La clemencia de Escipión
Por Miguel Ángel Montanaro. Me comentan algunos amigos y lectores de Cartagena, que les sorprenden las muchas historias que desconocen de nuestra antiquísima ciudad y que me agradecerían el que ocasionalmente, les narre algunas de ellas.
Y aquí, como en todo medio serio, mandan los lectores, así que una vez más viajaremos en el tiempo…
Corría el año 209 a.C. cuando Publio Cornelio Escipión el Africano, arrebataba Karthadast –la actual Cartagena–, a los cartagineses; caía pues así la capital de Cartago en la península ibérica, desde la que había partido Aníbal hacia Roma.
Tras una cruenta batalla que se decidió en un segundo ataque combinado por las fuerzas romanas, con los infantes de Escipión por el norte y la flota armada de Cayo Lelio por el sur, la ciudad cartaginesa cayó, y con ella, Roma se afianzó definitivamente en Hispania y en el Mare Nostrum.
La toma de la ciudad sería provechosa. Roma, además de ganar un puerto natural clave para el control del Mediterráneo, se hacía con el control de las riquísimas minas de plata y plomo de la zona, que trabajarían como esclavos los prisioneros capturados, al tiempo que se adueñaba de una fértil tierra que le proveería de aceite, caballos y de esparto –vital para la confección de la cabullería de sus naves de guerra–.
Tanto la descripción de la ciudad como la conquista de la misma, y también, las demás vicisitudes que acontecieron tras la batalla, fueron narradas por Polibio, un cronista excepcional, en sus Historiae; que sirvieron de base para los escritos posteriores de Tito Livio y otros autores latinos.
Y del saqueo de la Karthadast cartaginesa, que desde aquel momento pasaría a llamarse Cartago Nova (Nueva Cartago) no podemos pasar por alto un curioso hecho histórico: Escipión prohibió la rapiña, pero ocurrió además un episodio aún más sorprendente.
Un suceso que fue recogido por los cronistas de la época como un admirado canto de alabanza de la grandeza personal de Escipión, y que sin duda alguna, encerró en realidad, un hábil movimiento político y estratégico del intrépido general romano.
En el relato de la toma de la ciudad, se narra con todo lujo de detalles la presentación ante Escipión por sus soldados, de una princesa nativa prometida a un caudillo celtíbero llamado Alucio y de cómo, el padre de la chica, acudió rápido ante Escipión con una fuerte suma en oro para obtener la liberación de la muchacha. El general romano sorprendió a propios y extraños ordenando la liberación de la chica y empleando el rescate ofrecido por su padre, como dote para la unión nupcial de la muchacha con su prometido.
Así, con ese acto indulgente y bien calculado, Escipión se garantizó la fidelidad de muchos caudillos nativos que se encontraban anteriormente al servicio de Cartago, y también, la de otros jefes íberos, rehenes de los cartagineses en la propia Karthadast.
La generosa acción, que desde entonces se conoció como La clemencia de Escipión, o La continencia de Escipión, ha sido usada en infinidad de ocasiones como motivo inspirador de las más renombradas obras artísticas.
Multitud de representaciones pictóricas de esta secuencia de la historia de la Toma de Cartagena se hallan en los más prestigiosos museos y galerías del mundo como entre otros, el British Museum, el Metropolitan Museum of Art o la Christ Church Picture Gallery de Oxford; asimismo, entre los siglos XVII y XIX, se compusieron casi una veintena de óperas cuya trama giraba en torno a aquel acto del magnánimo general romano.
Un gesto que adornó a Escipión con un halo de caballerosidad en su ya mítica leyenda.
La de uno de los más audaces estrategas al servicio de Roma.