, pese a no albergar ningún objetivo artístico, se puede apreciar en estas imágenes costumbristas cierto gusto compositivo y visual propio de la época.
La muestra está estructurada en varios bloques que atienden a distintos contenidos: los hay dedicados a las panorámicas de los enclaves más reconocidos, a los transportes, a los mercados y mataderos, a espacios hoy desaparecidos (algunos inidentificables) o cambiantes a lo largo de décadas. También encontramos imágenes que recogen verdaderos acontecimientos para los vecinos, como las fiestas religiosas o la apertura de La Casa de Campo, sin olvidarse estos reporteros de otras edificaciones destinadas a uso público (salas expositivas, curiosas consultas de dentista u hospicios).
Sin embargo esta división no será la única, puesto que se complementa con la otra inevitable para los visitantes, conocedores de esos espacios: la del Madrid que fue y el que es, este último omnipresente tras cada estampa, ya que parte del encanto de esta antología reside precisamente en encontrar esas mutaciones “insignificantes” en el día a día, pero claramente perceptibles a los ojos de casi un siglo.
En aquella Puerta del Sol de 1930 un cartel del Partido Republicano Radical cuelga del actual edificio del Corte Inglés y nadie añora el emblemático anuncio de “Tío Pepe”, aún no diseñado. No encontraremos turistas en la ajardinada Plaza Mayor, un lugar donde sentarse a leer el periódico o tender la colada. Complicado será –eso sí– dejar la carreta por el centro, pues en la actual Plaza de Ópera, por ejemplo, no hallará un hueco libre (aunque tampoco controladores de parquímetros al acecho de incautos). Los madrileños que transitan sus calles poco se parecen a los de esta: de boina o sombrero perenne, con cuerpos cincelados por las duras tareas del campo y curtidos por el sol.
Ese Madrid, como en este, transmite la sensación de que todo a medio hacer: unos cuantos hombres prueban con su peso los techos el nuevo –antiguo– matadero (1910); Gran Vía se edifica a todo correr para entrar en la modernidad (1912-1934) y es mejor evitar la Plaza de Olavide si se pretende dar un paseo, debido a que unos obreros la están asfaltando (1930). Lo recomendable para dar una vuelta es visitar la recién abierta al público Casa de Campo (1931) o irse a las afueras a darse un baño o lavar la ropa en las cristalinas aguas cercanas al Puente de Segovia (1934).
La capital de ahora parece conservar el encanto y la perseverancia de la de entonces. Es imposible no pelearse y reconciliarse cada día con ella, que siempre va a remolque de las necesidades de los nuevos tiempos, con sus continuas reformas y su estrés latente, pero también es un lugar de enorme belleza que suele pasar inadvertido. Porque como todo madrileño ha mascullado alguna vez: “Madrid será la ciudad más bella del mundo cuando la terminen”. Una doble mentira que se materializa en esta exposición.