Shorty Long, el pequeño genio de la eterna sonrisa
Por Jon C. Alonso.
Resultaba irónico que el nombre de este genio, Frederick Earl Long tuviera por apellido el adjetivo, long: largo o extenso. Apenas levantaba 1,50 centímetros del suelo. La historia de gran Shorty long tiene mucho de tragedia griega y paradoja de la cultura, de que lo fácil es un camino directo. Nada más lejos de verdad y aún más, tratándose de genios. Mucho menos, en los territorios de la discapacidad. Desgraciadamente a los pequeños héroes, la vida sólo les brinda media oportunidad o ninguna. Ya que la vida siempre nos está esperando, en cualquier sitio para regalarnos un kilo de miel o una tonelada de hiel.
La enfermedad de Shorty se traducía —coloquialmente— por el clásico enanismo. El pequeño Frederick padecía el síndrome de Morquio; una enfermedad hereditaria del metabolismo, que impide crecer como el resto de los comunes. Además, de ir mermando progresivamente el aparato cardiorespiratorio y la capacidad intelectual. Actualmente, estaría dentro de la nueva catalogación de enfermedades raras. Empero, Shorty era un caudal de talento en estado puro. De verdad, posiblemente haya sido uno de los mejores cinco músicos de la historia de Soul, funk y R&B en Motown Records. Nacido en Birmingham, el sureño estado de Alabama un 20 de mayo de 1940. Creció y aprendió todo lo que supo de la música, al lado de gente como Alvin «Shine» Robinson y W.C. Handy. Ellos fueron testigos de esa precoz e innata capacidad por la armonía y el ritmo de Shorty. Aquel pequeño músico tocaba el piano, la guitarra, la batería, la trompeta y la armónica. Además de cantar y componer todos sus temas. Incluso tenía un arte sui generis con las palmas de sus manos, cuando ejercía de percusionista en ceremonias góspel eclesiásticas.
El pequeño Shorty era el esfuerzo diario, de un hombre risueño: simpático y trabajador. El mismo, se puso el apelativo de Shorty (parodiándose por el factor tamaño) haciéndose la maleta para coger rumbo al norte, el frío e industrial, Detroit en el estado de Míchigan. Donde comenzó a buscarse la vida como Dj y algún que otro bolo. Y ahí estaba el imprevisible, Harvey Fuqua líder del grupo The ink Spots—grupo que solía tocar en un garito llamado el Old Stables— iniciando una pequeña gira junto a ellos. HF, ve en Shorty un number one. Éste, no se lo pensó dos veces y se llevo con él, a su sello discográfico Tri-Phi Records. Allí grabaron dos temas en formato single; ‘I’ll be here’ y ‘Bad Willie’, sin mucha repercusión. Corría el año 1962 y se publicó ‘Too smart’, con el mismo resultado. Harvery Fuqua, harto de terciar con los distribuidores y la complejidad que generaba la dirección de una discográfica. Amén, de ser un pésimo gestor. Si a eso le sumamos sus affaires conyugales dentro de este negocio y su carácter algo inestable.
Al final, tiro la toalla. Todo su catalogo se lo vendió a su cuñado Berry Gordy y automáticamente, el bueno de Shorty pasó de facto a ser artista de la ínclita Motown Records. Su primer single con el sello del excelso edificio de Detroit fue ‘Devil with the blue dress on’ (1964), escrita por Shorty Long y Mickey Stevenson, canción con unos acordes muy rítmicos, es decir, lo que se conoce como un supuesto pelotazo para llegar al Top one de las listas musicales. Aún así, no lo logró. El resto del equipo de músicos se quedó destrozado, empezando por el propio SL. Un tema fantástico con una arreglos maravillosos y no funcionó. En cambio, Mitch Ryder hizo una versión del mismo tema junto a tu banda y se sitúo, en el Top 5. Ven porque le digo que la cantidad de hiel no es proporcional a la de miel en este planeta. Amén, del Boss de NJ, Springsteen que hizo de ella un himno y siempre va en su repertorio de conciertos. SL vuelve con nuevo sencillo, ‘It’s a crying shame’. Una canción, que pasó por el lago de la nada. Increíble. Esto es así. Shorty no perdía la sonrisa ni la esperanza.
Vuelve al estudio y graba lo que debería de ser un hitparade en toda regla. Trabajo realizado junto a Eddie Holland en 1966, con una base muy funk. El tema era “Funtion at the junction”. La voz de SL, sonaba a Soul puro y era difícil no dejar de mover las piernas, caderas y brazos. Lo dicho, si quieres caldo, pues toma dos tazas. Se quedo en el puesto 97 del Topmusic Pop USA. A posteriori, se grabó el remake del clásico de Big Bopper “Chantilly lace” en 1967, alcanzando una relativa popularidad. Siguió otro maravilloso tema en el año 1968, en el que se habían puesto muchas esperanzas; “Night fo last”. Nuevo fracaso, no terminaba de pasar del puesto 75. La gente de Motown, no se lo podía creer. Pero lo más curioso, era la cara de Shorty. Nada, seguía sonriendo y con más ganas. Tuvo que aguardar a 1968 para disfrutar de su primer gran éxito con “Here comes the judge” de una esencia funk muy bailable, con unas letras repletas de desenfado y unos estribillos ácidos. Aquella canción lo llevó al número 4 de la ínclita lista musical Billboard.
Shorty estaba casi dando volteretas de emoción y su gente de Motown por fin pudieron descorchar champán. Se decidió la edición de un álbum extraordinario, que reunía todos los temas de Shorty Long desde sus inicios, rarezas y descartes de estudio. También se añadieron un par de nuevos temas fantásticos; “Don,t mess with my weekend” y “Here comes fat Albert”. Ya en el año 1969 y cuando Shorty Long comenzaba a gozar de una hipotética estabilidad se publicó “I had a dream”—pequeño homenaje al Dr. Martin Luther King— y una versión de “A whiter shade of pale”. Sin embargo, los caminos y las esquirlas en el trayecto de eso que amamos y detestamos, llamado vida: se la tenía guardada al bueno de Shorty.
El 29 de junio de 1969, Shorty Long falleció cuando salió de pesca con un viejo amigo, Oscar Williams. El bote donde estaban sentados apaciblemente con sus cañas. De repente, volcó. Shorty Long al igual que su viejo amigo Oscar Williams se ahogaron en las frías y profundas aguas del río Detroit. Tenía 29 años. No había cumplido ni los 30. La Motown editó su segundo álbum, “The Prime of Shorty Long”, donde se mostraba el inmenso caudal de recursos que abarcaba este grandísimo músico. El día de su entierro, estuvieron muchos de los que le tenían afecto de verdad y admiración como Smokey Robinson o Marvin Gaye y el bueno de Stevie Wonder, que tocó la armónica y la dejó sobre su ataúd. El escritor Roger Green puso este epitafio:”Así fue la carrera de un hombre que cantaba de todo, blues, baladas, funky de ritmo salvaje y alocados coros. Visionando un cielo utópico y profundo, aquí en la tierra. Pequeño de estatura, pero muy grande de corazón. Su talento nos entretuvo, nos sorprendió y finalmente, nos inspiró”. Gracias, Little Shorty por no perderle nunca la sonrisa a la vida.
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No conocía a este filigrana de la música. Pero después de leer tu artículo me rindo a sus pies. Gracias Jon C. Alonso