Severino Pallaruelo acerca de “Ruido de zuecos”, su último trabajo
Por Benito Garrido.
«Los viejos españoles han traído a los Alpes sus hachas gigantescas. Son herramientas de aspecto arcaico. El acero, largo como el antebrazo de un hombre y curvado como el espinazo de la luna creciente, llama la atención. Los campesinos austriacos miran con recelo aquellas formidables hachas. Al contemplarlas sienten algo extraño: es una pulsión que procede de la profundidad remota de los tiempos, una sensación que llega de algún siglo lejano como el aviso del recuerdo primitivo de algo empleado cada día por unos antepasados desconocidos.»
Severino Pallaruelo (Puyarruego/Piarruego –Huesca–, 1954) lleva muchos años escribiendo ensayos y relatos con los Pirineos como fondo: la cordillera constituye el escenario de su vida y de su obra. Profesor a lo largo de casi tres décadas en el instituto de Sabiñánigo (Huesca), los paisajes y las gentes de su entorno forman la materia con la que modela la producción literaria. Ha escrito acerca de los mitos y de los ritos en Viaje por los Pirineos misteriosos de Aragón (1984), de los viejos oficios en Las navatas. El transporte de troncos por los ríos del Alto Aragón (1988) o Los molinos del Alto Aragón (1994), del lento transcurrir de los días en la montaña en Pirineos, diario de la naturaleza (1992). Algunos de sus libros como Pastores del Pirineo (1988), José, un hombre de los Pirineos (2000) o Pirineos, tristes montes (1990) se han convertido en clásicos dentro de la literatura pirenaica.
Ruido de zuecos. Severino Pallaruelo. Editorial Xordica. 608 páginas. 24,95 €
Ruido de zuecos es una monumental novela-río que habla de nuestro pasado más reciente, una novela de largo recorrido que narra la historia de tres generaciones de una misma familia a lo largo de todo el siglo XX. Ambientada en los Pirineos y en algunas ciudades españolas, ofrece una lúcida mirada sobre los acontecimientos más significativos y trascendentales de la Historia Contemporánea de España: la guerra de África, la Guerra Civil española, la Transición, y el declive y desaparición del mundo rural tradicional, a través de los sueños, anhelos y sentimientos que jalonan el día a día de unos personajes que contemplan impotentes cómo se derrumba una sociedad que parecía inamovible desde hacía siglos.
P.- Repaso completo al siglo XX a través de los grandes acontecimientos que marcaron nuestro país. Trabajo que imagino de largo aliento y de arduo trabajo de documentación.
Sí, ha exigido algún trabajo de documentación, pero no excesivo. Los grandes acontecimientos históricos han formado solo el telón de fondo, el decorado. La obra de verdad la representan los protagonistas, las personas: sus conflictos personales, sus relaciones, sus amores, sus odios, sus temores… Es decir, todo lo que supone trabajo de creación literaria más que de documentación. Ha sido un trabajo largo, sí, pero no pesado: lo he tomado con mucha calma.
P.- Tres generaciones de una familia del Pirineo aragonés son las que pueblan estas páginas. Su trabajo siempre se ha centrado mucho en esa zona geográfica. ¿Buscaba hacer memoria histórica?
Las montañas son un escenario en el que me muevo con facilidad. Lo he usado con frecuencia porque lo conozco bien. Son paisajes en los que creo que me resulta fácil hacer creíble lo que narro. Hay algo de intención de hacer memoria histórica. Me parece que entre las razones por las que uno escribe se encuentra el deseo de luchar contra el olvido. No se trata solo del olvido de cosas que realmente sucedieron, sino –fundamentalmente- de evitar el olvido de lo que uno imaginó, de lo que uno crea o recrea partiendo de cosas reales, de lo que uno construye. También lo que uno imagina si no se escribe se olvida.
P.- ¿Cuánto y cómo ha cambiado el Pirineo que usted refleja del actual? ¿Dónde quedó ese ruido de zuecos?
