Julio Baquero Cruz: «Lo que leemos no nos ayuda si no somos capaces de pensarlo y de sentirlo por nosotros mismos»
Por Sara Roma
Hace tiempo hablábamos con Julio Baquero Cruz con motivo de la publicación de El viaje de un nihilista (Menoscuarto, 2009).Han pasado los años y recientemente ha vuelto a cautivarnos con su última novela, Murasaki (Menoscuarto, 2013), que con un estilo lírico y ricamente descriptivo recrea un tiempo pasado en plena decadencia: el Japón antiguo. Con él vamos a hablar de esta obra y a conocer su modo de ver la literatura.
-¿Cuándo nace su interés por la literatura japonesa?
Más que de interés hablaría de pasión, una pasión que no se limita a la literatura, pues se extiende al dibujo, al grabado, a la música, al pensamiento… El Japón moderno y contemporáneo me atrae mucho menos, con ciertas excepciones: Kawabata, entre los escritores, y Ozu, entre los cineastas. Esa pasión nació en la primavera del 2000 cuando estaba en Nueva York, trabajando en mi doctorado en Derecho en Columbia University. Uno nunca hace lo que tiene que hacer. Siempre anda haciendo otras cosas: lo que no debe o no puede hacer. Un día encontré por casualidad un par de libros en la librería de la Universidad: los poemas de Saigyo y los ensayos de Kenko, y su lectura fue una iluminación inmediata y duradera. Para explicarla en detalle tendría que escribir un libro. Bueno, en cierto modo el libro ya está escrito: es Murasaki. Aunque Murasaki no explica nada y tampoco quiere contar nada: solo muestra.
-A los seguidores de literatura asiática y japonesa no les será ajeno el nombre de Murasaki, autora de la aplaudida Novela de Genji. ¿Por qué escogió este nombre para su protagonista?
Bueno, es claramente un guiño al Genji monogatari, que es una obra extraordinaria, a su autora y a su protagonista. ¿Cómo explicar que entre los siglos X y XI se fraguara en Japón una novela que nos sigue hablando al corazón, cuyos personajes tienen una profundidad psicológica asombrosa, cuya estructura y planteamiento no dejan de sorprender? Es un milagro. ¿Dónde estaban entonces las literaturas de occidente?
Un guiño, pero no solo eso. Mi Murasaki no es Murasaki Shikibu ni la protagonista del Genji, pero tiene algo de ambas. El libro tiene algo de aquel libro. Y el nombre, como todo nombre, es mucho más que un nombre, contiene todo el libro, es decir, el misterio que me llevó a escribirlo o más bien que empezó a escribirse a través mío. El precioso kanji de Murasaki (紫) sigue siendo para mí un enigma indescifrable.
-En el fondo, el viaje es el motor de la gran mayoría de las historias que cuenta. Incluso Murasaki es un verdadero viaje iniciático.
El viaje es el centro de mi tercera novela, El viaje de un nihilista. En Murasaki también hay dos largos viajes: el que hace la niña Momobana (que luego pasará a llamarse Murasaki) con la cortesana Otomae, en la segunda parte de la novela, y la peregrinación que hace Murasaki más adelante por las ocho islas, sola, vestida de monje budista. Los dos, sobre todo el segundo, son viajes simbólicos,y retoman un motivo siempre presente en el teatro antiguo japonés, por ejemplo en las obras de Chikamatsu Monzaemon, denominado michiyuki (道行). Más que viajes iniciáticos son viajes de transformación, de pasaje de un estado a otro. Pero en Murasaki, ahora que lo pienso, no hay paz ni sucede casi nada en los viajes, solo en la quietud. Lo verdaderamente iniciático es la quietud, no el movimiento.
–Murasaki se enriquece con antiguas leyendas que transmiten un mensaje filosófico y que tienen un poso de aprendizaje. ¿Cuáles han sido sus libros o autores de referencia?
