Los canallas (2013), de Claire Denis
Por Miguel Martín Maestro.
Sería una pena que esta película no llegara a circular por los circuitos comerciales españoles. El pulso del cine francés pervive, mezclando cine comercial de baja calidad pero exitosa taquilla, con una comedia escasamente graciosa pero tremendamente popular y un notable reconocimiento oficial y social del llamado “cine de autor”. El sistema francés de cuidar al cine como industria y como valor cultural les permite aunar blockbusters de recaudaciones estratosféricas con pequeñas películas de notable trascendencia, ya de realizadores franceses o de cinematografías aisladas, exóticas o residuales que, rápidamente son acogidas como éxito del propio país que pone el dinero, aunque no el talento.
De Claire Denis conozco Beau Travail y White Material, conocida en España como Una mujer en África, y con Les salauds, también conocida como Bastards o en Sudamérica como Los hijos de puta, incide en esos ambientes opresivos, de malsana impudicia, en este caso mezclando alta sociedad financiera con bajos fondos, con el telón de la crisis como paisaje en la niebla, de sexualidad al límite, sordidez y escasa catadura moral, indecencia y ruindad por partes iguales, impudicia y falsedad.
El reparto resulta de una conjunción espléndida, Vincent Lindon y Michel Subor soportan el peso masculino del reparto, uno como aparente ángel vengador y el otro como mefistofélico artífice de todas las maldades que el dinero consigue de la gente y con la gente. El lado femenino lo sujetan una espléndida Chiara Mastroianni, una de esas actrices que vemos muy poco en nuestras pantallas, pero que, por ejemplo, como Valeria Bruni Tedeschi, ayudan a elevar la tensión de cualquier historia, Lola Creton, en el papel de víctima con síndrome de Estocolmo, y Julie Bataille como desencadenante de la acción contando verdades a medias.
La película comienza con un suicidio y termina con las imágenes sórdidas y videocaseras de la grabación de un incesto, no se sabe muy bien si como chantaje o como ejercicio sexual de una familia que se nos muestra como tóxica, enferma, pútrida. Porque de la putrefacción familiar habla Denis en esta su nueva película, si en Beau travail hablaba de la putrefacción de un grupo de hombres en un país africano dentro del ejército francés del neocolonialismo protector, ahora es directamente la familia, y sus miserias y silencios, el eje de su trama.
Uno de los logros a mi entender, de esta película, se centra en el modo de ir desvelando la trama, jugando con el silencio ventajista de querer dar al espectador parte de lo que los intérpretes ya conocen, siguiendo al personaje interpretado por Vincent Lindon vamos descubriendo con él perversiones que él mismo desconoce. Hurtándonos el pasado de todos ellos, podemos deducir que Marco, en un momento dado decidió alejarse de su familia por las peligrosas relaciones que ello podía provocar, porque la presencia amenazadora de Laporte (Michel Subor) ya se cernía sobre toda la familia.
Por eso, la vuelta de Marco parece deberse a una petición de ayuda por parte de su hermana ante el suicidio de su marido y la desaparición de la hija-sobrina. Nada más lejos de la realidad, poco a poco despertaremos de esa idea de solidaridad familiar para darnos cuenta de que Marco es vampirizado por su familia, pero al mismo tiempo diseña una estrategia para vengar todo lo que de horrible ha pasado y sigue pasando, una quiebra, la desaparición de la riqueza familiar, la descompensación psicológica de la sobrina, y ello aunque por el camino vaya descubriendo, al tiempo que se deshace de su patrimonio como si se estuviera despidiendo de todo, una tras otra, todas las inmundicias consentidas por su hermana y su cuñado.
El lado oscuro del poder, como en aquella perseguida película serbia A serbian film, donde para el poderoso está todo permitido, hasta obligar a un padre a violar a su hija, sin consecuencias, con todos los cortafuegos necesarios para que no trascienda, para que todo quede impune, y hasta clandestino, con una suerte añadida, que hasta cuando todo se pone en contra y puedes terminar con unos cuantos huesos doloridos, hasta los humillados se ponen a tu favor.
A la atmósfera enfermiza, plagada de primeros planos nerviosos e incompletos como son nerviosos e incompletos los comportamientos de los actores, contribuye la música de Tindersticks, moderadamente expuesta en las dos terceras partes de película y omnipresente cuando comienza a desenvolverse toda la madeja de perversión que rodea a la familia de Marco. La música y las imágenes contribuyen a una especie de onirismo que parecería separarnos de la realidad, no es posible tanta degradación en tan pocas personas, no es posible tanta suciedad entre tanto lujo, no es posible tanto crimen entre tanto poder, pero lo cierto es que la música sólo nos hace unir las imágenes con la historia en una especie de mantra, como si dijera, espera, espera, que todavía tengo más que enseñarte.
Les salauds es una radical propuesta de degradación en ámbitos exclusivos, en los del XVIIeme de Paris, el mismo barrio de Mr. Sarkozy, el que está al lado del parque de Monceau, por si no lo sabíamos o no lo queríamos saber, el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, mazorca de maíz incluida cuando la impotencia llama a la puerta.