El Pirineo que se muestra en la novela no es el de una sociedad inmutable, arcaica, intemporal. Se refleja una sociedad en evolución: la de hace cien años y la de ahora, que son muy diferentes. Se trata de un mundo que ha cambiado como lo ha hecho todo el entorno, el rural y el urbano. No es mayor el cambio experimentado en un pueblo de la montaña que en una pequeña ciudad de provincias o en una calle del casco viejo de una gran ciudad. El comercio, el trabajo, los vecinos, las viviendas: todo ha cambiado. En las montañas el cambio ha venido acompañado de una mayor visibilidad porque se han despoblado muchas aldeas y porque se partía de cierto arcaísmo. También, quizá, porque se ha escrito mucho del tema. El ruido de los zuecos ha quedado lejos, pero no más que las sirenas de las fábricas o el ruido de las persianas de tantos pequeños comercios tradicionales que durante mucho tiempo se abrieron cada mañana y se cerraron cada tarde: ahora todo se ha callado.
P.- Del ensayo a la novela. ¿Por qué? ¿Cómo surgió la idea de hacer este libro?
Junto al ensayo, el género que más he cultivado, me ha gustado escribir relatos. A veces me parece que siempre me he movido dentro del mismo libro. Cuando he escrito sobre los pastores, o sobre los molinos, o sobre las navatas, sobre los mitos u otros temas que he venido tocando desde hace más de treinta años, siempre lo he hecho guiado por dos ideas principales: tomar en consideración, sobre todo, a los protagonistas, a la gente, a las personas; y construir un relato que fluyera con cierta alegría, como el agua de un arroyo claro. Siempre he procurado escapar de la pesadez erudita. No me interesan lo académico, el vocabulario para iniciados y el estilo de las comunicaciones de los congresos. No para las ciencias llamadas humanas. El libro nació de la necesidad de ordenar muchas cosas: experiencias, personajes, deseos, sueños, frustraciones, reflexiones, años y paisajes. Parece que bullían en mi cabeza pidiendo un marco, un camino por el que avanzar para mostrarse.
P.- Hay momentos durante la novela que se nota como late el espíritu del ensayista. ¿Cuesta mucho separar ambas facetas?
Con frecuencia he escuchado lo contrario: decían que en mis ensayos parecía que resonaba el eco o el ritmo de una novela. Ay, será que en mí andan muy entrelazados el sentimiento y la razón. A veces, en mi deseo de dibujar el escenario geográfico y el momento histórico, puede parecer que prima el tono del ensayista, del mismo modo que cuando he escrito ensayos siempre me ha preocupado mostrar qué pensaban o qué sentían las personas de las que hablaba. Hace casi treinta años escribí un libro sobre los pastores del Pirineo. El Ministerio de Cultura lo publicó en una edición estupenda. Pero yo, mirando los pies de fotos, no me sentía bien: este no es un pastor que hace queso o que practica la trashumancia, no es un tipo que mantiene estas creencias primitivas o que esquila las ovejas en mayo. Eso lo puede decir un etnógrafo llegado de Holanda o de Noruega. Yo no. Yo sé bien quién es, conozco a su familia, sé cuáles son sus problemas y sus deseos, sus temores. Yo tengo que escribir de otro modo. Así nació un libro de relatos –Pirineos, tristes montes– y así empezó a gestarse Ruido de zuecos.
P.- Sus textos son muy visuales. El lector tiene la sensación de estar observando perfectamente cada escena o suceso que acontece. ¿Es la mejor forma de captar la atmósfera del relato?
Creo que soy un hijo del cine. Vi muchas películas cuando era niño. Creo que en el cine se formó una parte muy importante de mi manera de ver el mundo. Todos los relatos para mí tienen algo de guión cinematográfico: los colores, la atmósfera de cada sitio, los rostros, los gestos… Hasta el encuadre. Todo eso es muy importante para mí. También me ha gustado mucho la fotografía. A veces creo que construyo las escenas como si tomara una foto. No sé si es la mejor manera de trasladar al lector al corazón de la acción que se relata, supongo que hay otras, pero a mí es la que me sale de forma espontánea.