Varias de las leyendas “populares” que aparecen en Murasaki son invención mía. Otras tienen una fuente concreta: compilaciones de leyendas de los emishi, el Sutra del Loto, colecciones como los Cuentos del Japón Viejo o las Leyendas y narraciones japonesas, el Tripitaka, Nagarjuna, Lao Tse, las obras de los filósofos confucionistas, diversas tradiciones populares orientales y no orientales, etc. Son textos mitológicos maravillosos, que a menudo recogen una gran sabiduría. Pero incluso esas, las que he tomado prestadas aquí o allá, las he modificado más o menos, adulterándolas, a veces oscureciendo o cambiando radicalmente el significado. Lo que leemos no nos ayuda si no somos capaces de pensarlo y de sentirlo por nosotros mismos, si siguen siendo obras “de referencia” y no pasan a formar parte de nuestra experiencia profunda.
-Esta es una novela escrita con un rico y cuidado estilo. Supongo que fabular sobre una cultura y un período de la historia tan ajeno y lejano de Occidente no ha debido ser tarea fácil. ¿Qué es lo que se le hizo más cuesta arriba?
Me alegro de que el estilo te parezca rico y cuidado. Curiosamente es a lo que menos atención he prestado. Para mí lo importante es pensar bien, rectamente, sin trabas internas o externas, dejar que el pensamiento o más bien el sentimiento fluya desde el interior, y reflejarlo en palabras con la menor intervención posible por parte de mi yo consciente. Cuando escribo bien, lo siento así. Quizás se deba a mi pasión por el Japón antiguo. Poco a poco todo ese periodo empezó a resultarme familiar, no ajeno ni lejano. Si cerraba los ojos, podía ver las escenas, la gente, las cosas y los paisajes con gran claridad. Por lo demás, escribir sobre un periodo en el que la tecnología es rudimentaria y no oculta al ser humano (como puede hacerlo hoy) facilita la tarea, desde otro punto de vista, y permite al escritor concentrarse en la esencia de la experiencia humana, que (creía entonces) se mantiene esencialmente constante, a pesar de los cambios entre distintas culturas y periodos.
-¿Y cómo ha sido ese proceso literario?
He tratado de escribir este libro sin empeño, sin forzar nada ni forzarme, esperando a que fuera surgiendo por sí solo, del impulso interno que lo movía. Siguiendo los principios estéticos de aquella literatura (desorden, falta de dirección, aceptación de la falibilidad humana, de su carácter efímero, imperfección, silencio, vacío, renuncia), estaba a la espera, a veces a la espera de nada, escuchando el silencio de un estanque quieto. Por eso el libro o bien iba cuesta abajo, como si se escribiera solo, o no iba en absoluto. Nunca ha ido cuesta arriba porque me he negado al esfuerzo artificial de escribir contra el libro. Cuando no iba, no iba y ya está. No me ponía nervioso, ni trataba de que se moviera. Simplemente lo olvidaba y pasaba a otra cosa. El libro ha empeñado más de diez años en formarse, con largos periodos de inactividad. A veces pensé que nunca iba a cerrarse, que quedaría inacabado. Luego surgió una especie de final abierto, de conclusión inconclusa, y Murasaki, el libro, el personaje y todo ese Japón soñado empezaron a despedirse de mí.
-La lectura de Murasaki obliga a estar atento a la simbología y a la filosofía que rezuman sus páginas. El palacio, el camino, el monje, el maestro…Todos tienen un significado clave en la novela. ¿Desde el principio era consciente del rumbo y trascendencia que iba a tener cada elemento o se dejó llevar por la intuición?
