Por Jaime Fa de Lucas.

granhotelbudapestYa lo dice el refrán: la cabra siempre tira al monte. Aquí me estoy refiriendo tanto al director como a mi paladar. Y es que mis papilas gustativas nunca han acabado de entender cómo otras bocas pueden disfrutar tanto con el sabor de las películas de este director. Si bien no he visto Moonrise Kingdom (2012) –su último largometraje, que cosechó buenas críticas– y Fantástico Sr. Fox (2009) me pareció acertada –siendo de animación–, las otras que he degustado, como Life Aquatic (2004), Viaje a Darjeeling (2007), Los Tenenbaums (2001), Academia Rushmore (1998), no me gustaron. En El gran hotel Budapest seguimos viendo la misma cabra, con sus manías estilísticas, sus tramas complicadas y esa excentricidad que lo colorea todo. Quizás cambie algo el monte, pero sin convertirse en orégano.

La historia llega a través de un escritor que visita el hotel y reproduce la conversación que tiene con el dueño durante una cena. Éste último le cuenta cómo llegó a ser el dueño del hotel. Esto incluye todo su pasado como lobby boy –algo así como chico del vestíbulo– y su amistad con el que era el encargado en aquella época. Resulta que el encargado era un seductor y le gustaban maduritas. Una de ellas, después de morir, deja un testamento en el que le da una pintura muy valiosa y surgen los roces con la familia heredera. Más adelante, sumando algún que otro asesinato y algún giro rocambolesco, todo se complica bastante.

La película empieza bien, generando expectación, planos muy cuidados, colores sugerentes, historia a priori atractiva, vale… pero poco a poco el globo se va desinflando. El espectador se ve metido en una trama demasiado retorcida para lo simple que es el argumento. Wes Anderson cree que elaborando un tejido de conexiones ocultas entre personajes es suficiente para sostener una historia que en esencia no dice gran cosa. Al final de la película te quedas un poco frío, sales del cine y te preguntas ¿y qué?

Los créditos del final subrayan que el film está basado en algunos textos del escritor austriaco Stefan Zweig. Esto se puede apreciar en el detalle de que la historia nos llega a través de un tercero, el escritor que visita el hotel actúa como confidente del espectador, lo que ocurre en varios libros de Zweig –Amok, Veinticuatro horas en la vida de una mujer…–, técnica que llevó a su máxima expresión otro escritor austriaco, Thomas Bernhard. Si bien esta técnica literaria se utiliza para generar complicidad entre escritor y lector, Wes Anderson no consigue que el espectador establezca esa relación con el narrador, es más, parece un ejercicio gratuito. Tan gratuito como nombrar a Zweig en los créditos para hinchar la obra y que luego el metraje no recuerde nada a él.

Hotel1Hablemos de gratuidades que de esto el director entiende. La película está plagada de situaciones gratuitas y excentricidades que simplemente buscan generar efecto. La escena en la que el matón de turno le tira el gato al abogado… Por si esto fuera poco, el abogado guarda el gato muerto en una bolsa y lo pasea por las calles –para que el espectador disfrute la excentricidad– y luego lo tira a la papelera. Ese pasear tu gato muerto en una bolsa y tirarlo a la papelera sin más, revela el artificio, la búsqueda del efecto, el me da igual, lo importante es generar sensaciones. Anderson debe creer que una película es una suma de efectismos por eso, bajo mi punto de vista, sus películas nunca alcanzan la categoría de arte.

Señoría, quiero añadir algo sobre el humor, la polaridad y los clichés. Prosiga. El humor es básico, se erige sobre la excentricidad y cae en la repetición de conductas anómalas. No es sutil, casi todas las bromas parten de la misma fórmula y el director lo único que hace es cambiar la forma. Los clichés abundan: el malo malísimo… el emisario que va persiguiendo a los buenos para matarlos… la típica escena del personaje que se queda colgando con las dos manos al borde de la muerte, que incluso ocurre dos veces y ambas resoluciones alimentan a su vez el cliché. Sobre la polaridad… ¿Acaso no estamos hartos de ver películas en las que bien y mal están claramente diferenciados? Creo que en el siglo en el que vivimos ya no funciona lo evidente.

Puntos a favor para el reparto, los decorados, el vestuario y la fotografía. Plantel de estrellas que podéis ver en el cartel de la película. Todo correcto, Ralph Fiennes lo borda; quizás se le podría haber pedido algo más al lobby boy (Tony Revolori) pero supongo que hay exigencias del guión. Sí es cierto que por momentos pensé que estaba viendo una de Torrente con tanto famoso que apenas aparece unos minutos, lo que hasta cierto punto es criticable, como si usara a los actores como reclamo publicitario más que por su calidad interpretativa. La selección de colores, tanto en los decorados como en la vestimenta, me parece excelente. La fotografía es exquisita. Anderson es un obseso de la simetría, casi todos los planos son fijos y los movimientos de cámara atienden a ángulos rectos. Interesante el uso de maquetas en algunos paisajes. Deficientes las escenas creadas por ordenador, se nota mucho y desentona.

Supongo que los amantes de Wes Anderson habrán disfrutado mucho de la película, ya que tiene los ingredientes y el toque del chef. Precisamente son esas muletillas cinematográficas, que para muchos son puro ágape dionisíaco, las que se me indigestan. Es cierto que la ficción tiene que traspasar la realidad, presentando situaciones que en nuestro día a día no podemos encontrar, con el objetivo de ampliar nuestras experiencias, pero hay una diferencia muy sutil: no es lo mismo traspasar la realidad que trascenderla.