Oh Boy (2012), de Jan Ole Gerster
Por Jaime Fa de Lucas.
No es un chiste: esto va un chaval alemán de 34 años, debuta en la dirección y lo borda. Jan Ole Gerster (Hagen, 1978) es uno de los directores europeos que más alegrías nos va a traer de cara al futuro. Si pudiera comprar acciones las compraría. Cuarto y mitad de su brazo sería suficiente para asegurar el futuro de mis hijos. Estamos, sin lugar a dudas, ante un director de muchos quilates. Aunque a sus espaldas tan sólo tiene un documental y un corto, Oh Boy destila tanta calidad que desde aquí invito a todos los cinéfilos a que se froten las manos pensando en las golosinas que este chico nos va a brindar.
Rodada en blanco y negro, Oh Boy narra la historia de Niko Fischer (Tom Schilling), un veinteañero que deambula por las calles de Berlín durante un día sin comprender muy bien el rumbo de su vida. Dejándose llevar, va tropezando con amigos y situaciones de todos los colores. Seis premios del Cine Alemán, entre los que destacan el de mejor película, mejor director y mejor guión, y otros tantos galardones europeos y nominaciones, avalan un film plagado de humor, detalles y reflexiones sobre la sociedad alemana y el nihilismo de la juventud contemporánea.
Ya desde la primera escena advertimos la sutileza del director. Todo empieza una mañana en la que Niko se tiene que ir, dejando en la cama a la chica con la que ha pasado la noche. Si bien la gran mayoría pensará que está ante la típica escena del rompecorazones –se acuesta con ella y se va–, más tarde descubrimos que la chica era su novia. A través de ese gesto aparta toda superficialidad posible, subraya que el relato es profundo, que la historia nada tiene que ver con el estereotipo juvenil tradicional que suele pasear por las salas de cine. Sutilmente nos dice que el chaval rompe sus lazos con el pasado.
A lo largo de la película apreciamos un protagonista que vaga indiferente por las calles, al que no le importa nada demasiado y que está abierto a coger cualquier tren que pase por delante. Niko, en definitiva, está perdido porque vive en el presente –no tiene una meta clara, ni obedece a designios pretéritos– y encuentra que todo lo que le rodea, la sociedad alemana, está obsesionada con el pasado. Es un personaje nihilista en tanto en cuanto vive en el presente y no está contaminado por las influencias externas. Jan Ole Gerster intenta retratar ese contraste entre la apertura del joven hacia la vida y una sociedad cerrada y anquilosada en el pasado.
El choque entre el pasado y el presente recorre todo el film, de hecho el motivo principal de que esté rodada en blanco y negro es ése, lograr cierto equilibrio temporal –o atemporalidad–, mostrando una sociedad relativamente moderna en blanco y negro. Un ejemplo de esto es el amigo que le acompaña en su travesía, que era actor pero lo dejó. Cuando van a ver una obra de teatro moderna –muy abstracta– el ex actor se ríe porque le parece absurda y el director de la modernez le recrimina. Ahí se presenta el conflicto entre la tradición y la modernidad en un contexto artístico. También encontramos lo mismo en la amiga del colegio que antes estaba gorda y ahora está delgada, pero que sigue obsesionada con su gordura añeja. Gerster incluso tiene hueco para criticar la banalización y el uso dramático del pasado en el cine, mostrando el rodaje de un romance basado en la Segunda Guerra Mundial que sutilmente es interrumpido por el tono de móvil de Niko –símbolo de la modernidad y el presente– al recibir una llamada. Uno de los momentos más bonitos de la película es cuando el protagonista tiene una especie de epifanía cuando confluyen elementos del pasado y del presente en armonía: una viejecita, música clásica de fondo y un sillón de masaje, un cóctel sencillo pero trascendental.
El film no es sólo el retrato de un joven perdido, sino también un diagnóstico de la sociedad alemana. Desde esta perspectiva se observan bastantes semejanzas con Oslo, 31 de agosto (Joachim Trier, 2011), aunque en el film de Gerster el humor hace de contrapeso frente al drama de la cotidianidad. Escenas de una elegancia sublime que buscan las cosquillas a nuestro cerebro de la risa y lo consiguen. En ambas películas vemos a dos jóvenes deambulando por las calles de su ciudad durante un día y también percibimos esa narración ambivalente que pretende dibujar al individuo y a la sociedad al mismo tiempo. Cabe destacar que lo único claro que tiene Niko es que quiere un café, pero la sociedad le defrauda porque es incapaz de satisfacer un deseo tan sencillo.
Tom Schilling se marca una interpretación impecable, equilibrando el vacío exterior con la tormenta interior. Maneja bien la balanza del joven que es indiferente a las fuerzas externas pero que al mismo tiempo las sufre por dentro, una búsqueda interior de lo luminoso en pleno bosque de tinieblas. Qué decir de la fotografía: extraordinaria. Planos de una brillantez impropia de un director novel. Un blanco y negro muy de moda últimamente –A propósito de Llewyn Davis (2013), Nebraska (2013)– que refuerza la textura de la película y prolonga la dimensión de sus ideas. El desarrollo narrativo también es intachable, difícil encontrar fisuras en la trama.
“Dios ha muerto” dijo Friedrich. Gerster va más allá y mata a Nietzsche, en uno de los mejores finales cinematográficos que recuerdo, junto al de Dealer (Benedek Fliegauf, 2004). Muere el nihilismo, muere la falta de valores, no hay superhombre, no hay eterno retorno, por lo tanto, hay lugar para la esperanza, para un nuevo renacer. El film sepulta el pasado de Alemania y mira hacia delante invocando un equilibrio sano entre tradición y modernidad.
Muy buena crítica, dan ganas de ver la película.
Realmente es una excelente película, de lo mejorcito que he visto este último tiempo, conjuntamente con la koreana «Poesía» que también estaba muy bien. Una pregunta: «SPOILER»: ¿Al final el nombre del viejo, fue puesto intencionalmente por el director por Friederich Nietzsche?.¿Tienes alguna confirmación al respecto?
Saludos y gracias.
Héctor.
Hola Héctor. Perdona, pero acabo de ver tu mensaje ahora mismo (han pasado unos cuantos meses). Mi interpretación es que se llama Friedrich por Nietzsche, creo que no puede ser de otra forma ya que Niko sufre claramente esa pérdida de valores heredada del filósofo. Además, la película juega mucho con el conflicto entre tradición y modernidad.
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