Todo es símbolo, pero el símbolo solo funciona cuando no es querido, cuando no es la inteligencia sino el deseo lo que está detrás de él. Como ya he dicho, en este libro me he dejado llevar por el misterio vago que encerraba un nombre, y en el fondo por el deseo de ese nombre. No es la intuición. Uno debe desconfiar de la intuición, que puede encerrar una trampa más del yo: la de una comprensión supuestamente preconsciente. Uno debe admitir que no comprende nada. Más allá del yo, más allá de la inteligencia, pero también más allá de la intuición, hay una voz que habla, no necesariamente con palabras. De hecho, creo yo, esencialmente sin palabras.Es la voz del instinto y del deseo. Digamos, la del animal que no dejamos de ser, y que es otra de las cosas que debemos aceptar, en la vida y en esa vida dentro de la vida que es la escritura. Esa es la voz que debemos escuchar cuando escribimos.
-¿Cuál es su balance de Murasaki? ¿Volverá a repetir temática?
Una década curiosa de mi vida entre las musas japonesas, muy enriquecedora en su conjunto. El libro, no sé. Corresponde a otros juzgarlo, si lo leen. ¿Todavía se leen libros? Quiero decir, ¿todavía se leen de verdad libros de verdad, en lugar de consumirse productos de lectura?¿No estamos empeñados en una actividad profundamente anacrónica?
Ya lo he dicho: mi pasión por el Japón antiguo se ha apagado un poco desde que terminé el libro. Todo eso sigue en mí, pero he pasado a otras cosas. Ahora escribo muy poco, casi nada. Y no estoy escribiendo sobre Japón, ni sobre el Japón antiguo. Creo que eso está cerrado para mí. Pero mi forma de mirar, de concebir la escritura, es muy distinta gracias a ese Japón soñado.
-¿Qué le parece el boom que está viviendo la literatura japonesa? ¿Cree que es un filón que van a explotar las editoriales?
No tengo ninguna opinión al respecto. No he leído a Murakami. Los editores explotan lo que pueden, según la lógica del mercado. ¿Se trata de un interés genuino, y qué nos dice sobre los lectores? No lo sé. Mi amor por la literatura japonesa acaba con Kawabata. Mis autores japoneses preferidos murieron hace siglos, incluso hace un milenio. Como ya he dicho, lo que conozco del Japón actual me atrae más bien poco. La literatura japonesa actual, por lo poco que sé, no conserva mucho de lo que caracterizó la literatura clásica japonesa y que me fascina por los caminos del ser que mostraba. Hoy esos caminos están clausurados. La cultura global, construida sobre el malentendido occidental, impide cualquier otro planteamiento. Me gustaría equivocarme, pero creo que todos acabaremos pensando de la misma forma, aunque no las mismas cosas, y escribiendo y leyendo de modos parecidos, a partir de una misma tecnología del ser que podemos comparar a un gran “sistema operativo”.
-Es jurista, traductor y escritor, ¿cómo se organiza para compaginar todas estas actividades?
Soy, además y sobre todo, padre de dos hijos. Prácticamente he dejado de traducir. Mi última traducción, de un libro de Paul Léautaud, la terminé hace cinco o seis años. Ahora mismo la mayor parte de mi tiempo y energía la dedico a mi trabajo como jurista y a los niños. Escribo muy poco, lentamente, sin método ni orden, cuando me viene alguna idea o algunas palabras que por un brillo particular parecen decirme: escríbeme. Soy muy desconfiado. Luego espero, meses o años, hasta ponerme a ello. Si la idea o las palabras perduran, entonces me digo que tal vez valgan la pena. Eso sí, por mi falta de tiempo, concentración y energía, casi he abandonado la idea de escribir más obras largas. Hoy por hoy solo me veo escribiendo textos breves, si es que consigo rematar algo.
-¿Hacia dónde camina la obra de Julio Baquero Cruz?
No lo sé. ¿Camina o está quieta, tumbada boca arriba o boca abajo, o sentada, o hace el pino? ¿Está viva o muerta o ni viva ni muerta? De lo que no cabe duda es de que se dirige indefectiblemente hacia la nada de la que viene y de la que en realidad ninguna obra, ni siquiera las supuestamente inmortales, ni el mismísimo Genji monogatari, son capaces de salir. Me remito a Anaximandro, Kafka y Blanchot.