P.- Arcadio, León, Artemio son los tres hombres representativos de tres generaciones en cierto modo enfrentadas… ¿Tan diferentes unos como otras?
No son tan diferentes. Los tres protagonistas, en el fondo, se parecen mucho. Si hay conflicto, si se enfrentan con violencia, es porque los resortes que mueven a cada uno son muy parecidos. Se trata de tipos a la vez muy duros y muy frágiles, capaces de emprender cosas muy grandes y de caer en miserias, seguros e inseguros, solitarios y necesitados de afecto, soñadores. La violencia estalla entre Arcadio y León porque son más puros, porque han estado menos mediatizados por las conveniencias sociales, por la educación y por la moral que han ido moldeando a Artemio. Esta es la única diferencia entre las generaciones: la educación que obliga a reprimir o a acomodar los sentimientos y las reacciones a lo socialmente aceptado o bien visto.
P.- Historia de personajes con problemas que podríamos catalogar como universales al alma humana. ¿Busca precisamente eso, retratar el alma humana?
Sí, el alma humana, solo el alma, ese mundo misterioso por el que se mueven las pasiones, los sentimientos, los deseos y los temores. Lo que todos somos. Lo que todos son en cualquier lugar del mundo, en cualquier época. El alma es el único paisaje literario interesante, no importan ni el tiempo ni la geografía. Solo lo que hace referencia al alma puede ser eterno porque el alma lo es. Los edificios, las ideas, las ciudades, las modas…: cosas que no se pueden inmortalizar aunque el escritor crea que las inmortaliza. La fuente Bandusia a la que cantaba Horacio hace más de dos mil años, creyendo que la inmortalizaba, ya murió: ni mana ya ni sabemos dónde estaba. Pero las sensaciones del poeta cuando al atardecer se acercaba a la fuente, eso no ha muerto. Si el poema es inmortal es por esas sensaciones, no por la fuente.
P.- ¿Determinan quizá las circunstancias y el entorno de manera inevitable el carácter de los personajes?
No, sin duda no. Si lo determinaran todos los personajes criados en un mismo ambiente serían iguales. Y sabemos que no es así. Influyen, claro que influyen, pero no determinan. Eso –el determinismo- es lo que siempre nos han pretendido hacer creer. Lo han pretendido hasta los que lo niegan. Toda esa gente que presenta el campo como un lugar apacible y los pueblos como sitios donde solo suceden anécdotas pintorescas, toda esa gente que solo es capaz de imaginar grandes pasiones en ambientes urbanos está dominada por unas ideas deterministas que intelectualmente niegan.
P.- Los errores del pasado tienden a repetirse… ¿Es el ciclo mismo de la vida?
Sí, sí, siempre se repiten. Los resortes que mueven a las personas son los mismos desde que existe la humanidad, o al menos desde que tenemos documentación histórica donde se narran los hechos. Los autores que nunca pierden actualidad, los que hablan del alma y se dirigen al alma, siempre cuentan lo mismo. Solo hay que leer a Marcial para darse cuenta. Sus libros tienen casi dos mil años y son de total actualidad: la ambición, la duda, los celos, la gratitud, el erotismo. Y los errores, los grandes errores, tanto los personales como los colectivos: allí está todo. También el mundo de los libros, la vanidad de los autores, el mundo de los críticos, el de los lectores, el precio de los libros ¡Hasta los problemas de los derechos de autor! Todo es igual.
P.- ¿Estás ya trabajando en algún nuevo proyecto?
Sí, siempre llevo unos cuantos entre manos a la vez. Los tomo, los dejo, los vuelvo a emprender, los abandono. Así lo he hecho siempre. Ahora mismo estoy con un par de novelas y con varios cuentos. No sé qué será de ellos. Me hacen pasar buenos ratos.