Ángel Vázquez: Una ciudad, una novela, una vida
Por José Miguel López-Astilleros
Hace unas semanas, un amigo me habló de una novela, que no recordaba haber leído, ni tan siquiera haber visto citada en algún viejo manual. Él tampoco conocía la obra ni al autor, cuyo titulo y nombre alguien sacó a colación en su Facebook. Tras despedirnos y durante mi regreso a casa, aquel título comenzó a fijárseme en las paredes de alguna víscera muy interior. Así es que cuando llegué, encendí el ordenador y busqué con premura información sobre La vida perra de Juanita Narboni. Para mi sorpresa, encontré que había sido editada en Cátedra en el año 2000, y que llevaba seis ediciones, por tanto se trataba a de una edición crítica con cierto éxito, a cargo de Virginia Trueba, quien realizó la también excelente edición de sus cuentos El cuarto de los niños y otros cuentos, para la editorial Pre-Textos. Ni que decir tiene que al día siguiente hice las gestiones para hacerme con un ejemplar.
Con la novela ya en mis manos, tras saltarme el amplio estudio introductorio, la dedicatoria, la cita de Jean Cocteau y unas palabras del autor, leí las primeras páginas. Me quedé tan fascinado con el comienzo del monólogo de Juanita Narboni, que interrumpí la lectura para volver a la introducción y averiguar quién era este, para mí desconocido, Ángel Vázquez (1929-1980). La segunda sorpresa no se hizo esperar. Se trataba de un autor español y tangerino, de aquel Tánger internacional que pervivió hasta la independencia de Marruecos en 1956, y que tres años más tarde pasó a ser una ciudad marroquí, muy distinta de la anterior. Enseguida recordé el Tánger de Jane y Paul Bowles, el de Truman Capote y otros muchos escritores, músicos, directores de cine y personajes de todo pelaje. Se trataba de la misma ciudad y el mismo tiempo, que Ángel Vázquez y su Juanita Narboni compartieron con todos aquellos, con la especificidad de que en ese mundo tan peculiar, estaba inserta en mayor o menor grado la comunidad de españoles, que había ido recalando allí por mil y un motivos. De modo que por un lado me encontré con un Tánger mitificado por varios escritores y artistas, y por otro con el de la novela, el de una mujer española que se enfrenta a la soledad, a su propia decadencia y a la del mundo que la rodeaba, próximo a desaparecer. De suerte que, mediante la obra de nuestro escritor, asistimos a la vida y costumbres de dicha ciudad, omnipresente en sus tres novelas y cuentos. Con la particularidad de que será vista desde la óptica “sarcástica y amarga” (en palabras del propio autor en una carta a su más íntimo amigo) de un escritor con talento, que se desarrolla en toda su plenitud en esta novela.
Pero si atractiva es la vida de aquel Tánger, no lo es menos la de Ángel Vázquez, aunque dolorosa. Baste decir los adjetivos que se le han adjudicado para describir una personalidad atormentada: bajito, gordo, alcohólico, homosexual, tímido, locuaz… y español a contracorriente en un país y una época, que en nada favorecían a quien se sentía al margen de banderías de toda laya. RNE dedicó en 2008 un programa a su biografía y obra más importante, con testimonios de su mejor amigo, Emilio Sanz de Soto o el pintor tangerino recientemente fallecido, José Hernández, entre otros. La vida de Ángel Vázquez y su obra no se entienden una sin la otra, aunque de esta última no se puede decir que sea autobiográfica en un sentido estricto, sobre todo si cotejamos los testimonios de los que disponemos, con los que él nos suministra en sus libros. Así pues, llegaremos a la conclusión de que el resultado que nos ofrece es su prodigiosa y singular percepción de la realidad, en la que caben sus fobias, sus miedos, sus obsesiones, sus pesadillas, sus deslumbramientos. En definitiva, Ángel Vázquez ha creado un universo propio, aunque eso sí, fuertemente arraigado en su experiencia vital, sobre todo en lo que se refiere a su infancia y quizá adolescencia.
Su primera novela publicada, Se apaga y se enciende la luz, fue galardonada con el Premio Planeta en 1962, aunque de manera un tanto azarosa. En ella ya se pueden atisbar sus temas recurrentes, como puedan ser la soledad, el paso del tiempo, la incomunicación, la infelicidad, el pesimismo existencial, la abulia o la ambigüedad sexual. Ángel Vázquez abominó de esta obra primeriza y de la siguiente, Fiesta para una mujer sola (1964, reeditada por Rey Lear en 2009), por parecerle muy imperfectas, tanto que sólo reconoció haber escrito una buena novela, la última, que citábamos al principio. No obstante, hay que precisar que tanto en la primera como en la segunda hay hallazgos de una brillantez absoluta, así los diálogos ágiles, escuetos y tremendamente expresivos, a la vez que la segunda va ganando en intensidad, como consecuencia de una evolución emprendida, que desemboca en el extenso e íntimo monólogo que ocupa La vida perra de Juanita Narboni, que ha sido tildada de obra maestra y que ratificamos por nuestra parte. En ella, una mujer sola, en el ocaso de su vida, echa mano de su memoria fragmentaria y desordenada, para reconstruir su pasado, lleno de vacíos, de prejuicios, de mentiras, de reproches, de fantasmas a los que se dirige con un lenguaje tan vivo y con tanta gracia, que parece destinado a ser leído en voz alta, nada que ver con los monólogos interiores de su admirada Virginia Woolf o el de Cinco horas con Mario de Delibes. Juanita Narboni, trasunto de Ángel Vázquez, nos ofrece su particular visión tanto de su tragicomedia doméstica, íntima y personal, como de una ciudad, cuyo destino corre paralelo al de la protagonista, ruina y extinción, tanto de la ciudad cosmopolita y tolerante, como la provinciana y roma de los primeros colonos españoles.
Quieren estas pocas palabras rendir homenaje a un buen escritor, que merece estar entre los más grandes de su generación, para que no caiga en el olvido, aunque sólo sea por su gran novela La vida perra de Juanita Narboni y cuentos como el magnífico El cuarto de los niños.