A MIS TREINTA Y DIEZ
Por Carmen Moreno. A Melania Dueñas, por ser desde siempre
la que curaba mis heridas.
A Anay Salas por cada poema regalado
cualquier lunes porque sí.
A la familia, la de sangre, y la de latidos:
Eva, Lucas, pequeña Zaragoza, Muriel, Mariló, Paloma,
Lidia, Vero, Maribel, Julia, Jorge, Laura, Elia, Toni, Ángel,
Fran, Kico, Steve, Marta, Lorena, mis Jurados (Paco y Cristina),
el Cañadas, al dragón, Mariángeles, Charo, Rafa, Juanmi, Yem, Mar,
Paco Medina, Paco Gallardo, Vir y Dani, Susana, Mabi, Feliú
Nachete, mi primo el Nano, Frantic, David García, al pato,
Mamen y Willi, Dolors, Téllez, mi Pepa, Nuria, el Jaén.
A los que han llegado sin avisar: Sofía, Montiel, Consuelo,
Lanza, Pérez, Chaparro, García (David), Willie C. Gordon.
A las dos primeras personas que creyeron
en lo que escribía: Quiñones y Gómez Rufo.
A la persona que pelea a mi lado, junto a las palabras,
que no me deja rendirme, ni caer: Mamen.
Me hice mayor sin darme cuenta, aunque dolió a ratos y reí como si el mundo se acabara en un momento. Me gustaría acordarme de tantos hombres que me ayudaron a darme cuenta, de tantas mujeres que me dijeron “amor”.
Dicen que no importa cumplir años si los cumples bien, si no has variado el camino, pero lo has encontrado en carreteras que no esperabas transitar. Me descubro ante los que siempre han sabido adónde iban, porque yo me he perdido tantas veces a través de los años que casi no me reconozco.
Si miro atrás, al espejo en el que se miraba aquella niña que aún me regaña cuando frunzo el ceño, casi no reconozco tantos deseos, tanta música, tantas películas, actores que quise ser, actrices que debieron caer seducidas en mis brazos que eran elásticos y fieros.
Me he callado tantas veces para no hacer daño, que guardo en mis tripas las cicatrices que debieron ser de otros. Pero no me arrepiento, el cuento aún no ha acabado y nadie sabe cuándo llega el golpe.
He querido mentir menos de lo que finalmente mentí; he llevado por bandera la honestidad y, ahora, hecha jirones, aún zurzo lo que debía ser el color de mi patria, la única, mía, interna y silente; he aprendido con cada uno de vosotros; a algunos os perdí, otros me perdisteis así sin más; he querido amar sin anestesia y casi me levanto de la mesa de operaciones con el bisturí aún clavado en las sienes.
Soy aguja que descose lo que trama, trama de una historia de la que no sé el final. He aprendido el oficio de los versos y deseo aborrecerlo para ser diferente, pero cada respiración mía es un poema que nace diferente al resto de lo que es. Y soy ciencia ficción.
A mis treinta y diez pido perdón a mi madre, por tantos desvelos que sirvieron, a aquellos a los que decepcioné, a los que hicieron equilibrios para no perder, cuando de todos es sabido que la vida no juega con tramposos, a los que esperaban algo que no llegó. Pero, sobre todo, quiero pedirme perdón a mí por no haber sabido verme antes, por no haberme encontrado cuando esa era justo yo, por haber perdido tantas veces perdón, por no haber devorado la carne que se me ofreció en tantas ocasiones, por haberme creído el miedo.
A mis treinta y diez aún me quedan tantas cosas que hacer, tanto que aprender, tato que mejorar y empeorar… Hoy me siento mucho más fuerte porque tengo manos a mi alrededor que no se han rendido, que se han mantenido a la altura de mis brazos para que no me rompiera la boca en la caída.
A mis treinta y diez sigo queriendo que estéis ahí, quiero que os vayáis uniendo a este circo que lleva mi nombre. La función continúa; pasen y vean. Siéntense. No tengan prisa, siempre hay lugar para la buena gente en esta casa que es la suya.
Gracias.
soy cuerpo de otros cuerpos
vida forjada por el tiempo
que me ha regalado el tiempo
herida que desprende hombres
a poco que insertes tus dedos
aquí donde se prodiga el deseo
habiendo vaciado miradas
he retirado los escombros
que has ido dejando a tu paso
he descubierto que peno
donde eres menos que yo
donde eres mero recuerdo
(a tanta distancia de lo que pude ser y no supe hacerlo porque la torpeza se hizo huella de mis pies pequeños)
me ha sobrado peso para volar
sin que jamás haya llegado
a tocar el cielo que se incendia
y me siento a esperarme
debo estar en cualquier esquina
esperando desde siempre
deshaciéndome como agua
desleyéndome como si pudiera
olvidarse lo que alguna vez se recitó
y a mis treinta y diez
sigo teniendo razones
para ser lo que soy
lo que jamás podré ser
lo que deje pasar por mí
soy olvido de vuestros olvidos
sangre que busca el alivio
de saber que he vivido
si gritas mi nombre y haces escala donde todos paramos a tomar un poco de aire haremos de Picasso un motivo más de Dalí una sorpresa un disparo de Salinas o un beso de la Hepburn y de tantos cuerpos un descanso en el recuerdo del alcohol una almohada en la que lloré de Madrid un lugar deseado del viento mi ciudad natal de las noches un salidero por donde escapar a otra persona que no obedezca mis principios