PUTA VALLA
Por Juan Luis Marín. La que unos atacan y otros defienden.
Las que unos saltan y otros protegen.
La que divide… y nos separa.
Mientras unos intentan que crezca, otros pretenden destruirla…
Que desaparezca.
Kilómetros de alambre y espino universal.
Que existe desde que el hombre es hombre…
Y se llama frontera.
Conocí hace años a un policía nacional que me contaba los viajes que realizaba en avión para «devolver» a sus países de origen a los inmigrantes ilegales que eran detenidos en Melilla. Personas que en la mayoría de las ocasiones no tenían ni documentación, lo que hacía imposible confirmar su procedencia. Personas que cuando bajaban del avión le miraban con determinación y un claro mensaje en sus ojos: «volveré a intentarlo». Porque la vida que sufren cada día merece una oportunidad de cambio y piensan que ese cambio lo pueden conseguir «saltando» la valla. Y de ahí al cualquier otro lugar…
¿Tenemos derecho a impedírselo?
No.
¿Podemos permitírnoslo?
Tampoco.
Cuenta un cuento que hace miles de años, Dios, ese «ser» con un sentido del humor de lo más desternillante, castigó a los constructores de la Torre de Babel por intentar alcanzar el reino de los cielos. Y así fue como cada grupo comenzó a hablar un idioma distinto que les permitía entenderse entre ellos sin pillar una mierda de lo que decían los demás.
Gracias a Dios… Me parto y me mondo.
Porque la valla de los cojones es eso, una consecuencia más de aquel chiste. Y querer tirarla abajo es un acto tan arrogante como intentar hacerla crecer hacia el infinito para que nadie pueda saltarla.
Eso es jugar a ser Dios.
O político… que en los tiempos que corren es prácticamente lo mismo.
Porque también son de chiste…
Y quien quiera jugar a la política deberá ser consciente de lo que critica para no acabar cayendo en el mismo error:
La gilipollez.
Y comenzar a actuar con criterio:
Dando soluciones.
Por eso yo no me atrevo a jugar a ese juego.
Porque no me creo tan listo. Porque no tengo la solución. Porque destruir es fácil.
Pero no tiene ningún sentido hacerlo sin saber qué se va construir a continuación.
En caso contrario echaríamos todo abajo. Hasta que no quedase nada…
Algunos dirán que esa es la idea: empezar de cero.
Muy bien pero, ¿quién estará ahí para hacerlo si también nos hemos destruido a nosotros mismos?
¿Dios?
Vamos, no jodas…