“Ética sin ontología”, de Hilary Putnam
Por Ignacio G. Barbero.
“Ningún problema humano, en la medida que repercute en nuestro bienestar colectivo o personal, está lejos de ser ético”. Hilary Putnam.
Hilary Putnam nos acerca en este conjunto de conferencias a la vida de todos y cada uno de nosotros. La vida que mancha, que genera hambre y desazón, la vida en que aparece, sin cesar, el conflicto. Un conflicto que promueve modos de pensar espontáneos e indispensables, propios del quehacer cotidiano, que nos ayudan a habérnoslas con esos problemas prácticos repentinos, inmediatos y específicos. Y la filosofía, expone el pensador norteamericano, necesita tomarse con mucha más seriedad estas formas directas de análisis, que no recurren a mediadores idealizados o abstractos. Así, el principal objetivo del eticista, de aquel que reflexiona filosóficamente sobre la ética, ha de ser contribuir a la solución de contrariedades concretas y contextualizados. Toda solución será provisional, falible y contingente, como el ser humano mismo; muy rara vez se podrá exponer lo aprendido de esa situación en forma de generalización universal, en forma de ley categóricamente aplicable a otros momentos problemáticos.
Para alcanzar lo propuesto, hemos de desprendernos de las espesas vestiduras metafísicas/ontológicas -ambos términos son usados como sinónimos- de la tradición moral occidental. Dos versiones de estos atavíos son las que hay que superar. Por un lado, lo que llama “ontología inflacionista”. El ontólogo inflacionista – Platón es el ejemplo paradigmático- pretende hablarnos de la existencia de cosas desconocidas para la percepción ordinaria y el sentido común, las formas y, concretamente, la forma de bien, que explicaría y justificaría la existencia de los valores y obligaciones morales. La teoría de las formas pretende explicarnos qué son realmente la vida buena y la justicia. Es una forma de monismo, en el sentido de que reduce todos los fenómenos y problemas éticos a un único asunto : la presencia o ausencia de una supraentidad individual: el “bien”. Por otro lado, la “ontología reduccionista”. El ontólogo reduccionista, como el adjetivo indica, afirma que tal o cual cosa no es nada más que tal o cual otra (por ejemplo: “el bien no es nada más que el placer”), reduce sus múltiples dimensiones y cualidades a una sola, olvidando los matices y visos propios de esa realidad.
En lugar de Ontología, Putnam defiende un pluralismo pragmático, que toma sus raíces en la irreductible variedad de la acción humana y el lenguaje que la describe: “no es un accidente que empleemos muchos tipos diferentes de discursos en el lenguaje cotidiano, discursos que están sujetos a diferentes estándares y poseen diferentes tipos de aplicaciones, con diferentes rasgos lógicos y gramaticales”. Toda ética ha de estar, por tanto, desontologizada; es la única manera de que pueda darse por y para las cuestiones del día a día. Bebiendo de las tesis de John Dewey, expone los dos principios epistemológicos básicos de esa nueva ética pluralista y pragmática: la “relatividad conceptual” y la “objetividad sin objetos”.
La relatividad conceptual está inextricablemente unida a la pregunta sobre cuál es el modo correcto entre varios de usar el vocablo “existir”. Es una cuestión que tiene que ver con los significados de las palabras en el lenguaje natural y que el lenguaje que todos hablamos cada día, el lenguaje que no podemos eludir, deja simplemente abierta. Es claro que podemos describir los objetos presentes en una habitación desde muy diversas perspectivas y esas descripciones serán equivalentes desde un punto de vista cognitivo. Estamos hablando de los mismos objetos y la misma habitación de diversas maneras (y podemos entendernos). La relatividad conceptual demuestra la posibilidad legítima de diferentes extensiones de nuestras nociones ordinarias de objeto y existencia, de distintos modos de expresar el mundo. En palabras de Putnam:
“Toda la idea de que el mundo impone un único modo verdadero de dividirlo en objetos, situaciones, propiedades, etcétera, es producto de la estrechez de miras. Es esta estrechez de miras la que siempre estuvo y sigue estando detrás de eso que llamamos Ontología.”
La teoría que defiende Putnam de la verdad conceptual reconoce la interpenetración constante de las relaciones conceptuales y los hechos, y da por supuesto que el conocimiento de la verdad conceptual puede corregirse en gran medida; en su falibilidad y variedad está su virtud. Y estas verdades conceptuales no constituyen “fundamentos de nuestro conocimiento”, sino meras descripciones de nuestro entorno. Nada respalda, además, que las verdades conceptuales éticas, las que nos ocupan en este caso, refieran a una suerte de entidades u objetos abstractos (el bien, la justicia…), pues éstas no forman parte del mundo que vivimos, percibimos y conocemos, hecho que sin embargo no expropia su objetividad plena, arraigada en la realidad. Por tanto, su objetividad es carente de objeto (abstracto).
Esta nueva concepción del conocimiento en general y las verdades conceptuales en particular, falibilista y antimetafísica, permite una ampliación del espectro léxico moral, porque hay un sinfín de juicios que no pueden formularse con facilidad si se usa el vocabulario predilecto del filósofo tradicional, deudor de la Ontología: bueno, malo, correcto, incorrecto, deber y obligación. Así, creer que todas las cuestiones éticas pueden expresarse con este exiguo conjunto de palabras es una forma de ceguera filosófica. El lenguaje cotidiano añade una riqueza judicativa necesaria, pertinente y antiontológica.
Descubrimos gracias a este planteamiento, además, que los problemas éticos no suelen tener soluciones precisas y perennes a nivel práctico ni filosófico: crean controversia. El conocimiento es falible. No debería sorprendernos ni consternarnos, por tanto, este grado de polémica que llega a suscitarse en torno a ellas, pues existe una cosa tal como la resolución contextualizada de los problemas y los conflictos éticos y políticos. Las afirmaciones concernientes a la evaluación de situaciones problemáticas – y las propuestas para solventarlas- pueden justicarse en mayor o menor medida sin que sean absolutas. Las situaciones problemáticas son contingentes y su resolución es asimismo contingente. Y no pasa nada por ello.
La ética se convierte, así, en puro problema que nunca termina de pensarse y resolverse, pues nunca termina de cambiar nuestra vida y nuestro mundo; y ha de hablar de -y como- los seres humanos, como tú y como yo, entes plagados de preocupaciones e intereses interrelacionados que se refuerzan entre sí y están parcialmente en tensión. Una disciplina filosófica que ha de ocuparse de de la solución de los dilemas prácticos de cada uno de nosotros, que ha de dejar de ser una herramienta para abordar meros problemas teóricos de los filósofos y transformarse en un método para tratar los problemas cotidianos de los hombres.
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Ética sin ontología
Hilary Putnam
Alpha Decay, 2013
216 pp., 20’90€
Sin haber leído el libro y confiando en esta reseña, me parece que el autor pasa por alto la noción del Dasein propuesta por Heidegger (“estar ahí”), que sin duda surge en el seno de la ontología (la reflexión sobre el ser) para remitir a la existencia del sujeto en un momento sociohistórico y cultural determinado, en la vida cotidiana, es decir. En medio de conflictos y transformaciones constantes.
En este orden de ideas, pienso que la intención de colocar en un mismo nivel a la metafísica y la ontología resulta demasiado alegre. Sólo mi opinión, siempre hay algo que aprender.
Gracias