Del cine a la tele
POR MJ.
El mundo está cambiando. Cada día es más tecnológico, más fácil, y a la vez, menos humano. Hace apenas un siglo la gente se sorprendía cuando iba a la sala de un cine, y en la pantalla aparecían sus estrellas favoritas. Ni palomitas, ni cámaras grabando la película. Solo risas, lágrimas y emociones en poco más de una hora. Ahora todo ha cambiado y el cine está a un clic de distancia.
Cuando hacia los años 50 nació la televisión, la gente del cine pensaron que les quitaría público y harían menos taquilla. Como sabemos no fue así, y la televisión se dedicó a los programas de concursos, los informativos y a emitir esas películas que las distribuidoras tenían olvidadas. Al cabo de poco, la televisión empezó a crear sus propias series e incluso, algunas películas destinadas únicamente al consumo televisivo. Pero aún así, el cine seguía siendo sinónimo de calidad y la televisión no pasaba de ser un mero entretenimiento.
Ahora las cosas han cambiado. El cine ha pasado a ser, mayoritariamente, cine de palomitas, de consumo rápido. Y cuando queremos ver algo digno, algo bueno, no dudamos ni un momento en poner cualquier producto de HBO. ¿Pero por qué ha ocurrido esto? ¿Por qué los grandes directores, guionistas y actores se están yendo a trabajar a la tele? Personalmente, creo que en los últimos años el cine se ha dedicado a ofrecer productos rápidos y fáciles. Sin subtextos, ni grandes historias. Con unos actores con escasas capacidades interpretativas pero con un físico más que agradable. ¿Pero para qué queremos un gran actor si la historia es la de siempre? Y como la historia es la de siempre, la envuelven con unos impresionantes efectos especiales que nos hacen olvidar que hemos pagado mucho, – quizás demasiado-, dinero para ver lo mismo de siempre.
Resulta difícil saber si el problema es del cine o del espectador. Hacia los años sesenta, el público tenía tan asumido el lenguaje cinematográfico que si aparecía gente como Godard o Truffaut y rompían con todo lo establecido no pasaba nada, porque al fin y al cabo, la gente lo entendía. Rellenaba los huecos de las elipsis, daban significado al silencio y se ubicaban en el espacio cinematográfico. Ahora las cosas han cambiado, y aunque a veces lo menospreciamos existe una gran diferencia entre las películas comerciales de antes y las de ahora: Tiburón o Regreso al futuro llenaron las salas y ofrecían un producto determinado, pero a la vez eran cine de calidad; bien hecho. Más comprensibles que Les 400 coups de Truffaut pero ambas películas tenían algo en común: cumplían con la esencia del cine: imágenes que hablan sin necesidad de palabras.
Actualmente, los diálogos subrayan aquello que las imágenes nos enseñan hasta la saciedad. Y los efectos especiales disimulan un mal guión. Un ejemplo de esto puede ser Avatar, una película espectacular a nivel visual, pero absolutamente pésima a nivel narrativo. No solo nos cuentan la historia de siempre, sino que es una copia del clásico infantil Pocahontas. Claro que ahora son de color azul, tienen cola, y todo acompañado de unos planos con tanta perspectiva que hacen que los efectos y el 3D sean alucinantes. Pero hemos pagado diez euros para ver la historia de siempre en forma de videojuego. Claro que se siguen haciendo grandes películas y aún existen grandes directores, pero el cine de consumo es pésimo. Así que todos esos actores, guionistas y directores tenían que ir a alguna parte, y se fueron a la tele.