Teresa Viejo: «Me gusta que el destino me voltee de cuando en cuando»
Por Sara Roma
Hoy vamos a conversar con Teresa Viejo que vuelve a la narrativa con una historia de amor y de encanto, de intriga y traiciones, de misterios y sentimientos a caballo entre dos continentes: Europa y América. Que el tiempo nos encuentre es un sincero homenaje a quienes abanderaron nuestro país, dejaron aparcada la nostalgia y la ideología y tomaron un barco rumbo a la construcción de sus sueños.
Que el tiempo nos encuentre es, sobre todo, una novela de sentimientos descarnados. ¿Has averiguado ya por qué solo cuando nos enamoramos somos capaces de conseguir lo que nos proponemos?
Desde un punto de vista científico hay una explicación, pero creo que el ser humano ha nacido para convivir en pareja y para sentir ese sentimiento que pasa por diferentes etapas a lo largo de la vida. Por eso siempre buscamos y rastreamos el amor. Así que cuando nos sentimos enamorados y que nos aman, no hay barreras para nada. La vida entre dos es mucho más sencilla. El amor es el más poderoso sentimiento y el más desconocido, por tanto siempre escribimos sobre el amor.
Durante la presentación de tu anterior novela, La memoria del agua, un lector se acercó y te regaló una serie de postales antiguas que han sido el germen de esta historia. Me parece fascinante cómo el azar mueve las fichas y juega su papel para que de repente un día conozcamos a alguien que nos cuenta una historia y nos cambia la vida.
También es un proceso paralelo al enamoramiento. Conoces a alguien que te descubre todo y hay un pequeño detalle sin importancia que recoloca tu camino en otra dirección. Siendo bastante cartesiana y racional, yo soy bastante azarosa. Me gusta que el destino me voltee de cuando en cuando. El destino es muy sabio, a veces queremos ir por un sitio, sin embargo la vida nos lleva por otro.
La novela arranca cuando el Quanza un barco con refugiados españoles llega al puerto de Veracruz y Aurora, uno de los personajes de la historia, se dirige al muelle para recibirlos. Ella llegó cinco años antes como niñera de los Vigil de Quiñones, huyendo de la Guerra Civil Española y ocultando un terrible secreto familiar. Los refugiados se toparán con un ambiente muy diferente al que dejaron: bailes, fiestas, grandes orquestas y una creciente industria cinematográfica con una producción de vértigo y cuyas estrellas compiten con las de Hollywood. Aquí es cuando aparece el personaje de Miguel Morayta, director de cine español exiliado en México.
Sí, las postales que me regalaron reproducían postales de películas suyas. En principio la historia de Miguel me pareció tan apasionante que se merecía algo contado con mimbres reales: un documental, un ensayo… Era alguien muy interesante en el mundo del cine pero ignorado y nada reconocido. Sin embargo, poco a poco me di cuenta de que no quería escribir un ensayo ni nada que se acercara a la realidad, quería hacer un retrato de aquel cine tan evocador, misterioso y atrayente. Y una vez que compuse la vida de Miguel Morayta, que llegó en ese barco real, construyo un personaje de ficción, Pablo Aliaga, que se convierte en el gran ambicioso que vive los sueños y amores apasionados.
¿Se parece la vida de Pablo Aliaga a la de Miguel Morayta?
Sí, es cierto que los primeros pasos de Miguel Morayta están contados en el libro. Son los mismos que da Pablo Aliaga: acude a los estudios, llama a muchas puertas hasta que se abren…
¿Cómo fueron los comienzos de Miguel Morayta en México?
El fue el productor de la primera película en color que se hizo en el país. Fue pionero en crear la academia del cine, la gran ciudad del cine. Se sindicó, tomó medidas desde un punto de vista laboral y de derechos de autor. Era un hombre formidable al que traté de conocer personalmente, con esa intención me fui a México. Acudí a su casa repetidamente mañana y tarde durante varios días hasta que comprendí que era imposible. Hablábamos a través de un biombo de madera y tenía un genio endiablado de mucho carácter. Guardaba bastante rencor hacia este país que lo había olvidado.
El proceso de escritura de esta novela ha sido muy intenso porque has dedicado mucho tiempo a pulir mucho el texto, eliminando todo lo superfluo, priorizando los diálogos cargados de contenido en lugar de recrearte en extensas descripciones. Quizás esta manera de narrar contrasta un poco con tu anterior obra, La memoria del agua, que era más densa.
Sí, creo que era la mejor manera de llegar a todo el público. Quería sumar lectores. Me parece una ambición muy loable para cualquier escritor. Quiero que mi novela la lea mucha gente y la entienda todo el mundo y que haya muchos planos de lectura. Introduje la tijera porque es verdad que para conocer a los personajes, hay unos escenarios que nos trasladan a la España de los años veinte y treinta, pero no quería incluirlo en una primera parte. No quería que fuera como mi primera novela, que fue mi apuesta y aunque funcionó ahora me doy cuenta que la escribiría como esta. Yo necesitaba una narración pasional y no lineal.
¿A quién recomendarías tu novela?
A alguien que busca solo un entretenimiento bien escrito y bien urdido, la novela es perfecta. Pero también a quien además de eso busca un poso, una reflexión y un análisis sobre la condición humana, con reflexiones sobre los sentimientos y la maternidad que está planeando todo el tiempo sobre los secretos de las grandes familias…Es una reflexión de la nostalgia del exiliado, de ese olvido tan desolador al que somete España a su gente.