El cajón de las sensaciones
Por Alejandro Sotodosos
Mientras escribo estas líneas, lágrimas de impotencia se deslizan por mis ojeras –que me recuerdan que les debo más horas de sueño de la cuenta-.
Son lágrimas obtusas, perdidas, sin rumbo. Estremecidas por la impotencia del esfuerzo no recompensado. Un examen cruzado en mitad de una autovía sin vía de servicio que ha torcido un día que ya amanecía nublado.
Sí, ya sé que hay motivos más importantes por los que llorar. Pero a mí me sale así, aquí y ahora. Sin compararme con nadie ni pensarlo con la cabeza fría. Los hombres también lloran, y a mucha honra.
Quizá te preguntes por qué te cuento esto. Y la respuesta es sencilla: la frustración y la impotencia son características comunes entre los estudiantes y los escritores.
Y es que la frustración es, al igual que la vanidad, una de las más peligrosas sensaciones con las que tendrás que enfrentarte durante tu andadura en el ingrato -a la par que indescriptiblemente maravilloso- mundo de la literatura.
Tarde o temprano, seas una estrella meteórica o un escalador cauto y perseverante, llegará un revés que te hará ver que la realidad siempre supera a la ficción, y no siempre desde una óptica positiva.
Entonces, solo tienes dos caminos: seguir luchando o rendirte. Y no olvides que rendirte nunca fue ni será una opción a valorar.
Por eso, cuando un revés te mande una bola imposible de devolver al campo contrario, recuerda que la literatura –eso a lo que te dedicas, eso por y para lo que vives- consiste en eso. En ser capaz de transmitir cualquier emoción, a cualquier persona, en cualquier situación.
Y piensa que, como lector, puedes encontrar en el lugar más inesperado el empujón y el aliento que necesitas.
Justamente eso es lo que me ha ocurrido a mí hoy. A mi bandeja de entrada ha llegado un artículo llamado Semáforo en ámbar, de un bloguero al que admiro: El cajón de Gatsby.
He sentido, sin quererlo ni dudarlo, cómo gracias a sus palabras, el cielo de mi tragedia personal y superable se iba despejando por instantes. Podía ver cómo, por muy nublado y cerrado que estuviera el cielo, el sol siempre aguardaba detrás.
Es por este motivo por el cual, por muy grande que parezca el obstáculo que tengas frente a ti, piensa que un día el Everest fue coronado. Y que nada es imposible si vive en tus sueños.
Nunca dejes de soñar.
A ver si añado, aunque algo tarde desde que hiciste esta entrada, otro empujón a tus ilusiones, Alejandro, que son las de tanta buena gente que, además de serlo, escribe, que intenta caminar a través de las palabras escritas, a través de la mente y el corazón. Nada se pierde del todo. Y, a veces, lo que importa, es encontrar la paz teniendo en nuestras manos no el reflejo imbécil e inútil de la vanidad, sino el reflejo que nos construye, el de la identidad. Un libro no es solo un producto. Un libro – nuestros libros – son parte de nuestra vida. Somos nosotros. Uno o mil ejemplares solo es una parte de la función. La función, la gran función, es saber quienes somos y donde vamos. Y con quien.
Llevas toda la razón del mundo, Emilio. Aunque muchos piensen que es más difícil escribir un libro que representar la gran función, para mí no lo es. Quizá nuestra vida sea ese libro que tenemos que escribir, del que nos escriben la introducción y tenemos que continuar, a veces sin saber muy bien cómo…
Sí, ese es el libro de todos, Alejandro. Aunque nuestros libros escritos sean las separatas concretas puestas en palabras por nuestra vocación y nuestro amor a la Literatura. Durante un tiempo el escritor fue un ser excepcional, con algo de sagrado, una especie de individuo extraño capaz de traducir la existencia y los sueños a lenguaje escrito. Todos teníamos devoción a ese concepto, esa idea. La Literatura tenía, sí, algo de sagrado. Pero la democratización y el acceso a la cultura ha hecho que ser escritor sea una cosa más – y no precisamente la más cotizada – y que haya devenido en un oficio que, si siempre fue duro, hoy lo es más aún porque, aunque las oportunidades de publicar son mayores, las de conformar una carrera son muy pocas… pues somos muchos. Y muchos buenos. El éxito – lo que la gente llama éxito – depende de la gestión, las relaciones, la suerte… no solo de escribir bien y de que lo que escribimos tenga interés para el individuo y la sociedad. Si la bandada de pájaros es grande, es dificil distinguir el vuelo de los mejores. Pero anímate. El oficio de escritor se tiene por conciencia de ese oficio, no por los resultados. Eso sí, publicar hay que intentar publicar. Otra cosa es vender y llegar a muchos. Por otro lado, la vanidad y la fama, son unas cargas inútiles y ridículas. En los millones de años que tiene el planeta y sus diferentes culturas cualquier referencia a uno de los grandes será una anécdota. Conviene leer, de vez en cuando, los versos de Jorge Manrique y darnos cuenta de lo efímero de todo. ¿Sabes? Solo hay algo importante: ser bueno en tu trabajo. Y para eso no necesitas los críticos, ni las ventas. Solo haber leído mucho y saber que lo que escribimos no es una cosa más. Luego, como siempre repito, con fortuna y perseverancia ( uff, cuánto trabajo fuera de la propia escritura), igual se publica en alguna buena editorial y el libro se llega a leer por quien pueda apreciarlo. Hay un tango, Cambalache, que llama así al siglo XX. Pero el XXI, sobre todo en Occidente, no parece que vaya a ser mejor. Mucho ánimo, como ves, te leemos. Y quien lee en lo corto puede leer en lo más extenso también 🙂
Gracias, Emilio, por tus comentarios. Me producen una sensación bipolar. Por un lado, me hacen ver la realidad, que muchas veces trato de disimular. La de los datos de libros editados en España, la de los grandes autores teniendo que buscarse la vida en otra parte, la de los “famosillos” que venden libros que ni ellos mismos escriben…
Pero por otra, pienso en mi edad, en todo lo que me queda por leer, por aprender, por escuchar, por trabajar, por disfrutar… y me quedo con eso. La suerte siempre es bien recibida, pero hay que buscarla. La ilusión es algo que llevo dentro y los sueños son los que me hacen seguir cada día disfrutando de este mundo, tan ingrato como maravilloso.
buen texto, hay que superar esa frustración del escritor, un saludo!