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¿Por qué no te has llevado a Sylvester Stallone?

Por Juan Luis Marín. Nadie está a salvo.

Aunque en ocasiones creamos que el peligro está siempre al otro lado de nuestras «fronteras».

Que en solo una semana Philip Seymour Hoffman haya sido encontrado muerto en su casa con una jeringuilla en el brazo, Ian Thorpe fuera recogido por la policía de Sidney perdido y desorientado, Dylan Allen confesase que su padre, el gran Woody, abusó de ella cuando solo tenía siete años, y mujer e hija de Paco González fueran víctimas de un intento de secuestro a manos de la fan número uno de éste demuestra que el mundo está lleno de gente con problemas (esto es evidente) que, en la mayoría de los casos, se equivoca en el modo de intentar resolverlos (a ver si nos damos cuenta de una puta vez), convirtiendo a cada ser humano que vive en este jodido mundo (entre los que me incluyo) en una bomba de relojería a punto de estallar en cualquier momento (vete incluyendo tú también) y mandar al carajo lo que pille por delante (también tú si te cruzas en mi camino… o yo si me cruzo en el tuyo)… Amén.

«¿Por qué no te has llevado a Sylvester Stallone?» colgaba alguien en su muro en referencia a la pérdida de Seymour Hoffman; «Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario», escribía otro a propósito de las acusaciones de violar a su propia hija vertidas sobre Woody Allen. Y entonces recordé lo que alguien me contó hace años que el Frente Atlético cantaba a todo pulmón en el estadio cuando su equipo se enfrentaba al Real Madrid y cierto jugador saltaba al campo, «¡Sanchís, cabrón, mataste a tu varón!», recordándole (por si se le había ocurrido olvidarlo) el accidente de tráfico que sufrió y en el que murió su hijo pequeño.

Todos nos lanzamos al cuello de Farruquito y Ortega Cano cuando supimos que mataron a alguien al volante; algo que (casi) nadie hizo cuando el popular jugador de baloncesto Fernando Martín (quizá porque él también murió en el accidente) hizo exactamente lo mismo hace ya bastante tiempo…

Cuando no existían las redes sociales.

Cuando la gente no sabía cómo hacer llegar su opinión (sobre lo que fuera) al mundo.

«Un famoso retuiteó unos de mis tuits», comentaba orgulloso alguien en Facebok el otro día.

Un famoso.

Ya ni siquiera importa qué famoso.

Como si eso te convirtiera en uno de ellos.

Como si por el hecho de que salga a tomar unas copas contigo (y unos cuantos más) se vaya a enamorar de ti.

Paco González reconoció que en ocasiones, al término del programa Tiempo de juego, se iba a tomar algo con parte del publico asistente. Entre ellos Lorena, vallisoletana de 25 años que después de pagar 30.000 euros para que unos sicarios búlgaros (que lo único que hicieron fue fugarse con la pasta) asesinasen a la mujer del periodista, intentó secuestrarla personalmente (a ella y su hija) con la ayuda de un amigo (en qué estaría pensando…) con un plan que, si sale a la luz, apuesto a que da para una película como Dolor y dinero.

«Seguro que se la follaba» escuché el otro día decir a alguien en referencia al caso de Paco y Lorena, convirtiendo así al periodista en el malo de la película.

«Que hubiera intentado matarle a él, por cabrón», añadió.

Y se quedó tan ancho / a.

Porque ha llegado un momento en que todo nos da igual.

También las personas.

Y en función de lo que pensemos de ellas, aunque no las conozcamos una puta mierda, nos permitimos el lujo de juzgarlas.

Sobre todo si son famosos.

Y entonces sonrío, miro al desgraciado que cree estar por encima de todo, y pienso:

«Qué mala es la envidia».

Imbécil.

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